Jorge Zárate jorge.zarate@nacionmedia.com - Fotos: Fernando Allen Galeano

Cada 6 de enero los habitantes de la compañía Rosado de Tobatí salen en procesión con música y bailes de los que participan muchos enmascarados en una ceremonia muy particular en honor a San Baltazar. Aquí la mirada y la palabra de Fernando Allen, artista que con su cámara curiosa fotografía ritos desde hace al menos tres décadas.

Este año, luego de que se suspendieran todas las actividades colectivas a causa de la pandemia, también regresaron las fiestas populares a muchos pueblos y ciudades. Y, entre las más recientes está la que Fernando Allen Galeano, volvió a fotografiar con una mirada nueva. Se trata del rito del Santo Reye Ára en la compañía Rosado de Tobatí, zona de ladrilleros y artesanos de la madera.

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En ese bello rincón de Cordillera, las festividades se inician con el Alba, un recorrido de los kamba por las 18 familias que tienen sus santos protectores. En las casas y como pago de sus promesas, realizan el Kamba Jeroky.

Sin embargo, estos registros no son nuevos en la trayectoria del artista visual. Durante junio del año pasado, Allen expuso “(A) Imagen de dioses y espectros” con la curaduría de Fredi Casco en la galería Fábrica.

En ella se reflejaron cuatro rituales: El Guaykuru Ñemonde, celebrado en Emboscada; los Kamba Ra’ãnga de la festividad de San Pedro y San Pablo de Altos; el Debylyby, ceremonia ishir del Alto Paraguay, Chaco, y el Arete Guasu de los chiriguanos de Boquerón, también en el Chaco.

Por eso, nos acercamos a Fernando Allen para conversar sobre el porqué de la atracción que ejercen sobre él estas fiestas comunitarias que vienen de muy lejos y son expresión genuina de las zonas donde aún permanecen.

–¿Cómo comenzaste a fotografiar el evento de la procesión de las máscaras del 6 de enero en la comunidad Rosado de Tobatí?

–Hace unos 35 años comencé a interesarme y fotografiar las fiestas populares y patronales en el interior del Paraguay. No recuerdo con exactitud en qué momento comencé a asistir a estas peculiares celebraciones con máscaras, conocidas como Kamba Ra’ãnga, en la zona de Altos, Tobatí y Emboscada, principalmente. En aquellas primeras visitas, en este caso a la Compañía Rosado de Tobatí, quedé impresionado con las singulares características de este ritual, cuya utilización de máscaras y disfraces era el elemento principal.

UN VIAJE EN EL TIEMPO

–Lo imaginamos como un viaje en el tiempo...

–Y sí, en esos tiempos éramos muy pocos los extraños que asistíamos a la fiesta. La comunidad de Rosado era casi un mundo perdido, aislado a pesar de la cercanía con la ciudad de Tobatí, un espacio muy hermoso donde las casas no tenían –y aún no las tienen hoy día– murallas ni separación que las aísle unas de otras. Muchos árboles, calles silenciosas y los cerros circundantes como protegiendo todo ese microuniverso e insertándolo en un paisaje casi onírico. Ese era el escenario del rito, que cada 6 de enero explotaba en una fiesta de colores, máscaras, danza y música de la bandita Para’i, en honor a San Baltazar, patrono de la comunidad. Con el tiempo, la fiesta fue haciéndose más conocida y hoy día es un punto de atracción tanto por la presencia de los Kamba Ra’ãnga como por la posibilidad de adquirir máscaras y otras piezas hechas por los artesanos de la comunidad.

–¿Las máscaras vienen solo del rito afro o tienen alguna reminiscencia indígena o de cultura criolla?

–En el caso del Kamba Ra’ãnga local, digamos que se trata de un fenómeno particular, que estimuló una respuesta simbólica a los miedos vigentes durante parte importante de la historia colonial, principalmente generados por las invasiones bandeirantes y las incursiones de los guaikuru. Tiene, pues, un origen colonial. Lía Colombino, en su texto “La luz sobre el rostro”, observa la etimología que asienta los orígenes de la palabra “kamba” en lo otro, el otro, lo distinto de lo propio, lo ajeno, extraño, enemigo a veces. Hay pues una relación con el enemigo, el que infunde un miedo tal que debe ser exorcizado, neutralizado de alguna manera. Ese enemigo era, generalmente, de piel oscura, un kamba cuya ferocidad se aplacaba tomando simbólicamente su lugar detrás de una máscara, apropiándose así de su imagen.

–¿Podría decirse que es un fenómeno de sincretismo religioso?

–Sobre el tema del sincretismo religioso, en algún momento que no puedo precisar y a partir de las primeras referencias a la existencia de estos enmascarados (fines del siglo XVIII), se produjo la tal alianza entre el ritual popular y el religioso (católico).

Lía Colombino sostiene que la pervivencia del rito quizá se deba a que representa la “alianza hispano-guaraní”, lo que salva al mismo de prohibiciones coloniales que afectaron diversos ritos, los cuales fueron perdiéndose en su mayoría.

–Vimos que a la actividad la vienen acompañando una serie de eventos feriales y artísticos. ¿Te parece que tiene un potencial cultural y turístico?

–La fiesta en la compañía Rosado es hoy en día un evento con esas características, aunque en realidad el potencial cultural lo tuvo siempre. Lo que se suma en la actualidad es un cierto carácter turístico, ya que cada año recibe gente tanto del interior como de la capital, así como visitas de parientes que viven en el extranjero.

POTENCIAL TURÍSTICO

–¿Qué necesidades de inversión pública ves para potenciar el sitio?

–La cuestión del potencial turístico, tanto en este caso como en otros similares, creo que existe, pero cualquier acción en este sentido debería darse bajo condiciones de respeto a la escala y características culturales del evento. Si pensamos en el desarrollo de un turismo de grandes números, como es el que se plantea en estos tiempos, creo que el daño a este entorno tanto ritual y simbólico como natural sería enorme. Sin embargo, un turismo a pequeña escala, respetuoso de estos elementos, es claro que podría funcionar, generando además ingresos a los artistas y artesanos de la zona. Algo así ya está ocurriendo ahora. En las fiestas del pasado 6 de enero hubo una importante concurrencia que asistió tanto a las celebraciones como a la feria de artesanía, principalmente máscaras, organizada en la comunidad.

–Hay otras seis fiestas de enmascarados en la Región Oriental. ¿Qué te parece destaca a la de Tobatí?

–Cada fiesta tiene sus propias características, tanto en la presentación de los enmascarados con sus disfraces, en los estilos y estética de las máscaras, cuanto en el desarrollo del ritual en sí. Particularmente, me gustan mucho en Rosado los bailes comunitarios al son de la bandita Para’i, con la gente que se traslada de casa en casa y los hogares están profusamente adornados con elementos coloridos (papeles, cintas, globos, etc). Sus dueños agasajan con bebidas –generalmente aloja, jugos y agua– y comida abundante, tanto a los kamba como a la gente de la comunidad que participa en la procesión en honor a San Baltazar y visitantes en general. En suma, una gran fiesta que una y otra vez repite las consignas del rito: ahuyentar los miedos y las aflicciones al tiempo de restaurar el sentido y los lazos comunitarios.



UN TRABAJO DE AÑOS

A propósito de su trabajo, reflexionaba Fernando Allen en los días de la muestra que realizó en junio del año pasado tras un período de 8 años sin una exposición individual de sus imágenes: “Uno se da cuenta de cuán fundamentales resultan estos procesos internos de (re)visión y reflexión sobre las imágenes que conforman un determinado cuerpo de obra. En este caso, fotografías tomadas en rituales populares e indígenas a lo largo de casi 30 años. La idea sobre la cual giró la conceptualización de esta muestra es básicamente la de alejarse del registro documental/etnográfico de estos acontecimientos para dejar lugar a que las imágenes de personajes enmascarados, disfrazados y/o pintados nos interpelen desde esos mundos misteriosos que, a la vez, (re)presentan y ocultan. La muestra se llama “(A) Imagen. De dioses y espectros”, se compone de 29 fotografías más una obra audiovisual en coautoría con Martín Álvarez Ferrario”.

Decía Fredi Casco en el texto curatorial “(A) o los velos de la imagen”: “Desde la noche de los tiempos, la máscara ritual ha sido uno de los dispositivos más potentes para conectar a los individuos con las instancias veladas de las estructuras sociales, de las prácticas políticas, de los sistemas religiosos. Tanto para aquellos que se ocultan detrás como para los que son confrontados por esta contracara, es posible vislumbrar la aparición de pretéritas y secretas formas que dieron origen y sentido a nuestras sociedades. La máscara es ese rostro que precede al individuo: es el pellejo de los dioses antiguos, aquellos que fueron lanzados del firmamento para luego ser cazados hasta darles muerte. “Escamoteando su propio rostro, el individuo se recupera desde el rodeo de lo otro”, nos dice Ticio Escobar. Por ello, la máscara es también la imagen de la alteridad que nos habita, el reflejo que se precipita en nos-otros, una puesta en abismo”.

SOBRE EL AUTOR

Fernando Allen fotografía desde 1985 y al año siguiente fundó la primera fotogalería del país, Fotosíntesis. Esta dio paso luego a un sello editorial que se especializó en fotolibros, libros de artistas, catálogos de museos y colecciones privadas de arte popular, indígena y contemporáneas. Participó en decenas de exposiciones individuales y colectivas y publicó 47 libros. Es también audiovisualista y registra el mundo mítico popular e indígena. También lleva adelante conversatorios, talleres y seminarios sobre arte y fotografía.

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