Jimmi Peralta - Fotos: Emilio Bazán y gentileza

El debate respecto a la equidad en el escenario, el rol de género, el fin de los prejuicios tradicionales y la valoración de la capacidad artística como norma primera ya tiene una importante cosecha dentro de la comunidad artística nacional. Tres instrumentistas hablan sobre sus trabajos, su formación y la experiencia vivida como mujeres en el contexto de la música.

El escenario es ese lugar donde se exponen el arte y aquellos y aquellas que la hacen, donde la obra consumada está encarnada para ser y para ser expuesta. Los ojos del espectador admiran una representación final, que es en el tiempo una mínima fracción de todo el trabajo previo. Detrás del telón, donde nace y se produce la obra que parece siempre fruto de la libertad, existen formas, procesos, costumbres y roles, entre ellos roles de género que con la sociedad misma están en debate y transformación.

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Patricia Álvarez, profesora de flauta traversa; Julieta Morel, baterista, y Paula Rodríguez, bajista, hablaron con Nación Media sobre sus experiencias particulares dentro del ambiente de la música como mujeres y sobre el momento respecto a la valoración del trabajo femenino, delante y atrás del telón.

Así como se estilaba hasta hace poco tiempo profesiones para hombres, colores para mujeres, formas de sentarse para señoritas, etc., también existían instrumentos propios para tal o cual. Las mismas restricciones sociales del trabajo femenino estaban presentes en la música.

“En el área de percusión y batería se está abriendo bastante y hay muchas chicas empezando a estudiar y trabajando profesionalmente en agrupaciones u orquestas, pero pienso que faltan aún muchas mujeres en instrumentos de viento, especialmente instrumentos de viento metal como trombones, trompeta o tuba. Esto hablando en el área tanto clásica como popular, pero más que nada en el área popular escasea enormemente y se ve una minoría de mujeres instrumentistas en general; el área clásica está un poco mejor distribuida”, comenta Julieta.

Para Patricia la cuestión de emparejar género e instrumentos fue algo más determinante en algunos instrumentos como la percusión y el contrabajo.

“Todavía hay gente que se sorprende al verme tocar el contrabajo, por ejemplo, o me hacen el tipo de comentario como de dónde saco la fuerza o cómo hago para mover, si lo muevo sola, por qué toco ese instrumento siendo mujer si es más para hombres, etc.”, señala Paula.

HERENCIA

La elección del instrumento pudo haber marcado un primer condicionante. El contexto familiar: Patricia es hija del maestro Luis Álvarez y nieta de Lorenzo Álvarez, Julieta es hija de “Toti” Morel, que les abrieron las puertas de la formación musical.

“Tengo la bendición de ser descendiente de una familia de músicos que siempre me impulsó a seguir en el hermoso pero un tanto difícil camino de la música”, comenta Patricia.

Paula llegó a la música llevada por su madre a estudiar con Richard Albospino y la cuesta arriba para ella fue la falta de congéneres.

“El desaliento vino a mediados de mi formación, cuando no tenía compañeras instrumentistas en el área del jazz y la música popular. Sentía una inmensa soledad y ganas de abandonar el género o de pasarme al clásico, pero tampoco pertenecía ahí. Así que perseveré con lo que sí me satisfacía en ese entonces a pesar de esa situación. Actualmente, sí siento un poco más de impulso y apoyo a las artistas mujeres y eso me inunda de alegría y esperanza”, explica Paula.

“Tuve el privilegio y la suerte de tener una madre que siempre me acompañó, por ese lado siempre estuve cuidada. Iba a los conciertos con ella y siento que muchos me ‘respetaban’ por eso, lo cual es un bajón también porque creo que toda persona debería ser respetada, ni qué decir si se trata de una menor. Los micromachismos y el acoso siempre estuvieron durante toda mi formación, aprendí muy a mi pesar a lidiar con eso y a armarme de una coraza para protegerme. Y también viví muy de cerca los abandonos de compañeras en el conservatorio a causa de acosos y que todos callaban. Se hablaba en los pasillos, pero nadie tomaba medidas”, agrega.

ABRIENDO SURCOS

El camino andado por Paula fue abrirse paso sobre un camino transitado o inconcluso para sus predecesoras. En el caso de Julieta, el camino que le tocó en parte fue más ligero gracias a las picadas abiertas por la misma Paula, respeto y camaradería de género en una escena fundamentalmente masculina.

“Mi proceso de formación en el escenario fue un tanto particular porque pienso que se dio más entre mujeres. Mi principal experiencia de aprendizaje en cuestión de ensamble lo hice con Band’elaschica, pero esto se dio porque justamente nos juntamos entre nosotras para poder hacer frente al difícil acceso que se tenía para ingresar dentro de la escena a tocar, totalmente dominada por hombres, con la sola excepción de Paula Rodríguez, hablando de la escena jazzística. Con ellas aprendí y crecí un montón y pienso que gracias a ellas puedo empezar ahora a tener más oportunidades. El obstáculo como mujer hubiese sido que realmente no habría tenido tantas oportunidades para ganar experiencia en el escenario cuando recién empecé si no fuese por Band’Elaschica, una agrupación de mujeres”, refiere Morel.

En ese sentido, Patricia comenta que “esa camaradería es fundamental para el éxito de cada una de esas mujeres. El aliento, el apoyo sincero y desinteresado entre todas nosotras es lo que nos fortalece como personas, mujeres, colegas y camaradas que somos”.

Una nueva comunidad de mujeres dentro de la música en el contexto de la defensa de derechos primero pone sobre la mesa algunas cosas que debatir, y después deja atrás viejas prácticas que afectan a las artistas y en el fondo al arte mismo.

Los prejuicios no son un monopolio de la tradición o de la masculinidad. Esa escuela da forma a todos y todas, y poder encontrarlos ante su propio reflejo implica un paso significativo.

“Me descubrí a mí misma un par de veces confiando más en el trabajo de un hombre antes que en el de una mujer, de manera arbitraria, solo por el hecho de ser hombre, sin tener información de las experiencias de ninguno. Me pasó en el campo de sonidistas, donde también escasean enormemente las mujeres”, rememora Julieta.

Las prácticas sociales tienen la cualidad de reproducirse de manera automática y eso no tiene la barrera del género. “Creo que también fui prejuiciosa. Me formé en un ambiente totalmente masculino, no conocía otra manera de trabajar que no sea a lo macho, al comenzar a laburar solo con mujeres me di cuenta de que era otra la forma, y tuve que adaptarme y rearmar mi propia manera de pensar y actuar”, confiesa Paula.

VALORACIÓN

Para Patricia, la valoración del trabajo de las mujeres está puesto cada vez más de relieve. “Hoy día el trabajo de la mujer músico es valorado y aclamado, tanto por el público como por los mismos músicos y dentro de la industria en general. Van surgiendo nuevos valores, mujeres empoderadas que abren camino con producción netamente nacional y de calidad. Y eso hay que aplaudir y expandir”, afirma.

El escenario está cubierto por el velo de belleza, a veces oculta sus detalles por el exceso de la luz y, sin embargo, entrama hilos que buscan desatarse. En él se oyen palabras que permitirán un diálogo. Sin duda, una parte del arte estuvo callada por el imperio de las formas, pero si hoy nacen, otro arte también lo debe hacer. En cambio, hay todavía mucho por dialogar.

“En primer lugar, el acoso y los espacios que se siguen dando a personas que violentan o violentaron a colegas mujeres. El entorno musical paraguayo es pequeño. Nos conocemos casi todos y sabemos de las cosas que pasan o pasaron, entonces creo que un gran avance sería que nuestros colegas, compañeros y amigos de la música empiecen a dejar de negar o fingir demencia y cuestionarse prácticas que retrasan el crecimiento equitativo profesional. Otro punto muy importante para mí es empezar a vernos y a tratarnos como pares, como colegas, con ánimos de trabajar juntos y no con la mirada paternalista con la que muchas mujeres nos topamos casi siempre a la hora de trabajar”, sentencia Paula.

PROCESO LENTO

Para Julieta, el avance, al menos en el circuito capitalino, se está dando. “Es un proceso lento, sabemos que no habrá cambios de un día para otro, pero existe una apertura, existe una discusión, y siempre que se hable y se pongan sobre la mesa las cuestiones a mejorar seguiremos creciendo en todo sentido. Hay algunos logros, hay una mínima presencia de mujeres en escenarios, pero es muy chica aún y es eso es bastante mínimo”, reflexiona.

En referencia a la exigencia cultural de plantearse la belleza como requisito para las mujeres, la baterista señala no haber tenido problemas con eso, en tanto que para Paula eso “nunca cambia, la exigencia es mayor para las chicas. Hasta por no sonreír al tocar nos critican”.

“Es un hecho que existe esa nueva camaradería y es lo que está impulsando a generar toda una movida diferente a la de siempre. Formo parte de Sorora Música y a través de ese colectivo estoy viviendo en tiempo real la gestación de proyectos de mujeres músicas y no solo artistas, sino todas las chicas que forman parte de la industria musical”, añade la bajista.

“Tocaba la flauta dulce y aturdía a todos en casa”

“De pequeña me encantaba la flauta dulce, la que se estudia en el colegio. Tocaba la flauta dulce y aturdía a todos en casa todos los días”, recuerda Patricia Álvarez sobre su vínculo con su instrumento. Hoy día se encuentra terminando el profesorado superior en flauta traversa, además del profesorado superior en canto lírico.

“Papá me había preguntado si quería estudiar flauta, pensando yo que era la flauta dulce y le dije que sí. Fue en 1997, año que se creó el Conservatorio Nacional y papá me inscribió, pero en la carrera de flauta traversa. Cuando fui a la primera clase me asusté, porque no era lo que yo fui a estudiar. Salí llorando de la clase. Mi papá me buscó y le dije: ‘Nunca más voy a volver para estudiar flauta’. Y él me dijo algo que hasta hoy y por siempre le agradeceré: ‘Ya empezaste y ahora vas a terminar’. Y acá me encuentro, gracias al amor y a la mano dura de mi papá”, explicó.

Patricia formó parte del exitoso Grupo Generación, de Villarrica, y con los años se sumó al trabajo con su padre, Luis Álvarez.

“Trabajo con él haciendo producciones de materiales discográficos y de eventos de gran envergadura, además de participar en eventos donde solicitan nuestros servicios musicales. Para el año próximo tengo pensado lanzar mi segundo material discográfico. Ojalá pueda darse”, finaliza.

¿Se viene una nueva música paraguaya?

En las últimas décadas se vieron reinterpretaciones y fusiones con la música tradicional paraguaya.

La creación hace 25 años de Conservatorio Nacional de Música, la digitalización de la formación y la producción musical, el acceso a instrumentos de gama accesibles de modo masivo son condiciones que permitieron que Paraguay cuente actualmente con recursos para producción y creación musical, lo que no necesariamente es acompañado por la incipiente industria.

La música tradicional paraguaya es una fuente inagotable de rescates, fusiones y reinterpretaciones, que permiten acercar al público las creaciones de los grandes y actualizar al presente lo impregnado en el ADN musical local.

“Yo creo que se puede pensar de varias maneras, pero sentir de una sola forma. La interpretación varía dependiendo del gusto, del conocimiento y de muchos otros factores. Me encanta que la música paraguaya llegue a toda la gente en la interpretación de cada estilo que fuera. Si bien no es el mismo estilo que sigo, respeto y valoro esa iniciativa que tienen”, explica Patricia Álvarez.

La ciudad va forjando un vínculo entre la música tradicional y el pop, volviendolo masivo en algunos casos. Paula Rodríguez comenta que tiene “sentimientos encontrados. La mayoría de las cosas que escucho, las percibo muy superficial, como una suerte de querer apropiarse de algo porque es lo que está de moda y no porque exista un interés real. No veo profundidad en el contenido, el discurso se queda en la superficie. Es una opinión absolutamente personal. De igual manera, creo que es como un ejercicio el intento de reinterpretación y tarde o temprano se hallarán caminos más orgánicos gracias a ese ejercitar”.

La mayor presencia femenina dentro de la música es una condición también para posibles transformaciones y el surgimiento de nuevas creadoras. ¿Se puede pensar en una nueva música paraguaya hoy?

“No creo que se pueda pensar en una ‘nueva música paraguaya’, porque todo tiene un proceso y un desarrollo, especialmente si hablamos de algo que tiene tradición y es justamente folclórico, que mientras sea orgánico y no forzado será más genuino, algo natural por decirlo de una manera. Considero que siempre es necesario experimentar y explorar, pero también pienso que es importante comprender bien las raíces de donde se parte para así saber cómo modificar lo establecido de una manera que resulte como una continuidad y no como un quiebre sin sentido ni contexto. Dicho esto, pienso que los quiebres son necesarios también, pero siempre y cuando vengan de un propósito claro y consiguientes con la idea que vino antes”, indica la baterista Julieta Morel.

“La música siempre estuvo presente”

“Mi acercamiento con la música se dio desde chica, ya que mi papá es músico. La música siempre estuvo presente. Formalmente empecé a estudiar a los 15 años”, comenta Julieta Morel, marcada por una familia de artistas, ahora comparte formación y profesión con su padre “Toti” Morel y su hermano Víctor Sebastián Morel.

“Con mi papá empecé a estudiar y pienso que gracias a él terminó gustándome el instrumento más de lo que hubiera pensado. Su manera de enseñar música y batería son lecciones de vida básicamente, por eso logró que el vínculo con el instrumento sea tan fuerte, porque me sirve como recurso para transmitir un discurso, tanto personal como político, si se quiere, pero más que nada me permite prácticamente decir quién soy y tener un medio con el cual una pueda transmitir eso y, a la vez, explorarse, puede llegar a ser muy liberador. Es como aprender a conocerme a mí misma a través de mi instrumento”, agrega la joven baterista, quien se encuentra concluyendo la carrera de Licenciatura en Música Popular en la Universidad Nacional de Asunción (UNA).

Actualmente se encuentra involucrada en varios proyectos tales como Majuja Trío, Band’Elaschica, Trioité, Funk You Up, La Orquesta, al tiempo de colaborar como sesionista de bandas como Purahéi Soul, Sonido Chuli y Darlings.

“Mi formación se da en el escenario, tocando”

“A los 11 años mi mamá nos lleva a mi hermano y a mí junto al profe Richard Albospino, referente del rock nacional, a estudiar guitarra y bajo respectivamente. Ahí se inicia mi primer acercamiento con el instrumento. Al año siguiente ingreso al Conservatorio Nacional de Música y es donde culmino el profesorado en bajo eléctrico”, señala Paula Rodríguez, quien tiene una carrera como sesionista de varios proyectos, pero también una travesía como solista.

Paula forma parte de las primeras camadas de egresados del Conamu, cuenta con un discurso claro, crítico y de contenido social. En el bajo se formó con Tato Zilli, referente del jazz nacional, y luego estudió contrabajo.

Su vínculo con el instrumento se dio de inmediato. “En esa primera clase con Albospino, la sensación de cercanía familiar en el momento que agarro el bajo por primera vez, lo coloco en la pierna derecha y apoyo el brazo fue inmediato el vínculo”, evoca.

Actualmente forma parte de la Band’Elaschica, Evas y Tríoité, además de su proyecto solista Bajo Paraguay.


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