“Duele decirlo, pero hay que decirlo”

La gestión del presidente Mario Abdo Benítez tiene un calificativo especial: “El gobierno de la deuda”. Y no fue el de la gente. Con una deuda que subió USD 7.403 millones (92 %) con respecto a la que dejó la administración anterior de Horacio Cartes, y que había aumentado USD 3.867 millones en relación con el 2013. Solamente en 2020, en un año, y no solo por la pandemia, la deuda abdista trepó USD 3.354 millones (38 %). Como consecuencia de la política de endeudarnos, a abril de 2023 el saldo de la deuda pública (la nuestra por mucho tiempo, porque los gobiernos pasan, dejando la herencia del pago) sumó USD 15.444 millones, significando un aumento de 92 % en relación con el saldo dejado por HC de USD 8.041 millones. Dado esto, el peso en la economía de la deuda pasó de 19,8 % a 34,3 % (actual).

Bueno, ya demasiados números, pero esta descripción de la realidad no se puede hacer simplemente con palabras. Pero, lo siento, me queda lo último, y voy después a mi reflexión fruto del conocimiento y de la experiencia. El presidente se jacta de ser el tercer reconstructor de la mano del récord de inversión física por USD 5.537 millones, con un aumento de 36 % versus lo invertido por HC, USD 4.072 millones. No menciona la deuda. Y aquí viene lo interesante.

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De esa inversión física récord abdista, el 82 % fue al MOPC para obras por USD 4.540 millones (75 %). No menciona deuda. En el gobierno anterior la inversión física del MOPC fue de USD 2.597 millones, es decir, el 64 % del total. El resto fue a cubrir las exigencias de otros sectores (educación, salud, viviendas). El 82 % es un abuso. No habla de deuda. El 68 % es más justo. Con lo primero se discrimina en extremo. Casi todo para uno y muy poco para casi todos. La distribución de recursos (deuda) debe ser inteligente y proclive al mejoramiento colectivo. Cuando hay tanta disparidad en la repartición uno puede suponer que “es lo que presidente quiere” y no lo que el pueblo pide también como atención.

A finales de los ochenta, estando en Londres estudiando inglés, decidí tomar un breve curso básico de principios de economía. Antes del inicio de la primera clase, me encontré con una mayoría de latinoamericanos, sudamericanos sobre todo. Entró el profesor, ya de edad, con cara de muy pocos amigos, huraño, y de entrada, despectivo con “sus” alumnos. Diría que no nos apreciaba. Se nos dirigía con el calificativo de “latinos de mente nada útil”, ricos en todo, y aun así, pobres, culpándoles a otros de sus males, cuando si pudieran y supieran pensar bien, serían países “buenos”. Y después vino la primera enseñanza. Nos dijo: “La ciencia económica nace con una simple verdad.

Es el inicio y el final eterno del que forma su conocimiento con sentido común (van de la mano), siempre sobre la base que ese primer principio va a vivir con uno toda la vida. Los “latinos de mente flaca o vacía” tendrían países buenos con economías sanas si entendieran el principio y lo aplicaran bien. El drama de ustedes “latinos de baratija con la cabeza de adorno” es que ¡sí entienden el principio, pero no lo aplican! Porque esa seriedad les impediría la joda, los negociados y la corrupción. Veamos: las necesidades de todos son infinitas, sin techo, tanto para la gente, una empresa, la economía de un país. No tiene límite lo que uno quiere porque satisfacción tras satisfacción, aparecen otras necesidades que querer alcanzar. En mi mano izquierda está el puñado de necesidades, las que busco cubrir, comprar, satisfacerme (nos) al tenerlo, en una carrera sin fin de “vamos por más”.

En mi mano derecha está el puñado de recursos, medios, expresados no pocas veces en dinero, que son limitados, nunca son ni serán suficientes para hacer frente a las necesidades infinitas. Poco e insuficiente, mucho e ilimitado. Las dos manos. Muchas cosas que se quiere hacer o tener, pero el recurso (dinero) no alcanza. Piensen en sus países con tantas necesidades en una realidad muy dura con pocos recursos. Educación, salud, vivienda, transporte, obras públicas, seguridad, justicia. ¿Qué harían? Saquen una hoja y pongan lo que harían”.

10 minutos. Y pasó a revisar rápidamente. Pusimos lo que pusimos. Y la respuesta era la misma, cada vez que el profesor agarraba una hoja, nos leía: “Hay que priorizar según un orden de importancia. Necesidades principales deberían recibir la mayor parte de los recursos, centrarse en lo primero”. También usamos la palabra jerarquizar, darle a la prioridad un status de “privilegio”, privilegiar. Así que nos agotamos en priorizar (prioridad) y jerarquizar (jerarquía) las necesidades según un listado de importancia, y dirigir los recursos a los primeros en el orden de valor. El profesor agarró todas nuestras hojas, las rompió y tiró al basurero.

Con aire de compasión esta vez y una actitud de resignación, el profe alzó la voz y nos manifestó: “Falta una palabra, un principio, una regla, una medida para el buen hacer, con disciplina. Y su falta explica la pobreza, la desigualdad y las discriminaciones en sus países. Está bien priorizar y jerarquizar. Pero cometen el grave error de dirigir la casi totalidad de los recursos escasos a atender ¡una necesidad!, quedando las otras con recursos solo para el maquillaje. Busquen el equilibrio, el balanceado, la mirada del todo del país, y no únicamente la de un sector o de una carencia en particular, por decisión del gobierno de turno. Equilibrio es la palabra clave, y armonía uno de sus sinónimos: “Equilibrio, proporción y correspondencia adecuada entre las diferentes cosas de un conjunto”. Con USD 7.403 millones de más deuda y 82 % de la inversión física a obras, el de Abdo fue un gobierno desequilibrado. La verdad, si es verdad realmente, es verdad. Was gesagt werden muss, muss gesagt werden. Duele decirlo, pero hay que decirlo.

La gestión del Presidente Mario Abdo Benítez tiene un calificativo especial: “El Gobierno de la deuda”. Y no fue el de la gente.

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