Es como si en una noche de fiesta cayeras del bote al mar. Con desesperación, al principio tratas de asirte a alguna saliente de la nave, a alguna cuerda, pero cada vez es más difícil. Y ves que entre juguetones movimientos la popa se esconde lentamente en la oscuridad y se aleja con la posibilidad de recibir ayuda. Mientras gritas pidiendo auxilio, el mundo sordo se aleja al son de la música, el miedo te invade. Pero pasan los minutos y la sorpresa se vuelve calma. Y pasan las horas y la resignación se apodera del alma. Ya no podemos hacer nada más que bracear en este nuevo mundo, por más incomprensible que parezca. Bracear para no hundirse. Bracear.
Esto es lo que sienten las generaciones con más años cuando perciben que los jóvenes influencers son los que hoy dirigen las masas. En muchos casos, estos no persiguen razón ni buen gusto, ofrecen atisbos de ideas y de ingenio limitado que lanzan por las redes y que atrapan a los seguidores ávidos de una nueva emoción.
Ayer nomás podíamos ver en un podcast a una influencer ibérica, que en una entrevista exponía que la calvicie era el único problema existencial de los hombres y que por eso había que banear el trasplante capilar masculino. “Que se jodan”, decía con mucha seriedad como si su postura tuviera algún sentido. Ponía en perspectiva que las mujeres tenían cosas más importantes de qué preocuparse.
Este ejemplo muy corriente muestra el grado de análisis que ofrece quien influye en el gusto y crea temas prioritarios para sus suscriptores en su canal de YouTube y en los miles de seguidores en su cuenta de Instagram.
Y pensándolo bien, lo peor no es lo que ella genera para su audiencia, ni siquiera que ella esté convencida de que lo que hace es fruto de su talento y que se siente única o que el mundo la adore por las ocurrencias que presenta, sino que los medios le dan espacio y suma seguidores.
Es justo decir que también hay influencers positivos. Dejando de lado a Cristiano Ronaldo (con 631 millones de seguidores), a Messi (501 millones) y a Selena Gómez (430 millones), quienes figuran entre los influencers con más seguidores del mundo, esta industria no se expande por diversión, sino que está valuada en al menos 250.000 millones de dólares y según tendencias para el año 2027 alcanzaría un valor de 500.000 millones.
Entre los influencers que generan un contenido positivo para sus seguidores y la sociedad se destaca Dhar Mann (40 años), quien crea materiales sobre el acoso, el racismo y la desigualdad. Con esta tesitura logró un público inmenso: en Instagram tiene casi 5 millones de seguidores, en Facebook 32 millones y en TikTok 36 millones. En principio su idea fue ayudar a personas que pasan por momentos difíciles y por los cuales él mismo sufrió en carne propia. El año pasado generó USD 45 millones.
Otro youtuber famoso es MrBeast (26 años), el más popular del mundo, quien suma más de 500 millones de seguidores en sus redes sociales, y que el año pasado ganó USD 85 millones.
También está el comediante Matt Rife (29 años), quien tiene casi 8 millones de seguidores en Instagram, más de 9 millones en Facebook, y 3,34 millones en YouTube, en un año ganó USD 50 millones.
Las mujeres no quedan atrás, la tiktoker más seguida en 2021, Charli D’Amelio (20 años), quien suma más de 155 millones de seguidores en TikTok y 43 millones en Instagram, el año pasado ganó USD 23 millones.
Así, en tanto la vieja generación debe apelar a las brazadas por mantenerse a flote en ese mundo incomprensible y que pierde fuerza, pero que aún le queda tiempo para reflexionar. Piensa en la vida que se le va, en los seres queridos que deja, en todas las cosas que dejó de hacer y hasta en el dolor de su perro que en vano esperará su regreso día tras día. Sin entender bien cómo ocurrió, la vieja generación se ahoga en el océano de las redes sociales que no comprende, pero que es hoy los tiempos modernos en los que se desarrolla la existencia.