Silvina Bernstein (54), casada y embarazada, tenía 32 años cuando llegó a Israel en el 2000 y su llegada coincidió con la Segunda Intifada (rebelión violenta de ciudadanos árabes que residen en el Estado judío), pero ella arrastraba una experiencia personal mucho más traumática y dolorosa: es una de las sobrevivientes del atentado terrorista que destrozó la sede de la AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina) en Buenos Aires, en julio de 1994.

  • Por Juan Carlos dos Santos
  • Twitter: @Juancads
  • Fotos Gentileza y AFP

El 18 de julio de ese año, minutos antes de las 10:00 de la mañana, Silvina, secretaria de la pre­sidencia de la institución, se encontraba trabajando como todos los días en su oficina, aunque, según ella lo relata, había algo más de gente que en días normales. Era el primer día de las vacaciones escolares de invierno en la Argentina.

Al cumplirse 28 años del cri­minal atentado que provocó la muerte de 85 personas y dejó heridas a otras 300, pero generó dolor y terror a miles, buscamos testimo­nios de quienes hayan vivido esa triste y dolorosa expe­riencia. Así, pudimos llegar hasta Silvina, quien vive en hoy en Binyamina, una localidad ubicada al norte de Israel, muy cerca del mar Mediterráneo.

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Los recuerdos de aquel día la marcaron para siempre y comprendimos cuando se excusó de traer al pre­sente nuevamente el terri­ble momento de la explosión y los momentos posteriores. Sin embargo, nos hizo llegar su relato que fue reproducido en el programa del periodista Marcelo Kisilevsky en Radio Kan de Israel.

LA AMIA, SU PRIMER TRABAJO

“Mi vida laboral la inicié en la AMIA, una organización sin fines de lucro que organiza y centraliza la vida social y cultural de la comunidad judía, especialmente en la ciudad de Buenos Aires. Ese día 18 de julio había mucho movi­miento en el edificio y ese día (18 de julio de 1994) llegué a mi lugar de trabajo cerca de las 8:30 de la mañana y como siempre saludé a mis com­pañeros y me dirigí hasta mi escritorio”, relata Silvina.

Al momento del atentado, el edificio de la AMIA se encon­traba en refacción y eso podría haber facilitado a los terroristas para llevar a cabo el san­griento atentado, el de mayor cantidad de víctimas morta­les en Latinoamérica y el pri­mero contra una comunidad judía luego de la Segunda Gue­rra Mundial.

“Mi oficina estaba en el pri­mer piso, en la parte trasera del edificio, justamente la que quedó en pie tras la explosión, pero solo unos minutos antes estuve caminado, haciendo unos trámites en la parte del frente del edificio, la parte que quedó destruida”, recuerda.

Poco antes de la explosión, Silvina cuenta que recibió la llamada de una compañera, quien le preguntó si podía bajar a usar su máquina de escribir eléctrica.

“¡FUE UN ATENTADO!, ¡FUE UN ATENTADO!”

“Al cortar se escucha una violenta explosión terrible e inexplicable y seguidamente se oyó el fuerte ruido de algo que se desmorona, todo quedó a oscuras y recuerdo la sensación de un fuerte olor con mucho humo que me impedía respirar. Trato de incorporarme y grito a mis compañeras preguntando cómo estaban y cuando me respondieron entonces me levanto y opto por cami­nar hacia la parte delantera del edificio hasta donde me acerco caminando despacio y me encuentro con un agu­jero impresionante de unos 3 metros y una luz muy fuerte y veo el edificio de enfrente”, recuerda.

En ese momento entró en razón sobre lo que había ocurrido y comenzó a gri­tar: “¡Fue un atentado!, ¡Fue un atentado!”. “Encuentro a una persona que vestía un pullover, era un conocido escritor de idish, lo tomo de la mano y al darse vuelta noto que esta persona tenía la espalda llena de esquirlas y vidrios. Tomo a mi compa­ñera Tamara, que permanecía paralizada en la silla, no se quería mover, estaba en total estado de shock. Las 5 personas que estábamos en la planta en ese momento nos juntamos, nos tomamos de la mano y caminamos hacia el patio que está en la parte trasera del edificio”, explica.

SIMULACRO SALVADOR

Silvina agradece por los ejerci­cios de simulacro de atentado que dos meses antes habían realizado en el mismo edificio, pues a partir del atentado con­tra la Embajada de Israel en marzo de 1992 se habían suce­dido llamadas amenazando con otro atentado.

En aquellos días, recuerda Silvina, tanto frente al edi­ficio de la AMIA como en todos los demás edificios vinculados de una u otra manera a la comunidad judía se habían colocado pilotes de concreto como una medida de protección.

En Asunción también se repi­tió esta situación. Por eso se puede ver en la calle General Díaz entre 15 de Agosto y Juan E. O’Leary un pequeño muro de concreto en la acera donde en aquel momento estaba asentado el Colegio Estado de Israel.

“Dos días antes, me imaginé que esto podía llegar a ocurrir y por eso llamé a mi hermana Judith y le dije que si pasaba algo como un atentado, voy a salir por el patio de atrás. El día del atentado fue ese patio el que sacó del lugar, me sacó del horror. El atentado fue a las 9:53 de la mañana y noso­tros fuimos evacuados alrede­dor de las 11:00″, cuenta.

Los cinco sobrevivientes del primer piso permanecieron en el patio trasero del edifi­cio por alrededor de una hora. “Toda esa hora fue de terror, porque Ana María (una de las compañeras que la acom­pañaba en el momento de la explosión) gritaba por su hija, quien poco antes había ido a la planta baja a buscar un café y mucha gente pensaba que fue una explosión producto de un escape de gas, pero yo vi el frente del edificio y supe que fue un atentado, no un escape de gas”, relata.

DEAMBULANDO COMO UN FANTASMA

Una hora y media después, Silvina relata que llegaron los bomberos y la ayudaron a salir del lugar y luego ella estuvo inmersa en el lugar y en la misma situación que el mundo conoció después a través de las imágenes. “Lo recuerdo y ahora mismo estoy temblando cuando lo cuento a pesar de que fue hace 28 años”, comienza a relatar los momentos siguien­tes al salir del lugar.

“Cuando salgo del edificio empiezo a correr desespe­rada por todas las calles, no me reconocía a mí misma tratando de huir y en ese momento me reconoce un compañero que estaba de vacaciones y llegó porque escuchó todo por la radio. Él me ofrece un teléfono celular y ahí llamo a mi familia. Hablo con mi hermana, con quien había compartido aquello del patio y ella me grita ¡estás viva! y me comenta que mis padres salieron desde el Gran Buenos Aires a buscarme, luego de escuchar en la radio, sin saber que yo estaba viva”, menciona Silvina.

Ella deambula por las calles de los alrededores de la AMIA sin que nadie la asista ni sepa que es una sobreviviente hasta que la encuentra un perio­dista que llegó al lugar y sale al aire, dando su testimonio. Menciona a quienes salieron con ella y mucha gente que la conocía la escucha y se entera de que era una de las sobrevi­vientes del atentado.

Luego sigue caminando sin rumbo y de repente ve a los lejos llegar a sus padres junto a ella. “Me abrazan, me sacan del lugar y vamos directo hasta el auto y en todo el tra­yecto hasta la casa de ellos fui escuchando la radio. Ape­nas llegué, me di una ducha y prendí al televisor. Solo que­ría ver la dimensión del evento y esa noche pude dormir sin ayuda de pastillas ni nada. Pero al día siguiente pedí que me lleven de nuevo hasta el lugar”, recuerda.

PAPELITOS CON NOMBRES

Silvina asegura que la expe­riencia israelí facilitó en gran parte la organización para saber quiénes estaban vivos. Recuerda que por la puerta de una escuela que estaba cerca pusieron hojas en blanco y los sobrevivientes llegaban a colocar sus nombres. Ella puso el suyo.

Luego el lugar terminó fun­cionando como un lugar de atención de emergencia para los afectados y familiares. Incluso en ese lugar Silvina y sus compañeros continua­ron realizando de alguna manera su trabajo diario, aun­que mayormente hacían ser­vicios voluntarios de ayuda y rescate desde ese lugar.

Durante los meses siguien­tes, un grupo de profesiona­les psiquiatras atendía gratui­tamente a los sobrevivientes, aunque ella tuvo que tomar una terapia privada que la ayudó a sobrellevar el trauma.

Silvina cuenta que a pesar de haber llegado a Israel en plena revuelta, el nacimiento de su primera hija le ayudó a sobre­llevar el postrauma, porque se sintió identificada con mucha gente que también perdió a seres queridos o sufrieron aten­tados. “No tuve que explicar y en otro país del mundo nunca me hubieran comprendido como en Israel”, menciona.

ARTE, SENSIBILIDAD Y TERAPIA

Hoy Silvina Bernstein se dedica al diseño en vidrio en Binyamina. Diseña ven­tanas en vitral para organi­zaciones y clientes priva­dos, pero además enseña las técnicas de su arte. Le dicen que ella no tiene alumnos, sino pacientes, porque la situación dolo­rosa por la que atravesó luego del atentado la hace tener mucha más sensibi­lidad ante casos similares de otras personas.

Sabe que su parte creativa le sirvió para sobrellevar todo lo que vivió por culpa del atentado. Con respecto a lo que espera de la justicia por lo sucedido en la AMIA, dijo sentir amargura y enojo porque “todos saben quiénes lo hicieron, pero nadie hace nada. A veces parece un vivir sin sentido, pero no estoy eno­jada con la vida porque me ha dado cosas hermosas”, con­cluyó emocionada.

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