Carlos Martini es pre­sentador del noti­ciero del mediodía de Trece y una de las figuras del periodismo más recono­cidas y preparadas del medio local. Habló con La Nación en el marco de los 40 años del canal donde trabaja desde hace dos décadas, comentó sobre su presencia como inte­lectual dentro de los medios, y analizó la situación actual del periodismo y la tecnología.

Los libros, Guaraní, la docen­cia y el café son algunas de las pasiones de Carlos, pero tam­bién tiene un gran compro­miso con el trabajo y con la sociedad, siempre él preocu­pado desde su propia vivencia en la importancia de la salud mental, algo de lo cual tam­bién habló de paso.

-¿Cuántos años ya condu­ciendo noticieros? ¿Cómo llegaste a los noticieros?

-Mis comienzos en la tele­visión datan de 1991. Ahora bien, en 1995 llegué al Canal 13 como analista del noticiero central conducido por Óscar Acosta y Paz Vera. En noti­cieros me inicié en marzo de 1998 en la entonces TVDOS conduciendo el noticiero del mediodía con Lourdes Gar­cía. Y en Canal 13 en enero de 1999, también al medio­día con Paz Vera.

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Un libro y un café, la mejor compañía diaria de Carlos.

-Sos al parecer una per­sona de perfil más tímido y de grupo social reducido, al mismo tiempo sos una figura televisiva. ¿Hay una disputa entre ambas caras de tu “moneda personal” o se complementan?

-Hay una fuerte disputa. Siempre digo que mi pasión más intensa en el plano pro­fesional y emocional fue la vivida entre 1989 y el 2009 como docente en la Univer­sidad Católica. Soy soció­logo, lector obsesivo, escribo libros, soy tímido, depresivo y un solitario radical. Te darás cuenta que esos componen­tes chocan de frente con la hiperexposición mediática de imagen en TV. La terapia sicológica y psiquiátrica me ayudaron a sobrellevar estos mares huracanados de mi vida. Soy como el dios de los antiguos romanos, Jano, con dos cabezas. Dos perfiles en conflicto. Por algo, una de mis novelas de cabecera es “Dr. Jekill y Mr. Hyde”, de Robert Louis Stevenson.

-Solías hacer un análisis sociológico de los medios masivos. En la última década internet cambió la forma de distribución de contenido. ¿También cam­biaron el qué y el para qué de los contenidos?

-Se aceleró la velocidad de circulación de contenidos, falsos y verdaderos. Un periodista argentino, Hora­cio Tcheraski, ya a finales de los noventa, antes de las redes, señalaba que estába­mos pasando de la era de la rapidez a la de la instanta­neidad. Hoy parece que todo está al alcance de un click. Es un riesgo que puede lle­varnos a los medios tradi­cionales a errores mayús­culos. Pero también es una enorme ventaja al acceder a más información y variada. Pero lo que el periodismo debe seguir teniendo como hoja de ruta en cuanto a sus contenidos es la veracidad y la mayor precisión posi­ble. La verdad, en cualquier campo, es como la felicidad, una búsqueda permanente, inacabada, no un estado al que se accede para siempre. Me recuerda a Guaraní y sus arduos intentos de ser campeón.

-A 30 años de la caída de la dictadura, ¿observás plu­ralidad ideológica dentro de los medios locales? ¿Es necesaria?

-Son diversos los intere­ses económicos, políticos, familiares y religiosos. Los medios son ante todo empre­sas. En ese marco se notan énfasis, acentos y orientacio­nes muy distintas y marcada­mente contradictorias. Tene­mos miradas plurales en los medios. Más que necesaria, es inevitable.

-¿Como presentador de noticieros te incomoda o preocupa la permanente agitación de la idea de entretenimiento como transversal a la TV?

-El entretenimiento es uno de los pilares televisivos. Y estamos en lo que el comu­nicador español Roman Gubern llamó alguna vez el cruce entre el voyeurismo y el exhibicionismo. Tenden­cia que han potenciado las redes. Por otro lado, la tele­visión también es informa­ción. Solo que la misma en la TV no puede presentarse como en prensa escrita y radial, tiene componentes más emotivos, de espec­tacularidad y, no hay que negarlo, el entretenimiento en la información a mí, con más de dos décadas en noti­cieros, todavía me genera un ruido interior, que en solo un minuto o minuto y medio una información pueda ser ofrecida de forma adecuada. Pero la desaparecida can­tante Cecilia en menos de 3 minutos consiguió con “Un ramito de violetas” contar en forma magnífica la historia de la incomunicación en un matrimonio. Es lo que inten­tamos hacer en un noticiero. Claro que hay cada matrimo­nio que requerirá la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino para explicar su desbarajuste.

-Si pudieras elegir, ¿pre­ferís consumir los medios masivos más tradiciona­les o los actuales más tec­nológicos?

-Complicada pregunta para mí. Veamos, si de preferen­cias se trata prefiero releer “El nombre de la rosa” de Umberto Eco (imprescindi­ble novela para periodistas) volver a ver “Casablanca”, escuchar música de pelí­culas del cine clásico, asis­tir a la puesta en escena de cualquier obra de teatro de Tenesse Williams, disfrutar de un atardecer de invierno en Madrid, jugar con mi amigo caniche Tommy o retornar a la docencia en la Facultad de Filosofía de la Universidad Católica. Para lo demás, consumo tanto medios tecnológicos como los más tradicionales. Con todo el escepticismo del uni­verso, recordando siempre el mito de la caverna de Platón: muchas veces confundimos la verdad con las sombras, los reflejos.

-Como docente de comu­nicadores, ¿cuáles son las ideas o prácticas que más tratabas de fijar en tus alumnos al inicio da cada ciclo?

-Cuando era docente les insis­tía con lecturas variadas y permanentes, mucha curiosi­dad para avanzar más allá de las apariencias, controlar las fobias y las filias personales (odios y amores), que nunca se comprometan con la versión de los hechos que las que les gustan, sino con la más ver­dadera. Y que para entender a la sinuosa y contradictoria condición humana, el arte, en sus diferentes facetas, supera al periodismo. Y si hoy tuviera que dar una clase introducto­ria les recomendaría para el semestre “Macbeth” de Sha­kespeare, “Ciudadano Kane” de Orson Wells, “La babosa” de Gabriel Casaccia y “21 lecciones para el siglo 21” de Yuval Harari.

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