• Por Josías Enciso Romero

El periodismo independiente no existe. Es pura mentira. Siempre está sometido al arbitrio de sus propietarios (o grandes anunciantes), quienes deciden qué publicar y qué censurar. La línea editorial define a quién hostigar con tenaz saña y a quién favorecer minimizando o soterrando sus fechorías. Implacables con unos y complacientes con otros. Es, en consecuencia, un cuento chino eso de la independencia. Un mito tan longevo como la presunta objetividad de los trabajadores de la prensa. Por tanto, que no vengan ahora con el blanco ropaje de la castidad aquellos que escriben o dicen lo que quieren porque, casualmente, están en sintonía con las pautas marcadas por los dueños o directores en el caso de que ambos no desempeñen el mismo papel.

Enarbolan la bandera de la libertad de expresión, que está reservada a los dueños de los medios. ¡Guay si un día amanecieran con ganas de contradecir a sus patrones! Y las simples tuercas en ese monstruoso engranaje aceitado por intereses empresariales y políticos son los más fanatizados por la “causa” de sus amos. O, quizás, tengan sus mismos sentimientos de afecto y repulsión según la cara del cliente. Pensemos de buena fe. Quizás, repito, compartan afinidades y odios con sus patrones. Lamentablemente, la conclusión es la misma porque recurren a iguales procedimientos inescrupulosos para falsear los acontecimientos y darles la mirada que está de acuerdo con sus fines y objetivos. La primera víctima es la verdad.

Los medios de comunicación dependientes del humor y las instrucciones de Natalia Zuccolillo (Abc Color, Abc Tv y radio Cardinal 730) y de Antonio J. Vierci (Última Hora, Telefuturo y radio Monumental 1080) desembozadamente desplegaron una intensa propaganda (desnaturalizando la información) para apuntalar la anémica candidatura de Efraín Alegre, de la Concertación Nacional. Con la arrogancia de los que sobrevaloran sus fuerzas e influencias creyeron que tenían ganada la batalla. Dos poderosas cadenas de comunicación, en cuanto a equipamiento y tecnología, no podían perder. Pero perdieron. Fracasaron. La maliciosa campaña en contra de Santiago Peña, candidato del Partido Colorado, fue derrotada por el pueblo soberano. En las urnas, que es el único camino posible de la democracia. Las elecciones no se ganan con tinta, ni con voces roncas, chillonas o histéricas, ni con imágenes de rostros adustos que convocan desde las pantallas de la televisión a una “guerra santa” para desterrar a la Asociación Nacional Republicana del escenario político. Nones.

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De nuestra parte, aunque no haga falta, permanentemente estamos reafirmando que somos un diario con orientación política clara y definida. Nunca embozamos nuestro rostro con el pañuelo de la falsa neutralidad. Tomamos partido por una causa, por una idea, por un proyecto de gobierno. Quienes abren nuestras páginas son perfectamente conscientes de lo que van a encontrar. Jamás hemos ocultado nuestra identidad. Además, nuestros enemigos periodísticos y políticos –así se declararon– ya nos metieron en el horno del infierno para la cremación final, previa extremaunción. Fuimos condenados por la turba de los hipócritas que no son capaces siquiera de una leve autocrítica. Aunque sea de refilón para guardar las apariencias. En las internas coloradas y las elecciones generales no hubo un solo día en que no intentaron pulverizar la campaña de Santiago Peña disparando por elevación en contra del líder del movimiento Honor Colorado, el expresidente de la República y actual titular de la Junta de Gobierno de la ANR, Horacio Cartes. Y el búmeran les golpeó en un pleno de mandíbula.

Vivían pendientes del “cartismo” y dependientes del Gobierno, de quien son cómplices directos de sus grandes actos de corrupción. Así que, independientes, lo que se dice independientes, no fueron. Y está visto que no lo serán. Estas cadenas desconocieron la estafa al Estado –concretadas algunas y en grado de tentativa otras– en plena pandemia. No publicaron las denuncias de fraudes durante las internas del Partido Liberal Radical Auténtico, pero sí los alegatos de la defensa. Ni las numerosas y millonarias deudas del PLRA bajo la presidencia de Efraín Alegre. Ni se acordaron de sus rutas fantasmas. Ni de su paso arrasador por el Ministerio de Obras Públicas y Comunicaciones (MOPC). Desempolvar eso sería prestarse a los propósitos del cartismo. Entonces, mejor sepultar la realidad. Se preocuparon porque la ANR no encontraba fuente de financiamiento y, había sido, la Concertación Nacional estaba en las mismas condiciones. Esa situación, no obstante, le da más valor a la victoria del coloradismo. A juzgar por las interminables series de artículos de Abc y Última Hora, los republicanos ganan hasta sin plata. Nuestro diario, con sus publicaciones, logró la destitución de dos ministros ligados al crimen organizado. Mientras, en la otra orilla, hubo un largo silencio, limitándose a reproducir las declaraciones de Marito de que se trataba de una “persecución política”.

Sin embargo, toda esa artillería resultó con pólvora mojada. O percutor defectuoso. O cañón desviado. O boca curvada. Cualquiera sea el caso, no dieron en el blanco. El electorado no se dejó domesticar ni engañar. Y Santiago Peña ganó las elecciones por más de 460.000 votos. En términos comparativos con los anteriores comicios de la transición democrática, puede afirmarse con toda autoridad que fue una tremenda paliza. Paliza que se extendió a los medios que perdieron toda credibilidad. Medios autoproclamados independientes. Es cierto: independientes de la veracidad y de la ética. Porque ni ética para asumir públicamente sus posiciones tienen. Por algo deberían empezar. Nunca es tarde cuando existe voluntad. ¿O la vanidad es mayor? Nuestros buenos deseos es que les sea leve.

Con la arrogancia de los que sobrevaloran sus fuerzas e influencias creyeron que tenían ganada la batalla. Dos poderosas cadenas de comunicación, en cuanto a equipamiento y tecnología, no podían perder. Pero perdieron.

Las elecciones no se ganan con tinta, ni con voces roncas, chillonas o histéricas, ni con imágenes de rostros adustos que convocan desde las pantallas de la televisión a una “guerra santa” para desterrar a la Asociación Nacional Republicana del escenario político.

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