Por Noelia Quintana Villasboa

Este martes 2 de julio a las 20:00, en la Feria Internacional del Libro de Asunción, se lanzará el libro “Las conspiraciones de 1866 – 1869 contra el gobierno del mariscal López: una revisión histórica y jurídica”, escrito por Noelia Quintana Villasboa, Rafael Pérez Reyes y José Urdapilleta Romero.

Contrariamente a lo que se piensa, en la República del Paraguay, escribir y publicar libros de historia puede ser un auténtico desafío, una “tarea para valientes”. No existe quizás un país en el mundo en el que se generen las discusiones más crudas por plantear diferentes perspectivas respecto a hechos históricos, como sucede en la roja tierra paraguaya.

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El primer escollo, entre muchos que pueden aparecer, al que se enfrenta un autor de temas históricos es la tergiversación, la manipulación y la probable “mala fe” de aquellos que se presentan como potenciales adversarios historiográficos. Es lo que sucedió con el artículo titulado “Un curioso abordamiento sobre la masacre de Concepción”, redactado por José Luís Martínez Peláez y que se publicó en diario La Nación el domingo 30 de junio de 2024.

Primeramente, debo señalar que nada personal tengo con el señor José Luís Martínez Peláez, y (casi) siempre lo traté con respeto, pues lo cortés no quita lo valiente. Aunque, por la manera en que él se comporta y publica en redes sociales, pareciera ser que tiene enemistades declaradas con medio mundo; no tengo idea y no me interesa especular sobre potenciales resentimientos que motivan a sus textos sobrecargados de invectivas y considerables ataques personales hacia sus eventuales rivales en la pluma.

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Lastimosamente, algunos historiadores jóvenes de su conciliábulo le imitan en eso de los dizque “ataques personales”, pero es justo reconocer que, últimamente, José Luís Martínez Peláez (al que un amigo llama Pepeziño se reguló bastante en ese sentido. Espero que se mantenga en esta senda. El señor José Luís Martínez Peláez, con el que me encontré una sola vez frente a frente (precisamente en una libroferia anterior), tiene muchos seguidores; algunos de ellos se manifiestan patentemente y sus nombres engalanan al interesante blog que administra el individuo en cuestión, que se llama “La falacia Lopista” (por arte de birlibirloque, automáticamente todos saben que con semejante nombre, lo único que allí podrá encontrarse son “falacias antilopistas”.

Por ejemplo, aparecen en el citado blog José Samudio Rodríguez (adlátere de José Luís Martínez Peláez), Enrique Cosp Sandoval, Ángel Piccinini Villamayor y otros, con artículos que recomiendo leer, dentro de todo. También tiene otros seguidores que aplauden y comparten todos los infundios antilopistas que difunde Pepeziño, especialmente en Twitter/X, pero a estos mejor no darles entidad.

José Luís Martínez Peláez es un acérrimo defensor del Partido Liberal, un acentuado rival de la ANR, cófrade de las logias antilopistas del liberalismo; todo esto es de público y notorio conocimiento “en el ambiente”, pero hay que dejarlo por sentado.

En términos historiográficos, el señor José Luís Martínez Peláez tiene una posición marcada: el hombre es “antilopista” a rabiar (entiéndase por antilopista a los que escriben obras pseudohistóricas en contra del héroe máximo de América, Francisco Solano López Carrillo; por extensión, lopistas son todos los que publican libros serios y rigurosos en donde se reivindica, directa o indirectamente, al Mariscal López).

No se puede negar la franqueza del señor Martínez Peláez, pues él no disimula su encono ni camufla sus sentimientos historiográficos: odia, con visceralidad, al Mariscal López. Sí pudiera crearse una escala para medir cuantitativamente al antilopismo en el siglo XXI, creo que la unidad de medida debería ser Martínez Peláez, como Amperio es para la corriente eléctrica y Pascal para la presión atmosférica. Esto es un mérito, dudoso, pero auténtico, que le otorgo.

Estilo

Nobleza obliga conceder que el señor José Luís Martínez Peláez se granjeó una reputación por su estilo, tal vez mordaz, pero sin duda hiriente para algunos; aunque para mí, es innegable que tiene bastante de cómico, la mejor virtud de los escritos del buen hombre que también posee pasión por la causa que defiende, el antilopismo más rábido, en donde destaca como su más alto escudero.

Sin duda que leyó mucho unos pocos libros, y sabe esgrimir sus argumentos, si no con elevación, al menos con cierta picardía (repito, yo siempre lo vi con sentido del humor, aunque otras personas lo toman demasiado en serio). Lo humorístico es siempre signo de algún tipo de inteligencia.

Me veo forzado a contestarle, en este caso, porque el señor, como ya señalé, realizó en su artículo “Un Curioso Abordamiento sobre la Masacre de Concepción”, numerosas tergiversaciones y malinterpretaciones que, quiero creer, son por falta de lectura comprensiva y no por una alevosa mala fe que flaco favor hace al oficio del historiador, sea este profesional o aficionado.

Agradezco al señor Martínez Peláez por considerarme como “el más avezado representante” de la corriente lopista, a la que él acusa de manipular fuentes y falsear hechos históricos para justificar los actos de crueldad atribuidos al Mariscal López. Por mi parte, ya señalé los pergaminos del citado individuo más arriba. Sin embargo, debo decir que no conozco a un solo autor lopista que niegue los actos de justicia draconiana que el héroe máximo de América debió ejecutar durante la Guerra de la Triple Alianza (1864 – 1870).

A lo máximo que se llega, es a explicar que todo lo que sucedió entonces (los castigos que se emplearon para aplastar a las conspiraciones), se ceñía estrictamente a las leyes vigentes en esa época, que de ninguna manera eran muy distintas a las que existían en otros países de las más diversas latitudes y longitudes en el orbe en aquel tiempo.

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Pero el momento en que el señor comete un error fatal, que derrumba a todo el artículo que publicó (y en el que mete como cómplice al académico Rodrigo Cardozo Samaniego) está en el párrafo en el que escribió lo siguiente:

“Entre las negaciones que se plantean al mismo tiempo como probabilidad y a la vez como una realidad, emerge la indignante afirmación de Emilio Urdapilleta de que el caso de la masacre de Concepción, aquel asesinato de más de 60 mujeres y señoritas en manos del célebre mayor de caballería José Gregorio “Toro Pichai” Benítez, fue solo un mito creado por Héctor Francisco Decoud en su obra “La masacre de Concepción”. A este efecto citamos: “Hago hincapié y resalto para que quede clarísimo: Héctor Francisco Decoud, principal ideólogo del rocambolesco mito de la ‘masacre de Concepción’… (p. 233)”.

Independientemente a lo incomprensible que es la frase “las negaciones que se plantean al mismo tiempo como probabilidad y a la vez como una realidad”, que casi equivale a decir “un círculo cuadrado” o “la nada nadea al nadar”, aquí debo señalar que el señor Martínez Peláez omite citar íntegramente la frase que entrecomilló de la página 233 del libro. Esta omisión, imperdonable para un historiador, hace cambiar el sentido a todo el texto. Citaré correctamente y con el rigor historiográfico del que carece Martínez Peláez, lo que en verdad escribí:

“No vamos a negar los desmanes que el desertor Toro Pichaí causó por sus propias y salvajes deliberaciones. Pero el enigma clave de este asunto no está en las acciones desembozadas y deleznables del mayor José Benítez, sino en las que cometieron los soldados de la Triple Alianza con ayuda de legionarios y traidores a la causa paraguaya. ¿Por qué no se habla de ello? ¿Quizás Héctor Francisco Decoud, principal ideólogo del rocambolesco mito de la “Masacre de Concepción”, estaba queriendo cubrir las sangrientas huellas que dejaron los batallones dirigidos por su propio suegro, el general Correa da Cámara?”

Las negritas, las añadí aquí para resaltar la idea: el yerno del general brasileño José Antonio Correa da Cámara (comandante de las tropas aliadas que cometieron todo tipo de atrocidades en el departamento de Concepción) se llama Héctor Francisco Decoud, legionario por acción y convicción, quien fabricó muchas patrañas que hasta hoy algunos pretenden hacer pasar por hechos históricos.

Es Decoud quien creó el siguiente mito: que supuestamente fue el Mariscal López quien ordenó la “masacre de Concepción”. A lo largo del fragmento que dedico a este clásico tópico de los “legionarios”, detallé con fuentes paraguayas y brasileñas cómo la versión mitológica que fabricó Héctor Francisco Decoud no se ajusta a los testimonios de excombatientes, como el general Francisco Isidoro Resquín o el coronel Juan Crisóstomo Centurión.

Memorias del pueblo concepcionero

Es más, ni siquiera se condice con las memorias del pueblo concepcionero, recolectadas por hijos y nietos de las personas que estuvieron durante los trágicos sucesos de la masacre de Concepción y quienes afirmaban que el Mariscal López absolutamente nada tuvo que ver con las tropelías que cometió el desertor Toro Pichaí con apoyo de los traidores a la causa paraguaya y las tropas del mismísimo ejército brasileño.

En el libro, el lector podrá cerciorarse con muchísima facilidad de que estos son los verdaderos argumentos esgrimidos en mi tesis, y no las tergiversaciones absurdas que realizó el señor Martínez Peláez. En ningún momento negué el sufrimiento del pueblo concepcionero en manos de las tropas de la Triple Alianza, con apoyo de legionarios y desertores a la causa paraguaya, como fue el caso del mayor José Benítez, alias Toro Pichaí, y de muchos otros “jefes políticos” de las principales localidades del departamento de Concepción.

Es exactamente esto lo que relatan el general Resquín y el coronel Centurión, principales fuentes de estos sucesos, a las que yo cité textualmente en ciertos casos, y sugerí la confrontación de fuente en otros. Habiendo dicho esto, y habiendo demostrado cómo el señor Martínez Peláez pretendió mutilar el sentido auténtico de una frase con probables intenciones de falsificar la historia, método antiguo y aceptado de los miembros de su camarilla hermética, absolutamente todo lo demás que puso en el resto de su humorístico escrito queda como papel mojado, inocuo y estéril.

Cuando la premisa central de su pretendida refutación ya viene con defectos de fábrica, lo que sigue queda en el ridículo, en el sinsentido, y no tiene siquiera sentido contestarle. Me gustaría creer que el académico Rodrigo Cardozo Samaniego ni siquiera leyó lo que verdaderamente escribí, y tal vez se habría dejado arrastrar por el irracional apasionamiento del señor Martínez Peláez, quien le endilga toda una respuesta en el mencionado artículo que se publicó en diario La Nación.

En los últimos días, en el colmo de la desesperación por los variados cortocircuitos que le produjo leer la obra “Las Conspiraciones de 1866 – 1869 contra el Gobierno del Mariscal López: Una Revisión Histórica y Jurídica”, de la que soy coautor junto a mis buenos amigos y excelentes investigadores Noelia Cristina Quintana Villasboa y Rafael Enrique Pérez Reyes, el señor José Luís Martínez Peláez, sangrando por la herida fatal que infligimos a las narrativas legionarias, empezó a aferrarse a cualquier clavo ardiendo para mantenerse colgado de su pared en proceso de derrumbe.

Por ejemplo, Martínez Peláez afirma que el nombre completo de Toro Pichaí es “José Gregorio Benítez”; coincidentemente, como yo adelanté en el libro, aquí se observa un misterioso tejemaneje de los legionarios, pues un reivindicador temprano de la causa lopista (con importantes libros al respecto) fue el ministro paraguayo ante las cortes de Europa, nacido en Villarrica, José Gregorio Benítez Inchausti, ¸nacido en 1834 y que cuando fue censado en 1846, tenía 11 años.

Al señor Martínez Peláez ni se le cruza por la cabeza la posibilidad de que el único “José Gregorio Benítez” del que se tiene registro en nuestra historia, es el exministro Gregorio Benítes (firmaba con “s” muchos de sus documentos, al igual que el delincuente Juan Silvano Godoy firmaba “Juansilvano Godoi”, pero no le digan esto al Pepeziño ni a sus acólitos, que es demasiada luz para sus focos).

Que yo sepa, en ningún momento Héctor Francisco Decoud en su mitológica obra “La Masacre de Concepción ordenada por el Mariscal López se refiere a Toro Pichaí como “José Gregorio Benítez”. Lo llama casi todo el tiempo por su apodo y en alguna ocasión “Gregorio Benítez”. Lo de “José Gregorio Benítez” es de nueva hechura, proveniente de la desesperada intuición antilopista del señor Martínez Peláez.

Por otra parte, el general Resquín y el coronel Centurión llaman a Toro Pichaí como “mayor José Benítez”, lo de “Gregorio” está ausente. Entonces, ¿quién miente y quién dice la verdad? ¿El legionario consumado Héctor Francisco Decoud, yerno del general Correa da Cámara? ¿O el general Resquín y el coronel Centurión, dos valientes paraguayos que, con sus luces y sombras, vencieron penurias y fatigas?

Estoy seguro de que el lector, al sumergirse en las páginas del libro que escribí en coautoría junto a mis citados amigos, se dará cuenta de las tergiversaciones y malinterpretaciones forzadas, motivadas por el desespero antilopista del señor Martínez Peláez. También podrá comprender que existen demasiados episodios de la historia paraguaya que aún no se revisaron profundamente.

Revisión histórica

Ese era el objetivo de nuestro libro: una “revisión histórica”. Nos metimos en el asunto de las “conspiraciones”, el viejo “puchero” de legionarios y neolegionarios, para demostrarles lo fácil que es destartalar y hacer pedazos a 154 años de mentiras impuestas por los esbirros de la Triple Alianza. ¡Imagínense si teníamos apoyo, porque esto lo hacemos a puro pulmón!

Por último, agradezco que el señor Martínez Peláez afirme que escribí una “historia novelada”. Lo que el pretende con eso, es connotar que hay mucho de fantasía en mi narración, pero lo que en realidad denota que se quedó sin argumentos, pues todo en mi texto está rigurosamente citado y confrontado con las fuentes.

No obstante, asumo que Pepeziño, de manera indirecta, está queriendo decir también que escribo con una excelente e inconfundible prosa. Agradezco lo mucho que me admira usted, José Luís Martínez Peláez, más allá de las diferencias abismales que hay entre nosotros en el plano historiográfico. No soy digno de vuestras comedias, ¡pero no prive al mundo de ellas, que hoy en día es tan necesario un poquito de diversión y risotadas!

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