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Atenas, Grecia, y Edirne, Turquía.

Pero Grecia y la Unión Europea se niegan a dejarlos entrar. Cuando el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, anunció el 28 de febrero que su gobierno ya no impedirá que los refugiados crucen hacia Grecia, los padres de Nabila la llevaron a ella y a sus cinco hermanos en un autobús y dejaron su casa en la ciudad turca de Tokat para dirigirse al oeste. La refugiada afgana de 12 años no tuvo oportunidad de despedirse de sus compañeros de clase turcos. Nadie se molestó en decirle a Nabila y a su familia que el lado griego de la frontera estaría cerrado. Entonces ellos y docenas de otros migrantes han pasado los últimos cinco días en un campo a orillas del río Maritsa, que separa a los dos países, con guardias griegos armados en el otro extremo. “Tenemos que seguir esperando a que se abra la frontera”, dice Nabila, traduciendo a su padre (aprendió turco con fluidez en la escuela). “No tenemos dinero para regresar”.

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Nabila y las decenas de miles de migrantes que aceptaron la promesa vacía de Erdogan sobre el paso libre hacia Europa, ahora están atrapados en un conflicto internacional. Turquía es el hogar de 3,6 millones de refugiados de la guerra en Siria, y las encuestas muestran que la mayoría de los turcos quieren que se vayan. Turquía dice que abrió la frontera con Grecia ante la inminente afluencia de otro millón de refugiados provenientes de los sangrientos combates en Idlib. Lo más probable es que quiera desviar la atención de sus problemas militares en esa región.

ATRAPADOS EN UNA NEGOCIACIÓN INCÓMODA

En respuesta, Grecia comenzó a rechazar a los inmigrantes por la fuerza. Envió a la policía antidisturbios, vehículos blindados y mil soldados a la frontera, y suspendió el derecho de solicitar asilo por un mes. La Unión Europea se apresuró a prestarle ayuda a Grecia. Después de una visita a la frontera el 3 de marzo, Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, prometió 700 millones de euros (unos 780 millones de dólares) en asistencia de emergencia, junto con siete buques, dos helicópteros, un avión y guardias adicionales de Frontex, la agencia fronteriza de la UE. Los ministros de Asuntos Exteriores europeos se reunirán el 6 de marzo para discutir nuevas medidas.

Turquía y la UE están atrapados en una negociación incómoda sobre los refugiados. Después de que más de un millón de migrantes ingresaron a Europa desde Turquía en el 2015-16, ambas partes llegaron a un acuerdo. La UE le ofreció a Turquía 6 mil millones de euros en ayuda para los refugiados. Turquía prometió hacer todo lo posible para evitar que se fueran, y recibir a los migrantes que llegaron a Grecia, pero cuyas solicitudes de asilo fueron rechazadas. Sin embargo, la ayuda se acabó a fines del año pasado. Erdogan dice que rechazó una oferta de otros 1000 millones de euros por ser insuficiente, pero la UE niega haber hecho esa propuesta.

Desde que se firmó el acuerdo, Erdogan suele amenazar con volver a permitir que los migrantes ingresen a Europa. El 29 de febrero, cuando más de 10.000 personas bajaron de los autobuses y pasaron por un puesto de control turco cerca de la ciudad de Edirne, “parecía que nuestro escenario de pesadilla ... se estaba convirtiendo en realidad”, dijo un diplomático griego. Los guardias fronterizos griegos bloquearon a los migrantes, que quedaron atrapados entre los puntos de control. El 2 de marzo, la policía disparó gases lacrimógenos contra la multitud, y el ejército griego organizó un ejercicio cercano utilizando artillería. Intimidados, algunos migrantes han comenzado a regresar a Turquía.

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La otra ruta principal hacia Grecia ha sido a través de botes inflables que se dirigen a Lesbos, una isla ubicada a unos 8 kilómetros de la costa turca. Allí también aumentó el número de migrantes y, solo entre el 1 y 2 de marzo, llegaron unos 1.200. Pero la isla ya está abarrotada de migrantes, incluidos 19.000 en un campamento construido para 3.000, y los lugareños están cansados de la carga que representan. Algunos inmigrantes dicen que sus barcos han sido atacados por hombres no identificados que los regresan hacia Turquía. Un niño pequeño se ahogó el 2 de marzo cuando se volcó un bote, la Guardia Costera griega rescató a las demás personas.

La dura respuesta de Grecia ha evitado otra crisis como la del 2015, y cuenta con el apoyo de la UE. Pero su suspensión del derecho a solicitar asilo viola el derecho internacional y europeo. La Convención sobre el Estatuto de los Refugiados prohíbe a los países rechazar a las personas que buscan asilo, una práctica conocida como “devolución” (refoulement, en francés). “Lo mínimo que debe hacer un Estado es verificar si quienes llegan a su frontera tienen derecho a la condición de refugiados, y no puede hacerlo si los mantiene alejados con gases lacrimógenos”, dice Hanne Beirens, directora del Migration Policy Institute Europe, un grupo de expertos en Bruselas.

Grecia ha invocado un artículo del Tratado de la UE que permite medidas de emergencia cuando un Estado se encuentra abrumado por la cantidad de migrantes. Pero eso no incluye suspender el asilo, según sostiene ACNUR, la agencia de refugiados de la ONU. Gerald Knaus, un experto que ayudó a diseñar el pacto migratorio UE-Turquía, dice que la suspensión amenaza la existencia misma del derecho de asilo y acusa a la UE de implementar “políticas al estilo Trump”. Son palabras duras para el nuevo primer ministro de Grecia, Kyriakos Mitsotakis.

NADIE SABE LOS NÚMEROS REALES

Una solución duradera requerirá que más personas, presumiblemente a cargo de Europa en su conjunto, procesen las solicitudes de asilo en Grecia, para que la UE sea menos vulnerable al chantaje. También requerirá un nuevo acuerdo con Turquía. Algunos ministros de Asuntos Exteriores de la UE apoyan una zona de exclusión aérea en Idlib como parte de un esfuerzo para evitar el gran flujo de refugiados que teme Turquía. Se ha hablado menos de una ayuda más generosa a Turquía. Eso es impopular entre los votantes europeos, a quienes no les gusta el autocrático Erdogan.

Mientras tanto, Grecia y Europa confían en la disuasión. Turquía afirma que 130.000 refugiados ya se han dirigido hacia Grecia, una cifra tremendamente inflada destinada a satisfacer la presión doméstica contra los refugiados. La mayoría de ellos no son sirios, sino afganos y de otras nacionalidades. Nadie sabe los números reales ni cuántos han logrado cruzar. Los que han sido detenidos regresan contando historias desgarradoras.

Ali Khoja, un adolescente afgano, dice que cruzó el río cuatro veces, una vez nadando y tres veces en bote. Él dice que la policía griega le quitó su teléfono, los documentos de identidad y la ropa, y lo envió de vuelta en ropa interior. Otros dicen que fueron golpeados o atacados con una pistola eléctrica. El 4 de marzo, los inmigrantes y las autoridades turcas informaron que la policía griega había disparado contra un grupo que cruzaba cerca de la ciudad de Pazarkule, mató a uno e hirió a cinco; el gobierno griego negó esa situación. Grecia puede estar evitando otra crisis migratoria, pero corre el riesgo de hundir a Europa en una crisis de conciencia.

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