Todo ser humano que desea progresar en la vida, piensa primero en fortalecer su formación académica que le permita a posteriori tener una fuente de trabajo, a fin de ir generando riqueza tanto para sí como para sus organizaciones, dependiendo del nivel de esfuerzo, esmero y dedicación que le ponga a su laburo, que puedan generar productos y servicios a la empresa que ha confiado en él o ella.

Aquel que no se concientice que a través de una buena actitud, no se esfuerce por ser mejor persona, funcionario o directivo, tarde o temprano podría quedar sin fuente de trabajo, pues hoy día la competencia se hace presente en todos los ámbitos de negocios y las chances de triunfar y salir adelante serán mayores en aquel que demuestre ser proactivo y profesional en su forma de ser y de actuar.

Tener una fuente de trabajo donde podamos sentirnos confortable no deja de ser un privilegio, pues nos permite desarrollar una actividad productiva, y sentirnos útiles a nuestra sociedad a través de un trabajo digno, con el que generaremos la creación de valor monetario a través de nuestro esfuerzo personal y profesional.

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Están esas personas que una vez que se incorporan a tal o cual empresa transmiten una buena imagen y actitud en los primeros días, pero con el correr del tiempo se van desdibujando, descuidando no solo su aspecto personal, sino también esa predisposición que ponía al principio, por a, b o z motivos, pues pudo haber tenido la mejor intención de trabajar en equipo, pero se encontró súbitamente con un frontón en que sus compañeros ya les empezaba a poner “palos a la rueda”, por ser reacios al cambio.

La actitud que podamos adoptar ante diversas situaciones es de primaria importancia incluso superior a la propia aptitud, por la que muchas empresas especializadas en selección de RR. HH. han cambiado de paradigma, poniendo su focus en otras fortalezas personales que pudieran mostrar el potencial candidato.

Cuántos de nosotros cuando éramos estudiantes universitarios nuestra obsesión se concentraba en obtener buenas calificaciones, en la creencia que nos podría abrir más fácilmente las puertas de una organización al recibirnos.

Muchos creyeron que siendo buenos alumnos en la facultad podría ser un “pasaporte al triunfo”, y cuando les tocó estar dentro del “campo de juego” en las empresas que contrataron sus servicios profesionales, salvo excepciones, no tuvieron buena performance o se han “empantanado” por el camino, en cambio otros que fueron alumnos con una calificación buena en promedio mostrando actitud positiva, proactividad y resiliencia han triunfado, pues tuvieron la dosis necesaria de pragmatismo y energía positiva.

Se han destacado como funcionarios y luego como directivos llegando incluso a la cúspide dentro de la estructura de sus empresas, en cambio otros que se esforzaron solo por ser buenos estudiantes, no pudieron mostrar las virtudes esperadas, pues la sola teoría “no alcanza”, dado que la competencia se torna cada vez más peleada y dinámica, y aquel que está dispuesto a formar parte de equipos de trabajo participativos, con ganas de innovar y de poner toda su capacidad creativa son los potenciales ganadores en lo profesional con posibilidades de recibir buenos niveles de remuneración.

Muchos paradigmas que estuvieron vigentes en el siglo XX, hoy día ya no están vigentes, pasando a formar parte de “nuestra historia”.

La capacidad de adaptación a los cambios constituye uno de los ingredientes primarios para seguir en carrera dentro de un mercado “donde el que no corre, vuela”. Y en el que también las compensaciones no monetarias (cursos de capacitación, congresos, seminarios, buen ambiente laboral, etcétera) son muy valorados por los jóvenes de la generación Z, pues constituyen factores primarios para ir escalando posicional y económicamente dentro de las organizaciones en diversos segmentos de negocios.

Ya hemos superado la época de las estructuras organizacionales verticalistas, en que “de fachada” mostraban pomposos organigramas, pero en la práctica imperaba el autoritarismo y la autocracia, y al final eran a lo sumo 3 o 4 personas los que “cortaban el bacalao” y los demás, “puro relleno”.

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