DESDE LA FE

POR MARIANO MERCADO

El pasado 19 de marzo, con la solemnidad de San José, se inició el Año de este gran santo y también el año de la familia. Tomando como modelo la familia de Nazaret, el Santo Padre nos invita a la reflexión y a la evangelización en familia, poniendo a esta en el centro de atención de la Iglesia y de la sociedad. Ahora, ¿por qué este llamado es tan importante?

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No cabe la menor duda que la familia es el grupo primario social, donde el ser humano fortalece su identidad y sus valores. Donde se desarrolla física, emocional, psicológica y espiritualmente para construir una sociedad sana, fuerte y que avanza hacia la búsqueda del bien común.

Cuando hablamos de familia, la imagen que nos viene a la mente es la de: madre, padre e hijos, como modelo de familia ideal. En la actualidad, la realidad va transformando esa composición familiar. Vemos con más frecuencia a madres que luchan por sacar adelante a sus hijos sin contar con la presencia de la figura paterna. Familias disfuncionales o abuelos que asumen la crianza de sus nietos. Las familias perfectas no existen, tal como lo dice el papa Francisco, es decir, no hay familia donde no haya conflictos que resolver. Siempre hay algo que perdonar y corregir.

En los últimos años, han surgido numerosos movimientos, organizaciones civiles, líderes de opinión, grupos políticos, y sobre todo fuerzas económicas que, con odio y un peligroso fanatismo ideológico, tienen el propósito de incidir sistemáticamente tanto en las decisiones políticas como judiciales. También buscan afectar el libre pensamiento colectivo, buscando trastocar cualquier principio moral y fragmentar o, mejor dicho, abolir, la raíz de los valores sociales: la familia, especialmente la cristiana.

¿Quién puede creer que atacando a la familia y las tradiciones se favorece a la sociedad? Ocurre totalmente lo contrario, destruyendo la familia se destruye la sociedad. El desarrollo social, la convivencia y la vida humana están amenazadas de múltiples maneras, por el avance progresivo de la “cultura de la muerte”.

Contra esta nefasta cultura, la familia constituye la gran amenaza para estos grupos, al ser la sede de la cultura de la vida. Es necesario impactar de manera positiva y fuerte, principalmente en los niños y jóvenes, para que asuman su rol con entusiasmo y valentía, con el fin de poder contrarrestar con firmeza los antivalores y otras políticas antifamilias que se pretenden instaurar.

Por sobre todo, impedir la trastocada y controvertida interpretación de los derechos humanos, que hacen con la intención de legalizar el aborto y la eutanasia, cuando en realidad es un crimen, un asesinato. ¿En qué momento se instaló la idea de que matar está bien y proteger la vida está mal?

La familia, como bien, es la institución más influyente y modelo de referencia, de la cual, la sociedad no puede prescindir. Evidentemente necesitamos mejorar muchos aspectos en la relación familiar, padres más comprometidos en la educación integral de los hijos, ambiente de oración, de perdón y reconciliación. En este punto la figura de San José, como modelo de padre y esposo, es clave. Un hombre de profunda fe, fiel, justo, protector, prudente, trabajador, que cumplió con fidelidad la misión que Dios le encomendó.

El Santo Padre, en su encíclica Laudato Sí, refiere que la familia es el ámbito donde la vida, como don de Dios, puede ser acogida, dignificada y protegida de manera adecuada, contra los múltiples ataques a que está expuesta, y puede desarrollarse según las exigencias de un auténtico crecimiento humano. Hoy suena cada vez más fuerte la afirmación de San Juan Pablo II: “La familia es patrimonio de la humanidad”, es nuestra misión conservarla y protegerla.

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