El ser humano constantemente aprende a conocerse, es un proceso continuo de aprendizaje. Es un desafío cotidiano que lo compromete a valorar lo que es. En esa gran tarea se inmiscuye a los efectos de crecer. En ese andar descubre las condiciones innatas, esas capacidades que lo hacen fuerte y seguro; detecta sus vocaciones y se atreve a formarse, por lo que ejercita su valentía y de manera audaz y honrosa emprende el camino de los sueños, esos que progresivamente comienza a vivirlos a través de los pasos concretos que realiza.

En el recorrido del tiempo cada año deja sus lecciones. Esas que se han materializado día a día, las que suceden de a una a la vez, dejando en claro que todo tiene un comienzo, que cada paso es elemental, que el primero es fundamental al igual que los que sigan sucediendo. Hoy expresa el ayer y se constituye en la base de lo que vendrá, por lo tanto, la causalidad siempre encuentra la manera de manifestarse. El porqué del presente tiene un sustento en el cómo del pasado. Por eso la vida es una maestra que siempre está dispuesta a contener en el dolor, a compartir lo que sabe, a recordar lo que aprendió, a valorar lo que se ha hecho, a disfrutar del logro, a saludar en cada amanecer, a explicar las veces que sean necesarias lo que enseña con paciencia, a comprender que puede desaprender y volver a aprender, a entender que las adaptaciones implican nuevas invenciones, a orientar las veces que así le requieran, a escuchar, a observar, a sentir lo que percibe en el instante que acontece.

Es la vida una maestra que siempre pregona por el bienestar. Su intención contundente se refleja en la firmeza con la que sostiene. Mientras haya vida, habrá bondad, tolerancia, compasión, honestidad, solidaridad, libertad y todos los demás valores y virtudes que emanan con su presencia. Es la vida una fuente poderosa de donde fluyen esas naturales esencias que le dan brillo a la humanidad.

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Cada tiempo es especial, como lo es cada vida. En la intimidad de la vida el tiempo también es íntimo y allí un segundo puede ser eterno, ocasionando el acceso a los recuerdos y la bienvenida de las añoranzas, el flamear de las sensaciones que generan el mundo de lo sensible, permitiendo sentir los latidos del otro, identificando las lágrimas del corazón, admirando la fortaleza del prójimo, su esmero ante la adversidad y su ejemplo de progreso.

Un instante puede dimensionar una vida. La impresión de su impacto tiene la profundidad que el ser disponga, esa que transita por su integridad y se expande en pensamientos y acciones. Por lo cual, las lecciones nacen una y otra vez, persistiendo en brindarle al ser el acceso a que construya permanentemente su vida.

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