Ha llegado a lo más alto en la jerarquía religiosa, pero el cardenal Cristóbal López sigue prefiriendo que, por lo menos aquí, se lo siga llamado “pa’i Cristóbal”. En un encuentro en el programa “Desde la fe”, del canal GEN, habla de muchas cosas y dice, entre otras, que llega el momento en que quien es cristiano comprometido, tiene que ensuciarse las manos, en el buen sentido de la palabra. No con la corrupción, sino en el combate contra ella.

El cardenal Cristóbal López, el pa’i Cristóbal López como le gusta que lo llamen, estuvo en el programa “Desde la fe”, emitido por GEN. “Avy’aiterei de estar en Paraguay después de casi 20 años”, saludó y comentó que los 15 días que hace que está en el país le resultan insuficientes. Agregó que el motivo de la celebración de los 125 años de la presencia salesiana en Paraguay fue “la gota” que colmó el vaso para que regresara.

“Viví el centenario hace 25 años, yo era provincial salesiano y me tocó organizar, vivir y planear toda la celebración. Me gusta decirlo, una triple actitud: mirar el pasado con gratitud, hacer una revisión de lo que suponen 100 años, en este caso 125 de trabajo, de presencia salesiana aquí; vivir el presente con pasión. El pasado nos tiene que animar a enraizarnos y a comprometernos más y mejor, y sobre todo después mirar el futuro con esperanza, abrazar el futuro con esperanza y con confianza. Son 125 años que han contribuido a transformar el Paraguay en muchas facetas.

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– ¿Cómo fue la llegada de pa’i Cristóbal a Paraguay?

– Fue el 15 de octubre de 1984 a través de un avión de Iberia que hizo el trayecto Madrid, Río de Janeiro, Asunción. Llegué y la primera impresión fue un bochorno extraordinario, salir del avión donde había aire acondicionado, climatización, abrir la puerta del avión y una bocanada de aire caliente y húmedo que realmente me sorprendió. Y llegué a un país donde todo estaba verde. Yo veía vegetación por todas partes, eso me maravilló, y donde hacía mucho calor. La gente era muy cálida en su amistad y por eso es que me resultó extraordinariamente fácil integrarme porque el país, las personas fueron muy acogedoras conmigo.

– ¿Qué hizo el primer día?

– Era el día de Santa Teresa y un tal Edmundo Valenzuela me llevó a Ypacaraí porque yo iba a confesar al estudiantado salesiano. Y me dijo “¿quieres venir? Vamos. ¡Ah!, ¿español? Santa Teresa era española, te toca presidir la Eucaristía y predicar”, así que el día que llegué ya me hicieron trabajar.

– ¿Qué le dio el pa’i Cristóbal López a Paraguay y qué recibió en esos años de estadía?

– La primera parte deberían responder otros, no yo; en todo caso, puedo decir que le di 18 años de mi vida, los centrales, desde los 32 a los 50, le di todas mis energías porque en esos 18 años verdaderamente viví con una intensidad extraordinaria la misión que se me encomendó, las tareas que se me encomendaron. ¿Qué me dio Paraguay a mí? Me dio la nacionalidad, quiere decir que me acogió, me adoptó como paraguayo, así como adopté el país como mi país. Me dio una nueva visión de la religiosidad popular, yo pude apreciar lo que es peregrinar a Caacupé, lo que es sembrar novenarios, lo que es la gente que vive su fe de una manera muy afectiva y eso es algo muy positivo porque redescubrí muchos valores. Me dio una nueva dimensión a la devoción Mariana, también me dio la posibilidad de trabajar con jóvenes, de 15 a 25 años, ayudándoles a hacer un itinerario de educación en la fe.

– Son muchos 18 años.

– Sí. Paraguay también me dio la oportunidad de trabajar en mi segundo oficio, que es el de periodista. Pude ser director de Radio Cháritas, coordinar la visita papal desde la dimensión comunicacional, me dio la oportunidad de recibir al papa Juan Pablo II en su visita a Paraguay y vivir tantos acontecimientos como la caída de una dictadura de 35 años, el inicio de una transición democrática que todavía dura. Viví un cúmulo de acontecimientos que me enriquecieron profundamente, no en cuestión de dinero, pero sí de vida cristiana y dogmática. Ahora que vengo a Paraguay, vengo a mi casa.

– ¿Cómo fue el proceso de la elección del pa’i Cristóbal como cardenal y acompañar al Santo Padre en este trabajo de asesorarlo?

– Eso hay que preguntárselo a él, porque el Santo Padre elige a los cardenales según su mejor criterio. Ahí no intervienen ni obispos ni nuncios, es él personalmente el que lo decide. A mí me conoció el Santo Padre con ocasión de la visita que realizó a Rabat, Marruecos, en marzo del 2019. Y seguramente le caí en gracia.

– Usted ya era arzobispo.

– Sí. Yo era arzobispo desde un año antes. Seguramente le caí en gracia y ya se sabe que es mejor caer en gracia que ser agraciado. Seguramente fue por eso porque el Papa quería impulsar el diálogo islamo-cristiano, el diálogo interreligioso, que pensó que era bueno que alguien de las iglesias del norte de África estuviese en el Colegio de los Cardenales. El Papa siempre habla de ir a las periferias y entonces él lo cumple en sus viajes y también en la designación de los que van a ser miembros de ese consejo que se llama Colegio Cardenalicio.

– ¿Cuántos cardenales hay?

– Hay 220 cardenales en el mundo, de los cuales 100 ya están jubilados, tienen más de 80 años y 120 somos electores, es decir que en caso de que el Papa dimita o muera, somos los que entramos al cónclave para elegir al nuevo Papa.

– ¿Qué sintió cuando supo la noticia?

– Para mí fue una sorpresa total. Yo no tenía absolutamente ninguna idea. El Papa no me llamó, no me consultó, no me dijo nada, simplemente yo me enteré por terceros que habían visto al Papa en el Ángelus del domingo 1 de setiembre sacar un papelito del bolsillo y decir: “Anuncio que voy a crear 13 nuevos cardenales”. Y el último de la lista era monseñor Cristóbal López Romero, arzobispo de Rabat. Así fue la cosa.

– ¿Qué le pidió el Santo Padre cuando fue a Roma para tomar el cargo?

– Nos habló a todos y nos dijo que teníamos que ser hombres de misericordia. No es que él nos pidió a cada uno una tarea concreta ni nosotros tuvimos tiempo de pedirle a él cosas tampoco. Pero el Santo Padre nos da buenas orientaciones a los nuevos obispos que tenemos un curso de preparación de 15 días, también nos dijo que el obispo tiene que ser un hombre de oración, tiene que ser un hombre de anuncio, un hombre de comunión. Y eso mismo vale para un cardenal, lo que pasa es que el cardenal, además de preocuparse por su diócesis, en mi caso Rabat, tiene que tener en la cabeza y en el corazón toda la Iglesia. Yo me intereso por América Latina, por África, por Europa, porque si tengo que ayudar en algo, pues conviene que esté enterado de lo que pasa en la Iglesia universal.

En estos días tuvo un encuentro con los salesianos ex alumnos y hablaba de la necesidad de tener cristianos comprometidos en distintas áreas.

– Muchas veces nos quejamos de que el país no es como nosotros quisiéramos, que hay mucha corrupción, que hay muchos secuestros, asesinatos, desigualdades sociales. Sabemos todos los males que aquejan a Paraguay y a otros países, pero no basta con quejarse, no basta con hacer el diagnóstico. Llega el momento en que el que es cristiano comprometido tiene que ensuciarse las manos en el buen sentido de la palabra. No con la corrupción, sino en el combate contra ella. Y entonces se necesita que la Iglesia, a través de los laicos, que son Iglesia, transformen la realidad de la economía, de la política, del mundo de la empresa, de la universidad, de la cultura, de la educación, del arte y de la comunicación, del tiempo libre, de la vivencia de la sexualidad, las diversiones; es decir, el mundo necesita personas que, presentes en todos los ámbitos de la realidad humana, metan el Evangelio por todas las rendijas y transformen la realidad según los criterios de Jesús.

– Debe haber un compromiso…

– Para que el reino de Dios crezca, para que el mundo sea según Dios lo quiere, para que seamos todos una familia, la familia de la humanidad, familia de Dios, entonces yo animo a los salesianos ex alumnos a que se comprometan. No tienen que ser ratas de sacristía, no pretendemos que se queden para siempre debajo de la pollera del pa’i, debajo de la sotana, sino que salgan a la realidad donde ya están, pero que lleven el Evangelio no debajo del brazo, sino en el corazón y en la mente. Hay que tragar el Evangelio, digerirlo, hacerlo carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre para que sea verdad lo que cantamos a veces: “Yo soy tu Evangelio, Señor. Yo soy tu palabra viviente, que vea en mi vida la gente tu claro mensaje de amor. Yo soy tu Evangelio, Señor”.

– Es importante…

– Es fundamental eso. No podemos decir la Iglesia tiene que hacer tal cosa. ¿Quién es la Iglesia? La Iglesia somos todos los bautizados, todos los seguidores de Cristo. No podemos estar pensando que el Gobierno va a cambiar el país o que los obispos van a moralizar la nación.

– Existen ideologías, movimientos políticos que buscan la aprobación de la ley del aborto, etc., ¿cómo podemos como católicos fortalecer el trabajo de defensa de la vida?

– Hay educadores o católicos que son educadores a través de la educación; hay cristianos que están en política, entonces a través de la política; hay comunicadores a través de la comunicación. Es decir que tenemos todos que poner de nuestra parte para que un valor como es la vida humana sea respetado desde la concepción hasta la muerte natural y para que no se lleven a cabo esas leyes que ya existen en Europa, por ejemplo, a favor de la eutanasia, que permiten que un niño de 13 años decida morir y se le tiene que ayudar a morir con el dinero del Estado sin que sus padres puedan oponerse. Es una barbaridad.

– ¿Qué mensaje le daría a la juventud paraguaya hoy?

– Que crean en sí mismos y crean en su país, que no pierdan la esperanza. Veo muchos jóvenes paraguayos, como también en Marruecos, que están decepcionados de su país. Esto nomás luego sucede aquí entre nosotros, en otras partes no. Hay que irse a otra parte porque aquí es imposible hacer nada, una especie de baja autoestima y hay una especie de autoflagelación. Está bien tener espíritu crítico, está bien hacer autocrítica, pero no hasta el punto que sea destructivo. Entonces hay que tener esperanza, tener confianza, abrazar el futuro con confianza y con esperanza porque se puede hacer un Paraguay mejor. Paraguay tiene los recursos humanos y naturales más que suficientes para ser un paraíso. Bueno, no alcanzaremos el paraíso, pero por lo menos un Paraguay un poco mejor. Para eso se requiere arremangarse, que cada uno trabaje, que cada uno dé lo mejor de sí mismo y si tenemos que lamentarnos de algo nos lamentarnos, pero sin quedarnos en la lamentación, pasando a la acción para mejorar. No hay que echarle las culpas al Gobierno, los obispos, a los dirigentes, tenemos que colaborar todos y poner de nuestro lado. Yo creo que ese es el mensaje: adelante con esperanza, nos mueve la esperanza.

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