DESDE LA FE

Por Mariano Mercado

“El que no vive para servir, no sirve para vivir”. Esta frase atribuida al célebre escritor indio Rabindranath Tagore es una fuerte llamada a darle rumbo a nuestra vida a través del servicio a los demás, especialmente a los más pobres. Hoy se celebra la V Jornada Mundial de los pobres.1

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“A los pobres los tienen siempre con ustedes” (Mc 14,7). Jesús pronunció estas palabras en el contexto de una comida en Betania, en casa de un tal Simón, llamado “el leproso”, unos días antes de la Pascua. Según narra el evangelista, una mujer entró con un frasco de alabastro lleno de un perfume muy valioso y lo derramó sobre la cabeza de Jesús. Ese gesto suscitó gran asombro y dio lugar a dos interpretaciones. La primera fue la indignación de algunos de los presentes, entre ellos los discípulos que, considerando el valor del perfume –unos 300 denarios, equivalentes al salario anual de un obrero– pensaron que habría sido mejor venderlo y dar lo recaudado a los pobres.

La segunda interpretación la dio el propio Jesús y permite captar el sentido profundo del gesto realizado por la mujer. Él dijo: “¡Déjenla! ¿Por qué la molestan? Ha hecho una obra buena conmigo” (Mc 14,6). Jesús sabía que su muerte estaba cerca y vio en ese gesto la anticipación de la unción de su cuerpo sin vida antes de ser depuesto en el sepulcro. Jesús les recuerda que el primer pobre es Él, el más pobre entre los pobres, porque los representa a todos. Y es también en nombre de los pobres, de las personas solas, marginadas y discriminadas, que el Hijo de Dios aceptó el gesto de aquella mujer.

En la compleja y voluble sociedad actual vivimos marcados por la inercia materialista, la incertidumbre, la ambigüedad y lo etéreo. La satisfacción pasa por el placer efímero que brinda la comodidad, el “poseer más”, el “ostentar mejor” y el “ser más que los demás”. Sin embargo, estos frívolos motivos que generan una superficial felicidad.

Servir no es fácil, es ir más allá de nuestra zona de confort y de los egos. Implica un crecimiento espiritual, un sacrificio, un acto de fe para la entrega generosa y desinteresada. Todos los días tenemos la oportunidad de dar, de ayudar y esto lo digo, en el más amplio sentido: dar y darse, lo que no se reduce a un acto de caridad material.

Estamos llamados a actuar con empatía, con humildad y compasión, entendiendo la realidad que envuelve a cada uno y como la percibimos, reflexionando, viéndonos en el otro, sin prejuicios. Las pequeñas acciones; como dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, una palabra de aliento, o simplemente escuchar a quien necesita desahogarse, son las llaves que abren nuestra conciencia y el corazón, enriquecen nuestra vida y alimentan nuestra alma.

La caridad y la empatía fomentan la comunión con los demás. En esta “común unión” afloran las virtudes cristianas, las que dejan huellas en los corazones desprotegidos, tristes y abatidos. Conocemos numerosos ejemplos de quienes, reconociendo esa vocación de servicio han transformado su vida en una acción constante.

En este contexto quiero hoy resaltar a una comunidad misionera: la “Fraternidad El Camino”, que tiene 10 años de misión en Paraguay. Es una comunidad relativamente joven, fundada en Brasil en el año 2002 por el padre Gilson Sobreiro de Araújo y la madre Sierva de las Llagas Ocultas del Crucificado. Una gran familia formada por religiosos y laicos que bajo el carisma: “el seguimiento de Jesús pobre” sirven dedicados a la atención de los necesitados, de los niños huérfanos, de los adictos, de los marginados y realizan misiones itinerantes evangelizando por todo el país. Estas acciones posibilitan no solo que Jesús sea conocido, sino que esos hombres y mujeres en recuperación sientan al compartir la vida comunitaria, que son hijos de Dios.

Al final de nuestras vidas no seremos juzgados por cuántos diplomas hemos recibido, cuánto dinero hemos conseguido o cuántas cosas grandes hemos hecho. Seremos juzgados por: “Yo tuve hambre y me diste de comer, estuve desnudo y me vestiste, no tenía casa y me diste posada”, son palabras de la madre Teresa de Calcuta.

El Santo Padre nos invita en su mensaje de hoy a no esperar a que los pobres llamen a nuestra puerta, es urgente que abramos los ojos, que abramos los oídos, que entendamos de una vez por todas el llamado del corazón y que vayamos a encontrarnos con ellos.

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