• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

El examen crítico a un hecho y el juicio valorativo serio de una persona constituyen pilares sustantivos de una sociedad democrática. Un régimen que obstruye o anula la libertad de expresión no es democrático. Incluso para los discursos o escritos que no se justifican ni en la razón ni en la veracidad. Es por ello que esa libertad implica una responsabilidad ineludible. Asumir la carga de lo expresado. Y fundarlo en proposiciones que conllevan certezas lógicas, ausentes de dudas, o en pruebas evidentes. Algún eventual ofendido por lo que considera calumnia, difamación o injuria hacia su persona puede reclamar resarcimiento, tanto en lo penal como en lo civil. Salvo que el afectado quede satisfecho con alguna rectificación de parte del apuntado como agresor verbal o con el derecho a réplica, si es un medio de comunicación, aunque lo que se publicó en tapa tenga su respuesta en la página de fúnebres. Suele suceder.

La política se convirtió en un territorio donde todo vale. Incluso las mentiras, las infamias o la vileza de presentar como verdad irrefutable un razonamiento falso. Se pretende instalar ideas o construir candidaturas sin exponer sus fortalezas argumentativas ni sus virtudes individuales. La única arma es el lenguaje agresivo, soez, con ambiciones descalificadoras del adversario. La contraparte, por lo general, aguanta un tiempo y, luego, también contragolpea. Pero algo ha cambiado en los últimos años. Una ciudadanía en construcción empieza a calificar el quién lo dice. Y a explorar qué es lo que dice. Y a quién se dirige. Argumentaciones básicas de la retórica del siglo IV antes de Cristo. Se juzgaba de manera muy especial, según Aristóteles, el comportamiento del orador. En términos más claros, diríamos, su conducta, su testimonio de vida, su registro del pasado y su actuación en el presente. De estos enunciados se expedían los certificados de credibilidad o el descrédito del que hablaba. Actualmente, nuestra sociedad, repetimos, ya no digiere cualquier discurso sin previamente analizar los tres condimentos que enumeramos en líneas precedentes.

En los últimos meses, la señora Lea Giménez, ex ministra de Hacienda del gobierno de Horacio Cartes, se convirtió en el estand de tiro de periodistas y políticos. Los santos inmaculados que reparten culpas de acuerdo al cristal de sus miradores. El último de ellos fue Nicanor Duarte Frutos, quien también pasó por el Palacio de López. Menospreció los méritos académicos y el conocimiento de la actual candidata a la Cámara de Senadores por el movimiento Honor Colorado y hasta afirmó que su salida –la de Lea Giménez– de un organismo internacional estaba relacionada con normas éticas y morales. No voy a caer en el estilo panfletario para desnudar la escabrosa vida privada de Duarte Frutos. Salvo que me provoquen sus esbirros rentados de los perfiles falsos. Sus cíclicos entornos ya se encargaron de eso. Porque la prudencia no es una virtud de este personaje siniestro. Pero sí puedo decir que hace rato extravió su moral y su ética, si es que alguna vez las tuvo, en su obsesión de disfrutar de un pedazo del poder. Un poder que garantiza los lujos familiares y la concupiscencia suya. El poder es para él una ecuación muy sencilla: lujo y avaricia. No importa que ese poder provenga de un reivindicador de la dictadura que en nuestra época de periodistas combatíamos.

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La señora Lea Giménez sabe defenderse sola. Acusó a Nicanor Duarte Frutos de “dinosaurio de la política y misógino”. En esa última parte, solo estoy cincuenta por ciento de acuerdo con ella. Misógino es el que siente aversión hacia las mujeres. Que no son dignas de confianza. Esa aversión es selectiva. Solo odia a las que piensan. Porque en la Entidad Binacional Yacyretá (EBY), donde funge de director, muchas mujeres fueron nombradas o recategorizadas y no precisamente por su inteligencia o formación académica, sino porque son reinas de belleza, ex nueras privilegiadas o amigas de la hija. Y tengo pruebas para sostener lo que digo. Yacyretá es una guarida de los cómplices partidarios de Duarte Frutos. Un refugio de sus parientes políticos (es larga la lista). De familias completas. Mientras el pueblo se moría de hambre, la institución a su cargo gastó millones para reparar aviones y el yate presidencial. Así como la casa que mandó construir el dictador Alfredo Stroessner en la compañía Coratei, de Ayolas. Y aquí me detengo, porque las líneas de mi comentario son limitadas y los usos arbitrarios de los recursos de Yacyretá, interminables. Lesión de confianza es lo mínimo. Por algo la desesperación al contratar a una auditora externa para intentar encuadrar los números.

Ahora quiere vendernos que su precandidato de Fuerza Republicana, Arnoldo Wiens, tiene autonomía. Una campaña que políticamente es manejada por Duarte Frutos y financieramente por Mario Abdo Benítez. Nicanor no puede hablar de honestidad ni de patriotismo porque es una pieza clave del gobierno más corrupto de toda la transición democrática. ¿Yo soy un inmaculado? Definitivamente, no. ¿He pecado? Sí, bastante. Y lo asumo. Jamás pretendí ser lo que no soy. Pero nunca he robado. Puedo justificar todo lo que tengo. En la otra vereda, en cambio, no. Buen provecho.

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