DESDE MI MUNDO

  • Por Carlos Mariano Nin
  • Columnista

Estábamos al final del siglo XX y ya entonces los científicos advertían que la mano del hombre en el medioambiente estaba deteriorando rápidamente el planeta.

Las imágenes que transmitían los medios del mundo eran las grandes sequías en África, mares y arroyos contaminados, incendios forestales y criminal deforestación. La extinción de especies se expandía a un ritmo tan vertiginoso como peligroso.

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En octubre de 2016 el Fondo Mundial para la Naturaleza revelaba que entre 1970 y el 2016 se había registrado una disminución general de 58 por ciento en el número de peces, mamíferos, aves y reptiles alrededor del mundo. Lo que en pocas palabras se traducía en que la fauna se estaba desvaneciendo a un ritmo de 2 por ciento al año. Pero todo empeoró.

Paraguay siempre se sintió como un paraíso en un mundo en caos. Los problemas estaban afuera y las catástrofes solo en la TV. Pero con el tiempo nos dimos cuenta de que la ambición nos integró a ese lejano mundo en descomposición.

“Paraguay es el que más ha deforestado en América desde 1990 hasta el 2015, según un informe de la FAO”. A nuestros días el promedio de deforestación es de 577 hectáreas al día.

Quizás no tenga mucha relación, pero el calor de los últimos años se vuelve insoportable y las tormentas son cada vez más dañinas. Creo que la devastación de los últimos huracanes en Estados Unidos y Centroamérica debería llamarnos aún más la atención.

La mayoría de los 10 desastres naturales más costosos de los últimos 50 años ocurrieron después del 2005 y fueron huracanes. De hecho, las pérdidas económicas causadas por fenómenos incontrolables aumentaron de 175.400 millones de dólares en la década de 1970 a 1,38 billones de dólares en la década de 2010. Y fueron creciendo sin parar hasta hoy.

Sí, me vas a decir que nosotros no tenemos huracanes, pero es un poco más de lo que se viene advirtiendo. Huracanes siempre existieron, pero no con la potencia destructora con la que castigan al mundo. Es sin dudas una llamada de atención sobre la situación global de los efectos del cambio climático.

No estamos dimensionando el problema, pero el impacto de las heridas a la naturaleza seguirá golpeando con fuerza. No solo en la economía, lo hará en nuestra forma de vivir para sobrevivir... entonces, que Dios nos ampare.

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