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Cuando Zhou Xiaochuan tomó el mando del banco central de China hace 15 años, el mundo era muy diferente. China acababa de integrarse a la Organización Mundial del Comercio y su economía todavía era de menor talla que la del Reino Unido. Los inversionistas extranjeros no dieron mayor importancia al recién designado gobernador del Banco Popular de China. No parecía haber ningún problema en ignorarlo; al fin y al cabo, solo era otro funcionario de cabello negro y anteojos cuyo discurso estaba plagado de temas socialistas.

El consenso general es que Zhou se retirará en las siguientes semanas. De ser así, dejará a China en una posición mucho más firme, habiendo dado a su propio cargo mucha mayor envergadura. Nadie puede adjudicarse todo el crédito por el florecimiento de esta economía; sin embargo, Zhou, a sus 70 años, merece mucho más crédito que cualquier otra persona. Entre otras cosas, contribuyó a forjar el contexto monetario que hizo posible el crecimiento de China. Asimismo, desempeñó un papel destacado en las acciones para liberar al sistema financiero del enredo de la planeación central, aunque no logró todas las reformas que esperaba.

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Zhou alcanzó algunos logros sorprendentes. China no aparenta tener un banco central independiente. Es bien sabido que el Banco Popular se encuentra bajo el control del Consejo de Estado, o gabinete. Sin embargo, gracias a su pericia política y sus conocimientos de economía, Zhou logró crearse un nicho de poder. Cuando su cabello se fue encaneciendo con el paso de los años, su decisión de no teñirlo, algo insólito entre los altos rangos, lo distinguió por ser diferente, e incluso podría decirse que un poco osado.

Es cierto que tuvo cierta ventaja por ser hijo de Zhou Jiannan, un funcionario comunista de amplia trayectoria, pues le permitió disfrutar una posición privilegiada al ser una especie de "príncipe". Desde los albores de su carrera, en los años ochenta, manifestó su predilección por una economía más basada en el mercado. Participó en el diseño de los bancos con préstamos de difícil recuperación que liberaron a los bancos chinos de sus deudas incobrables y sentaron las bases para el surgimiento del auge económico. Cuando fungió como regulador del mercado accionario le dieron el sobrenombre de "el verdugo" debido a las medidas que tomó para acabar con la corrupción. Para los estándares chinos, la postura económica de Zhou no era precisamente radical; más bien, era un liberal empedernido.

Cuando los líderes del partido designaron a Zhou gobernador del banco central en el 2002, lo convirtieron en el hombre clave para la reforma financiera. Con el transcurso del tiempo también se convirtió en el rostro de la política económica china en los mercados globales, y gozó de gran simpatía por su trato jovial y estilo directo.

La última vez que se hicieron cambios importantes en el personal del gobierno hace cinco años, por su edad podría haberse retirado. Un antiguo colaborador comentó que Zhou tenía la ilusión de dedicarse a su otra pasión, la música. Durante la Revolución Cultural lo enviaron a trabajar en una granja, donde guardaba de contrabando una colección de discos de música clásica. Ya en la profesión de banquero, durante la década de 1990, escribió en su tiempo libre un libro sobre musicales.

Sin embargo, cuando el presidente Xi Jinping se convirtió en el líder de China en el 2012, le pidió a Zhou que permaneciera en su cargo. Se percibía al "verdugo" como una especie de anciano sabio, un guía indispensable para el sistema financiero durante un período peligroso.

La primera medida importante que tomó como gobernador del banco central, en el 2005, fue eliminar la paridad del yuan con el dólar. A pesar de que la gestión de la moneda china sigue siendo cautelosa, no se ha quedado estancada. De hecho, registró un aumento de un tercio con respecto al dólar en la década posterior a la decisión de eliminar el vínculo. Zhou también marcó el rumbo de China hacia un sistema en el que los bancos establecen las tasas de interés de forma independiente, en vez de seguir las indicaciones del gobierno. Frustrado ante el letargo del resto de los reguladores chinos, supervisó la creación de una vibrante bolsa donde se negocian títulos a mediano plazo, un verdadero mercado de deuda, aunque no se designa así.

En vez de aplicar reformas revolucionarias, con todos los peligros que implican, optó por cambios pequeños que, en conjunto, produjeron grandes cambios.

Sin embargo, las ambiciones de Zhou iban más allá. Su meta era abrir el sistema financiero de China al mundo, pues estaba convencido de que solo la competencia verdadera haría posible acabar con la inversión excesiva. Para lograr esta meta, se dispuso a internacionalizar el yuan. En el ámbito político no tuvo resistencia, pues a los líderes les agradó la idea de contar con una moneda fuerte. Sin embargo, el aspecto económico resultó complejo, pues requería que China abriera su protegido sistema financiero y lo expusiera a más riesgos. Cuando enormes flujos de efectivo abandonaron el país en el 2016, el banco central dio marcha atrás e intensificó los controles sobre el capital.

Zhou ha sido blanco de críticas de dos extremos opuestos. Algunos economistas, la mayoría dentro de China, consideran que Zhou presionó demasiado para aplicar las fuerzas del mercado, en especial en sus acciones para internacionalizar el yuan. Un antiguo asesor, un economista más conservador, lo calificó como "implacable".

Las críticas del otro extremo, que en su mayoría se originan en el extranjero, señalan que Zhou hizo muy poco para solucionar los males financieros de China. Permitió que aumentara demasiado la deuda, que ahora constituye una amenaza a la estabilidad que el gobierno intenta reducir.

Ninguna de estas críticas es justa al cien por ciento. El proyecto para convertir al yuan en una moneda global nunca se redujo a la moneda. Zhou sabía que al abrir la cuenta de capital de la balanza de pagos se harían evidentes las carencias financieras del país y aumentaría la presión sobre el gobierno para seguir adelante con las reformas. En cierta forma, es lo que está ocurriendo en este momento, pues los funcionarios consideran con mayor detenimiento los riesgos.

En cuanto a la explosión de la deuda, Zhou no podría haber hecho mucho para reprimirla. Puesto que el gobierno se había fijado ambiciosas metas de crecimiento, el banco central debía elaborar políticas monetarias en apoyo a esas ambiciones. Sin embargo, no ha dado rienda suelta a la inflación, que se ha mantenido baja y estable, en general.

Zhou está consciente de que la buena reputación no es eterna. Cuando asumió el cargo de gobernador del banco central, a Alan Greenspan se le llamaba el "maestro" de la Reserva Federal; en cambio, tras la crisis financiera global del 2008, se le consideró un villano. Desde hace seis meses, Zhou ha advertido en varias ocasiones que el nivel de deuda es excesivo, por lo que, si no se aplica legislación más estricta, China podría verse en graves problemas. A algunos críticos les pareció que solo intentaba proteger su legado, pues si más adelante se presenta algún problema, nadie podrá acusarlo de no haberlo previsto.

Los principales candidatos para remplazarlo son Guo Shuqing, el regulador bancario más experimentado de China, y Jiang Chaoliang, el líder del partido en Hubei, una provincia central. Independientemente de quién sea designado, tendrá menos influencia personal que Zhou. Además, ahora que la toma de decisiones se encuentra más centralizada en el gobierno de Xi, el banco central quizá desempeñe un papel menos importante.

Sin embargo, en cierta forma, el siguiente gobernador asumirá el cargo en una posición mucho más sólida. A pesar de que falta mucho por hacer en cuanto a la reforma financiera en China, el sistema en su conjunto está mucho más avanzado que hace 15 años. Como arquitecto, Zhou nunca logró llevar a término su visión, pero sí diseñó cimientos muy sólidos.

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