DESDE MI MUNDO

  • POR CARLOS MARIANO NIN
  • Columnista

Los chicos, digo chicos porque no deberían tener más de 18 años, se acercaban al borde del precipicio y entre risas se sacaban peligrosas fotos. Les dije que se alejaran, que era peligroso, pero solo hice el papel del viejo cascarrabias.

No insistí. Con un nudo en la garganta solo me alejé con esa impotencia y el sinsabor de mi propio remordimiento. Pero eso se repite, recorre el mundo y vuelve a nues­tros teléfonos para recordarnos que entre la vida y la estupidez solo hay un paso en falso. Se hace normal y desnuda el símbolo de nuestros días.

Los tiempos cambiaron y su ritmo es cada día más acelerado, más vertiginoso. La tecnología nos va marcando el compás de nuestras vidas, de la que retratamos cada momento, cada emoción, cada paso.

Hoy es difícil asimilar que estuvimos en un lugar sin dejar que una foto sea testigo de que estuvimos o experimentar un encuen­tro sin retratar momentos de felicidad o tristeza. Nos lo exige un mundo consumista y cada vez más superficial que admira la estupidez que esconde nuestras tristezas.

Y en especial los chicos, ellos están con­vencidos de que cuanto más peligrosa es la filmación o la selfie más éxito tendrán en las redes, sin entender que la populari­dad no se mide por lo que la gente piense de nosotros, por los me gusta o los RT, sino por lo que en verdad somos sin hacerlo saber a los demás.

Pero la misma sociedad, esos amigos que ni siquiera conocemos, nos empuja a caer en la tentación de querer caer bien.

Esos mismos “me gusta” nos animan y nos vuelven dependientes de la aceptación vir­tual de lo que retratamos. Pero la misma sociedad critica la forma absurda con la que, en casos, desafiamos a la muerte y a nuestras propias convicciones.

Pero sigo en el cerro y escucho gritos. Gente que corre y otra que llora con desesperación y más gritos.

Uno de los chicos cayó al precipicio. Dicen que sus amigos ni siquiera intentaron ayu­darlo. No dejaron de filmar y sacar fotos, aún en la desesperación.

Sentí pena y mucha rabia. Por una foto de mierda que ahora nadie va a ver. Una foto en la punta de un cerro desafiando a la muerte. ¿Qué cosa, no? Y pensar que traté de prevenirlos y ni siquiera escucha­ron. Una puta foto.

No hace falta. Si vos querés escucharme te lo recuerdo: los momentos se disfrutan en silencio, no es necesario un un video o una foto.

Al terminar el día los buenos recuerdos van a quedar en tu corazón y los malos en el olvido.

Una foto no determina quién sos, cómo sos o qué hacés. Sos vos, tus sentimientos, tu carácter, tu conducta. No podemos retra­tar lo que en verdad importa… como le dijo el zorro al principito: solo con el corazón se ve bien, “lo esencial es invisible a los ojos”.

Pero esa… esa es otra historia.

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