DESDE LA FE

  • Por Mariano Mercado

«No tengas miedo, María; Dios te ha concedido su favor. Quedarás encinta y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús» Lc 1,30-35 Y por obra del Espíritu Santo, María, Virgen, se siente y se sabe Madre.

Madre e Hijo en la unidad, gracias al amor eterno y misericordioso de Dios. Ella conmovida con el Verbo encarnado en su vientre, fue creada para ser Madre del Creador. La Inmaculada, libre de pecado, llena de gracia, toda enternecida, vive profunda e íntimamente su adoración al Hijo de Dios que siente gestarse en su seno. Amor absoluto de una Madre con su Hijo, carne de su carne, que toma cuerpo gracias a su Fiat (Sí), y al que llena de amor y lo llama: «Ven hijo, ven Jesús ven, ya te quiero tener en mis brazos, para que seas la Luz que brille en las tinieblas».

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¡Qué maravilla el adviento de María! Qué gran felicidad para la Virgen, ser Madre del Salvador, del Mesías. Qué gran misterio el que ella experimenta y atesora; alabando con su alma engrandece la Gloria del Señor. ¿Cómo habrá sido su vida durante la espera del nacimiento de su Hijo?

El “SÍ” espontáneo en el momento de la Anunciación, encierra la expresión más profunda de fe, de confianza y compromiso con Dios, quién eligió que su Hijo naciera del vientre de una joven mujer, bajo el abrigo y la protección de una familia.

Hoy iniciamos el camino de espera, Adviento, tiempo litúrgico para abrir el corazón y recibir con felicidad el nacimiento de Jesús, de vivir confiados en el amor de Dios. Un camino de humildad y esperanza para iluminar la oscuridad interior, con el propósito de encontrarnos con la Luz de Jesús.

Últimamente, con el paso del tiempo, pareciera que el significado de la Navidad se va desdibujando, deshumanizando y se ha vuelto superficial, valoramos mucho lo material, el qué vamos a comer o beber, el consumo desmedido, la competencia, la posesión, la ambición y el egoísmo, en contra del verdadero sentido salvífico que tiene el nacimiento de Cristo.

Hay que saber parar la pelota y respirar, pero también sacudirnos y despertarnos. Adviento, es gratitud, es esperanza y libertad, es tiempo de reflexión profunda. Tiempo también de conversión de la mente y del corazón, encenderlos para volver a la inocencia, llegar a ser los niños que en verdad somos y observar con estos ojos, la grandeza del Padre que se nos revela en su Hijo.

En esta época cercana a la Navidad, desde la sencillez y el simbolismo del nacimiento en Belén, rememoremos con gratitud y emoción profunda el nacimiento de Cristo, Hijo de Dios. Miremos el futuro con el alma llena de esperanza y un propósito firme de conversión. Y así, como María, tengamos siempre una actitud de escucha y fortaleza espiritual para evangelizar con el ejemplo de vida.

Si nos preparamos para el cumpleaños de algún amigo o familiar, si buscamos la mejor ropa, el mejor zapato, debemos hacerlo también para la celebración del nacimiento del Salvador. Ese es el sentido de este tiempo litúrgico. Es momento de limpiar la casa, nuestro corazón.

Les invito pues, a que vivamos profundamente esta espera, a encender en todas las casas, con la familia, con los amigos, con el prójimo, las llamas de la corona de Adviento y así recibir los frutos del amor, paz y fe.

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