En la comunidad de Tierra Prometida, del distrito de Itakyry, muy distante de todo, pasó la mayor parte de su vida laboral una enfermera que enfrentó las necesidades del servicio, para mantenerse por 32 años en el puesto de salud, la mayor parte sin médico.
Es la licenciada Ramona Ester Flores Burgos, quien sostuvo con vehemencia que su amor a la gente humilde y el compromiso con la salud la hicieron sobrellevar sola la atención a una población absolutamente carente. Itakyry, siendo uno de los distritos con mayor índice de pobreza, integra hoy la Mesa de Protección Social.
Esa tarea de atender a “cada una de mi gente” y cómo fue superándola, compartió en diálogo con La Nación/Nación Media. Mencionó que hoy se siente recompensada porque luego de tres décadas, a inicios de este año, fue trasladada al puesto de salud ampliado de Minga Porã, en el área de farmacia.
Dijo que le gusta su trabajo porque siempre gestionaba medicamentos para quienes ella denominaba “mi gente”, durante todo el tiempo que estuvo en el anterior puesto de salud. Contó que dos veces por semana realizaba las visitas regulares a los pobladores del territorio que atendía como puesto de salud.
“Si hay necesidad, estaba al llamado 24 horas”, enfatizó la enfermera Ramona. “Aún con todas las precariedades del Estado, mi trabajo es llevar salud a la gente, es servir a todos por igual, muy en especial a los nativos, por eso seguí adelante”, expresó la trabajadora de salud.
Ella no solo se ocupó de cumplir con su función, sino también proveía insumos, ropas, abrigos, incluso medicamentos a las personas que visitaba. Su compromiso con la gente la llevó a cubrir algunas de las necesidades no proporcionadas por el Estado.
Por las urgencias, son muchísimos los casos en que debió hacer partos domiciliarios porque ya no había tiempo de trasladarlos a otros puestos. Contó que durante las tres décadas de trabajo en la comunidad Tierra Prometida logró hacer nacer 53 niños.
“Dejé de hacerlo cuando decidí que ya no lo haría en esas condiciones y los hacía trasladar a todos”, expresó la enfermera en el tiempo en que aún estaba en el puesto de salud de Tierra Prometida.
LLEVAR LECHE
Además del control prenatal y los propios partos de los que se ocupaba, su tarea consistía en ejecutar todos los programas regulares del Ministerio de Salud Pública, ya sea en vacunaciones como otros como el Programa Alimentario Nutricional Integral (PANI), con la distribución de la leche.
Mencionó que una parte esencial de su trabajo fue llegar a la casa de la gente, no importa los obstáculos que deba sortearse, aunque más no sea para llevar un kilo de leche.
“Muchos debían caminar 30 kilómetros para llevar un kilo de leche y eso impedía que pudieran llegar al puesto de salud, por eso me iba a llevarles; en muchas de esas casas, ni humo ya se veía por la falta de la leche”, comentó Ramona, con el tono quebrado al recordar esos años y la pobreza que enfrentaba en su tarea cotidiana.
Son tres comunidades nativas que durante la pandemia estaban a su cargo con todas las dificultades que implicó la larga cuarentena. Mencionó que ni un solo indígena resultó positivo al covid y a todos logró aplicarles la vacuna. “Saber que lo importante es llegar a ellos es algo que ayudó mucho”, remarcó la enfermera.
APOYO DE LA FAMILIA
Rosa Esther Flores Burgos refirió que tuvo el apoyo de su familia durante todos los años que estuvo en el puesto de salud. Dice estar felizmente casada, tiene cinco hijos, de los cuales, “cuatro están conmigo y un ángel en el cielo”, según expresó.
Su “compañerita inseparable” en los recorridos fue su hija, quien desde los diez años la acompañaba a cruzar arroyos para llegar a las casas más alejadas. También la ayudan sus otros hijos. “Dios y la Virgen me dieron el don de servir, sin mirar las dificultades porque hay muchas, sino por amor a mi función. Solo veía las necesidades de la gente humilde a la que debía servir, porque tengo muchas dificultades, pero nunca ponía frente a mis necesidades”, concluyó Ramona Flores.