El 8 de diciembre de 2020 comenzó la vacunación anti-COVID en el Reino Unido. Fue el inicio de una campaña mundial de una magnitud desconocida. Un año después, más del 40% de la población mundial, 3.400 millones de personas, está vacunada y unos 20 inmunizantes han sido desarrollados.

El camino no ha sido fácil. Comenzó con la tensión entre Reino Unido y la Unión Europea por los retrasos en la entrega de la vacuna de AstraZeneca/Oxford. Siguió con la polémica sobre los efectos secundarios de este inmunizante.

Un año después, las desigualdades en la vacunación son flagrantes: los organizadores de la iniciativa Covax, que aspira a distribuir vacunas en los países pobres compiten, en el reparto, con los países con más recursos, dispuestos a pagar lo que haga falta. África, con 18 dosis administradas por cada 100 habitantes, es el continente más desfavorecido.

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La vacunación se ve acompañada en algunos lugares de protestas y rodeada de desinformación. También cobra fuerza en algunos países el debate sobre la posibilidad de tornar la vacunación obligatoria, en un momento en que regiones como Europa se ven sacudidas por una nueva ola de contagios.

Paralelamente, aumentan las investigaciones para homologar tratamientos anti-COVID, pero, como ocurre con las vacunas, los países con menos recursos están los últimos de la fila.

Las campañas de vacunación masivas contra el COVID-19 alimentan un flujo incesante de desinformación en internet y las redes sociales, unos rumores que exageran o inventan los efectos secundarios de los inmunizantes hasta convertir el remedio en peor que la enfermedad.

La distorsión de las cifras sanitarias

Desde el inicio de las campañas de vacunación, la farmacovigilancia (la rama científica encargada de detectar los efectos secundarios de los medicamentos) ha servido de herramienta para alarmar a la opinión pública. En la mayoría de países, cuando una persona o el personal sanitario detecta efectos desconocidos tras una vacunación, lo puede señalar a las autoridades, y esos registros acostumbran a ser públicos.

Corresponde a las autoridades sanitarias determinar si son efectos secundarios. En esos registros también se incluyen los decesos. Pero que una persona vacunada haya muerto no significa en absoluto que la causa sea el fármaco. Los efectos indeseables de las vacunas anti-COVID, como la miocarditis, la pericarditis o las trombosis arteriales han sido muy raros, sobre una base de miles de millones de dosis inyectadas en todo el mundo.

Y a pesar de ello, las redes sociales han divulgado una gran cantidad de mensajes sobre los “miles de muertos” que supuestamente habrían causado las vacunas, incluidas capturas de pantalla con cifras de esos registros públicos. A principios de noviembre en países como Taiwán o Australia se detectó un gran flujo de información en las redes sobre más decesos causados por las vacunas que por el virus.

Las especulaciones sin fundamento científico

Un rumor recurrente en las redes sociales es que la vacunación provoca esterilidad. La AFP ha dedicado varios artículos de verificación al respecto que desmienten esa teoría. Otro falso peligro: el fármaco provoca la enfermedad de Alzheimer. Otra especulación sin fundamento, que fue escrita por un militante antivacunas.

En cuanto se empezó a hablar del método de ARN mensajero, circuló la teoría de que ese tipo de vacunas modifica el génoma humano. Pero el ARN mensajero de la vacuna no llega al núcleo de la célula, donde se encuentra nuestro ADN.

La vacuna que te vuelve magnético

Innumerables videos TikTok circularon este año sobre la posibilidad de que la vacuna de ARN mensajero te “magnetice” el cuerpo, es decir, que se vuelva un imán. Las imágenes mostraban cucharas, imanes “pegados” sobre la piel...

Ese rumor se basa en dos teorías falsas: por una parte, que las vacunas contienen chips informáticos o sustancias metálicas, y, por otro lado, que utilizan una técnica conocida como magnetofección, que utiliza la química de las nanopartículas magnéticas y campos magnéticos para concentrar partículas que contienen ácido nucleico. Otra especulación relacionada con estas teorías es que las vacunas contienen grafeno, algo totalmente falso.

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Los muertos vacunados célebres

El exsecretario de Estado norteamericano, Colin Powell, murió el pasado mes de octubre con 84 años, de complicaciones relacionadas con el COVID, a pesar de que había sido doblemente vacunado. Eso provocó un alud de comentarios sobre la supuesta ineficacia de las vacunas anti-COVID.

Pero esas afirmaciones dejaban de lado dos importantes enfermedades que sufría Powell. Por un lado, un mieloma múltiple, un cáncer sanguíneo que afecta al sistema inmunitario, y por otro la enfermedad de Parkinson. Los fabricantes y científicos han explicado en innumerables ocasiones que la eficacia de las vacunas disminuye entre los más ancianos y las personas que sufren de otras patologías, porque el sistema inmunitario de esas personas es más débil.

Ese es también el caso de un famoso músico de la isla francesa de Guadalupe, Jacob Desvarieux, de 65 años. Falleció en julio a causa del COVID, a pesar de que había sido vacunado, lo que alimentó los rumores en una isla donde la oposición a la vacunación es muy fuerte. Sin embargo, esas pseudonoticias olvidaron un detalle importante: el músico había sufrido un reciente trasplante renal.

Fuente: AFP.

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