Parece concebida como un experimento: un ensayo tragicómico sobre la creación artística, la decadencia masculina, y la supuesta trascendencia de la poesía en un mundo que no la necesita. Sin embargo, lo que podía haber sido un retrato melancólico y lúcido sobre el fracaso —personal y estético— termina convirtiéndose en una acumulación de decisiones formales y narrativas que resultan más autoindulgentes que efectivas.

Rodada en 16 milímetros, con un formato 4:3 que busca evocar una estética de otra época —quizá en correspondencia con la anacronía de su protagonista y su universo poético marginal—, “Un poeta”, de Simón Mesa Soto, se construye desde el principio como una película que demanda ser tomada en serio. Y esa es precisamente su trampa: el uso del celuloide y del encuadre cuadrado, lejos de ser herramientas expresivas al servicio de la historia, se sienten como gestos estéticos vacíos, una especie de pedantería visual que acompaña bien el discurso elitista de su protagonista, pero que no se justifica en términos narrativos ni emocionales. No hay una relación directa entre el lenguaje fílmico y el mundo interno de los personajes, sino una afectación formal que termina distanciando más que acercando.

El relato gira en torno a Óscar, un profesor de literatura que, rondando los cincuenta o sesenta, vive en la sombra de una vida artística que nunca fue. El personaje encarna todos los clichés del poeta frustrado: egocéntrico, misógino, narcisista, decadente. Su única válvula de escape es Yurlady, una joven de origen humilde a quien intenta formar como poeta, en una relación ambigua que combina paternalismo, deseo encubierto y una búsqueda desesperada de redención personal. Mesa Soto, según sus propias palabras en las notas de prensa, quiso hacer una película libre, casi punk, que reflexionara sobre el arte desde dentro, y que usara la poesía como canal para hablar de lo inútil y lo esencial. Sin embargo, lo que logra es un film errático, que salta de escena en escena sin lógica interna, con acciones que resultan inverosímiles y que parecen más pensadas para causar un efecto (poético, irónico o absurdo) que para construir personajes complejos o un relato con ritmo y coherencia.

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La comedia “Un poeta” compite en la sección Un Certain Regard sobre un personaje obsesionado por la poesía. Foto: David Sánchez

Uno de los mayores problemas de la película es su inconsistencia tonal. A ratos quiere ser una comedia absurda, como en la escena delirante de la discusión entre personajes para decidir quién ha sufrido más históricamente: si las mujeres o los pueblos indígenas. En otros momentos coquetea con el humor feminista paródico, como cuando una mujer realiza una especie de performance de baile contra el patriarcado. Estos momentos, que podrían funcionar como crítica social o sátira lúcida, están mal integrados al resto del film, que en general se toma demasiado en serio a sí mismo. El resultado es una mezcla poco lograda entre comedia y drama, donde el humor no aligera el peso de lo solemne, sino que lo ridiculiza.

Hay algo en “Un poeta” que recuerda a “Los delincuentes” (Rodrigo Moreno, 2023), en esa manera de plantear situaciones serias desde el absurdo o el extrañamiento. Pero mientras en aquella película el tono está perfectamente calibrado y las actuaciones están medidas al milímetro, aquí todo parece excesivo. El principal ejemplo de ello es la actuación de Ubeimar Ríos, quien interpreta a Óscar. Su trabajo es tan desproporcionado, tan cargado de gestos y énfasis ridículos, que por momentos parece un personaje de Saturday Night Live antes que un hombre herido por el paso del tiempo y el fracaso vital. Ríos, un no actor (o actor natural) elegido por el director por su autenticidad y su conexión con la poesía, no logra transmitir ni la vulnerabilidad ni la inteligencia que el papel exige. Se dirá que es un recurso estilístico —una actuación grotesca a lo Buster Keaton descompuesto—, pero lo cierto es que su presencia rompe cualquier posibilidad de empatía o de credibilidad. A ratos parece que el director lo empuja a sobreactuar, como si quisiera que su caricatura simbolizara algo, sin que ese algo se haga visible. Es inevitable pensar en casos similares, como Viaje, del director peruano José Fernández del Río, donde el protagonista Marco Antonio Miranda también fue llevado por el director a una sobreactuación forzada que terminó arruinando el proyecto.

En contraste, las dos actrices protagonistas, Rebeca Andrade y Allison Correa, ofrecen actuaciones mucho más sólidas. Andrade, en particular, aporta una frescura y una sinceridad que le da algo de humanidad al relato. Sin embargo, el guion no le permite desplegar todo su potencial. La relación entre Óscar y Yurlady nunca se define claramente: no hay tensión, ni evolución, ni complicidad real. Es una relación funcional al discurso, pero sin carne dramática. Algo similar ocurre con la madre de Óscar: un personaje que declara su deseo de morir, pero cuya relación con su hijo es fría y carente de matices. No hay rencor, ni amor, ni siquiera indiferencia. Hay texto dicho, pero no vivido.

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La comedia “Un poeta” compite en la sección Un Certain Regard sobre un personaje obsesionado por la poesía. Foto: David Sánchez

El entorno educativo, otro de los escenarios del film, termina siendo también un espacio caricaturesco. Los profesores parecen salidos de una parodia, y las interacciones entre ellos recuerdan a un sketch fallido. Se entiende que el director buscaba un tono cómico-satírico, pero lo que resulta es una confusión entre estilo e ineficacia actoral. Como espectador, uno no sabe si reír, incomodarse o aburrirse.

Hay, eso sí, una voluntad autoral detrás del film. Mesa Soto quiere hablar de los dilemas de la creación artística, de la diferencia de clases, de la instrumentalización del otro en el arte, y de la fragilidad del hombre maduro en crisis. Y lo hace desde un lugar íntimo, casi confesional. Pero la falta de cohesión, el desbalance actoral y la desconexión emocional hacen que el resultado se sienta más como un ejercicio inconcluso que como una obra lograda.

En última instancia, Un poeta parece hablar más de su director que de sus personajes. Es un film que oscila entre el ensayo y la autoficción, entre la sátira y el autorretrato. Pero como ocurre con ciertos poetas que se enamoran más de su estilo que de lo que quieren decir, Mesa Soto termina atrapado en su propia imagen. Y el espectador queda afuera, mirando un espectáculo que no conmueve ni divierte, sino que provoca, a lo sumo, una reflexión amarga: que no basta con tener una buena intención artística si no hay una película que la sostenga.

* David Sánchez es un periodista franco español afincado en Toulouse, centrado especialmente en cine iberoamericano, miembro de la crítica internacional Fipresci. Sitio: https://www.tegustamuchoelcine.com.

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