Corría mayo de 1866 cuando un grupo de veteranos del desaparecido Ejército de los Estados Confederados de América se presentó en la legación paraguaya en París. El ministro Cándido Bareiro supo de un temerario plan orquestado por el misterioso mayor James Manlove. Era una locura, pero con la capacidad de influir en el curso de la guerra, y cambiar la suerte del Paraguay, contra la Triple Alianza.

  • Por Gonzalo Cáceres
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LA CUESTIÓN

Se corrió la voz y el asunto de los cor­sarios ya no era un secreto de Benites y Bareiro. El diario argentino La Tri­buna (del 10 de mayo de 1867) se hizo eco: “Nuestro poder de guerra fluvial, material­mente considerado, es nulo, y si por acaso cayera un corsario paraguayo en nuestras aguas, impunemente ofendería nues­tros pueblos y costas”.

Washburn sabía que el plan de Manlove solo le traería problemas y podía com­prometer al Gobierno esta­dounidense ante Francia, España y Gran Bretaña, si López aceptaba esta pro­puesta. Entonces, el minis­tro hizo lo que un político haría en tal situación: trató de disuadir a Manlove, que a esas alturas ya se encon­traba en Buenos Aires.

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LLEGADA AL PARAGUAY (II PARTE)

Sin embargo, en agosto de 1866, y tras meses sin saber de Washburn, el buen mayor Manlove, habiéndose con­graciado previamente con Bartolomé Mitre y los ofi­ciales argentinos en Tuyutí, marchó una mañana solo a cazar patos. Se escondió en los pastizales al norte del campamento de la Tri­ple Alianza y se escabulló a través de la línea, siendo cap­turado por una patrulla del Ejército paraguayo.

El estadounidense fue encarcelado en Paso Pucú. Trató de explicarse y pidió hablar con el mariscal. Los soldados examinaron sus pertenencias y, “como no había nada en ellas que mos­trara estar apoyado por una parte responsable, López, como era habitual, llegó a la conclusión de que era un espía o asesino, y su primer impulso fue fusilarlo” (un periódico de Buenos Aires hizo correr la voz de que era un “experto tirador al ser­vicio de los argentinos, con la misión de matar oficiales paraguayos”).

Pero, y para fortuna de Man­love, Solano López desistió y, en cambio, lo puso bajo cus­todia del temido coronel de Estado Mayor Luis Cami­nos, a quien Washburn con­sideraba un “inquisidor”.

Manlove insistió e insistió en la veracidad de su pro­puesta (sus reiteradas notas a López y al ministro de Gue­rra sobreviven hasta hoy día en el Archivo Nacional de Asunción). Bajo custodia del Ejército paraguayo, con­tinuó negando los cargos de espionaje en su contra.

REENCUENTRO CON WASHBURN

La situación de Manlove mejoró en algo con su salida de los calabozos de Paso Pucú y traslado a Asunción, pero su proyecto de corsa­rios llevaba meses varado.

El sudista se reunió con Washburn en la capital paraguaya y, si bien era téc­nicamente un prisionero, el diplomático solicitó al mariscal López un subsidio ya que Manlove era prácti­camente un indigente.

Y la cosa se complicó. En 1868, Washburn asiló en su legación a personas acusadas de conspirar contra López y el gobierno paraguayo lo acusó de ser cabecilla. Tras su renuncia, Washburn solicitó que el Congreso de los Esta­dos Unidos investigara su ges­tión en Paraguay y su relación con López quedó irremedia­blemente rota, llegando a congraciarse con los diplo­máticos de la Triple Alianza.

Pasó el tiempo y Manlove no consiguió más atención del Estado Mayor. A esas altu­ras Solano López se enfocó en la guerra total contra las fuerzas invasoras.

¿QUÉ FUE DE ÉL?

Es en este punto en el que el rastro de Manlove se diluye… y se pierde.

Algunas versiones indican que el desilusionado hombre fue puesto en libertad por las fuerzas brasileñas que llega­ron a ocupar y saquear Asun­ción. Se dice que posterior­mente lo habrían enviado ante la Corte de Pedro II en Río, que se lo vio luego por Buenos Aires y Montevideo y que un tiempo después volvió a los Estados Uni­dos, donde no se conocen más datos de su vida, ni de su muerte (habría fallecido en Golden, Illinois, en 1888).

Otras versiones indican que Manlove pudo haber sido devuelto al campamento del Ejército paraguayo por orden del mariscal López (sobre esto no hay nada escrito), sometido a los pro­cesos militares que comen­zaron en octubre de 1868 en San Fernando y ajusticiado por orden de los Tribunales de Sangre.

La verdad queda en deuda.

¿Y SI LO IMAGINAMOS?

Sin embargo, y si usted, que­rido lector, permite una ‘salvedad’, en “Diagonal de Sangre” el grandioso Juan Bautista Rivarola Matto fantasea con una idea romántica, quizá bus­cando un digno final para tan seductor personaje.

Rivarola Matto se imagina el final de Manlove en palabras del coronel Juan Crisóstomo Centurión, así lo cuenta: “Al momento en que (Bernar­dino) Caballero se lanzaba a la última carga de la bata­lla de Ytá Ybaté, apareció de súbito un gigante semides­nudo, montado en un moro con rabincha, riograndense, blandiendo un enorme sable. Se abalanzó al entrevero, hizo un estrago terrible, y cuando el enemigo hubo sido puesto en fuga, se alejó un trecho, encabritó su caballo, saludó triunfalmente a los asombra­dos jinetes paraguayos, y par­tió al galope perdiéndose en la distancia en dirección a los esteros del Ypecuá. Y eso es todo lo que se pudo averiguar de James Manlove”.

¿HUBIESE FUNCIONADO?

Aunque el Estado Mayor de Francisco Solano López siem­pre desconfió de Manlove, su excéntrico proyecto sí podría haber funcionado.

Los forzadores de bloqueos, de los que constantemente hablaba en sus cartas, habían destruido millones de dóla­res en tráfico comercial de los Estados del Norte durante la Guerra Civil.

Si el mariscal López hubiese otorgado a Manlove la patente de corso, el conflicto con la Tri­ple Alianza podría haberse tornado más complejo (consi­derando, también, que hubiese llegado a tiempo a los Esta­dos Unidos) y, tal vez, con un carácter internacional más favorable.

Las cartas evidencian que Manlove planeaba azotar las costas de Brasil, en su paso hasta Río de Janeiro y propinar allí una destruc­ción a cañonazo limpio, con desembarco y saqueo, así la Flota imperial se vería obli­gada a desbaratar el bloqueo impuesto en los ríos para­guayos en auxilio de su pro­pia capital.

Indudablemente, una flota corsaria con bandera para­guaya al ataque sorpresivo de las costas brasileñas hubiese llamado la atención de la prensa mundial e instado la intervención de las potencias (movidos por el interés de los bancos).

Pero López, al parecer, nunca llegó a considerar seriamente esta opción. No se conoce de documentos que demuestren que al menos lo llegó a debatir con su Estado Mayor. Lo cierto es que no pasó, no fue así.

Del rumbo de la Guerra Grande se sabe el final y sus consecuencias.

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