La semana pasada, Jazmín, mi hija, me dice: “Papi, ¿en qué ayuda un empresario a nuestro país?”. Estaba realizando un trabajo práctico para el colegio, que consistía en entrevista a padres empresarios con una serie de preguntas que, por momentos, parecía más que una inquieta alumna agente de FBI. Consideré muy interesante su trabajo porque si con tan solo 11 años ya comienzan a hablar de emprendedurismo y empresas en el colegio, es buena señal.

Sin embargo, sus preguntas me dejaron pensando. A mí no se me ocurriría hace 40 años preguntarle a mi padre esto, y tampoco si era tan importante el rol empresarial en la sociedad como lo es hoy día. El empresario ha cambiado, ha tenido que reinventarse, pero no solo por convicción, por amor a su aporte social, sino porque el propio entorno así hoy lo exige.

Las empresas actuales deben presentar sus balances sociales, medir y cuidar sus impactos medioambientales, rendirle cuenta a un mundo mucho más interconectado y vidriosamente auditado por todos. Sin duda, el lucro es el fin de una empresa, pero este perderá fuerza si no analizamos el triple impacto.

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Sobre todo, pensando en los jóvenes, hoy día compradores conscientes, revisan no solo la reputación de la empresa, su compromiso social, sino también qué aporta la misma a la sociedad. No solo es una cuestión de mitigar, y minimizar impacto, sino darle valor a nuestros productos y servicios con aportes tangibles a la sociedad en general. Estos chicos de ahora prefieren por ejemplo comprar productos en embalajes reciclables o compostables, analizan su compromiso social con los productores, pues la mayoría provienen de zonas deforestadas, etc.

Por consiguiente, el empresario de esta era debe ser un empresario social. Las empresas modernas tienen que estar dirigidas por nuevas generaciones comprometidas con una rentabilidad consciente, donde el lucro sin impacto social es cuestionable.

Es un cambio de paradigma. Y para las empresas tradicionales paraguayas es muy difícil. Sobre todo, si sus fundadores, con unos cuantos años de experiencia, todavía siguen llevando las riendas de sus empresas. El modelo de hacer negocios ha cambiado. De ahí que si estas empresas no cambian, tarde o temprano el consumidor le pasará factura.

Hoy el lucro de una empresa es la consecuencia y resultado de un conjunto de trabajos internos y externos que no necesariamente están relacionados a la parte comercial, administrativa o de procesos. Es un trabajo interno estrechamente vinculado al cuidado de nuestros colaboradores, a su empoderamiento, a nuestro compromiso con su educación, nuestro real involucramiento con su ser y crecimiento. Estos colaboradores deberán estar felices, y en resultado su competitividad crecerá. Externamente el activismo social empresarial intenta impactar en nuestro entorno. Por ejemplo apoyando a oenegés, que con nuestra ayuda inciden en la calidad de vida de nuestros compatriotas.

El empresario social no es moda, vino para quedarse. Y será una tendencia cada vez más en nuestra sociedad. Stephan Schmidheiny decía: “No hay empresas exitosas en sociedades fracasadas”.

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