• DESDE MI MUNDO
  • Por Carlos Mariano Nin
  • Columnista

La noticia se generó en Georgia y, sin embargo, en minutos la tenía en mi teléfono.

Una bella mujer de 39 años cruzó las bardas de seguridad de un mirador para tomarse una selfie, pero al intentar agacharse, perdió el equilibrio y cayó al vacío.

La víctima era después identificada como Inessa Polenko, una creadora de contenido de belleza rusa. Es un drama que se desarrolla lejos de nosotros, pero que sus implicancias nos vienen golpeando desde hace tiempo.

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Al menos 379 personas murieron mientras se sacaban selfies entre enero de 2008 y julio de 2021, según un estudio de la fundación madrileña iO (especializada en medicina del viajero). En general, las víctimas fueron turistas y murieron a causa de una caída o de ahogamiento por intentar tomarse una foto.

Este informe, realizado por un grupo de científicos españoles, indica que los accidentes mortales son más frecuentes entre adolescentes de hasta 19 años (41 por ciento del total) y veinteañeros (37 por ciento). En promedio, la edad de los fallecidos no supera los 24 años.

Vivimos tiempos acelerados, vertiginosos. Para nosotros, los mayores de 40, que vivimos el cambio de una generación, es más notorio. Intimidante incluso. La tecnología nos va marcando el compás de nuestras vidas, de la que retratamos cada momento como si una foto fuera a garantizarnos un momento efímero de felicidad.

Pero es más comprometido aún. Hoy los chicos están convencidos de que cuanto más peligrosa es la filmación o la selfie más éxito tendrán en las redes, sin comprender que la popularidad no se mide por lo que la gente piense de nosotros, sino por lo que en verdad somos sin hacerlo saber a los demás.

Pero la misma sociedad, esos amigos que ni siquiera conocemos, nos empuja a caer en la tentación de querer caer bien. Los “me gusta” nos animan y nos vuelven dependientes de la aceptación virtual de lo que retratamos. Y, sin embargo, es la misma sociedad la crítica, la forma absurda con la que, en casos, desafiamos a la muerte y a nuestras propias convicciones.

Más allá de que seas o no católico, el papa Francisco insistía en un video sobre las posibilidades que ofrecen las redes sociales y la responsabilidad que conllevan, incluso iba aún más lejos: hacía un llamado a no dejar que el resplandor de la juventud se apague en la oscuridad de una habitación cerrada en la que la única ventana para ver el mundo sea el teléfono.

No hace falta. Los momentos se disfrutan en silencio, no es necesaria una foto o un video. Al terminar el día los buenos recuerdos van a quedar en tu corazón y los malos en el olvido. Hacé que no sea la última foto. Pero claro, esa... esa es otra historia.

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