“Ella es Lorena Tejugi, tiene 18 años, está casada y es estudiante del tercer curso del Colegio Técnico Informático de la comunidad aché Puerto Barra, Naranjal, en Alto Paraná. Después de participar en el desfile por el aniversario de Naranjal, se tomó el tiempo para amamantar a su bebé. Ni el embarazo ni el bebé le impidieron seguir estudiando y soñar con ingresar a la universidad. Aunque de seguro no será fácil por la falta de recursos económicos”.
Esta es la historia que relata Melanio Pepangi sobre Madre estudiante, la fotografía que lo convirtió en el ganador del primer puesto del concurso Paraguay: el país que me gustaría ver, convocado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en el marco de su 75 aniversario y organizado en conjunto con la asociación El Ojo Salvaje.
Su nombre completo es Melanio Piaykangi Pepangi Fua’agi, tiene 27 años y es indígena aché de la comunidad Chupa Pou, Villa Ygatimi, Canindeyú. Con 18 años, se mudó a Asunción para estudiar enfermería luego de haber sido adjudicado con una beca. Estando en la capital, buscó la manera de formarse también en algo que venía haciendo desde hace tiempo: retratar la realidad.
“Mi interés por la fotografía comenzó cuando empecé a sacar fotos con mi teléfono. En ese entonces, las publicaba en mi Facebook y tenía muchas reacciones de mis amigos, que me decían que eran buenas fotos. Cuando llegué a Asunción, aproveché y me puse a estudiar en el Instituto de la Imagen. También, durante mi estancia en la capital, El Ojo Salvaje me ayudó y orientó muchísimo para lograr este tipo de fotografías. Pero sigo aprendiendo, no es que ya sé todo”, relata Pepagni.
Desde hace cuatro años vive en la comunidad Puerto Barra, distrito Naranjal, en Alto Paraná, ya que trabaja como enfermero encargado del Punto Focal de Salud Indígena en el Hospital Regional de Ciudad del Este. “Aquí me casé, tenemos dos niñas con mi esposa”, cuenta sobre la vida actual con su familia.
Para él, este premio es muy importante, ya que —dice— la gente podrá conocer su trabajo y el arte que hay en las comunidades indígenas. “Este reconocimiento es importante también para mi pueblo, porque demuestra que nosotros también podemos lograr nuestros sueños. Además, así empezamos a incluirnos dentro de la sociedad, ya que hay discriminación hacia los pueblos indígenas”, reflexiona.
“¿Cuál es el Paraguay que te gustaría ver?”, le preguntamos. Uno que demuestre interés por la educación, especialmente para los jóvenes, donde no importe la raza, el sexo ni la religión, responde. “En Paraguay supuestamente tenemos derecho a estudiar, pero todo tiene su costo. Muchas veces, los indígenas intentan estudiar pero luego abandonan sus estudios porque no se recibe más apoyo”, señala.
Y continúa: “Tiene que haber programas de becas especialmente para los indígenas, porque muchas veces no entendemos el sistema de la ciudad o cómo llegar hasta el lugar de estudio, entre otras cosas. Necesitamos más oportunidades para la educación de nuestras comunidades, porque sólo con víveres no podemos progresar”.
La protagonista de su foto es Lorena Tejugi, tiene 18 años y sueña con convertirse algún día en obstetra para poder asistir a su comunidad.
Melanio, que viaja en la misma camioneta que la lleva de regreso a la comunidad —luego de aquel desfile por el aniversario de Naranjal— la observa en ese instante en que se hace visible el rol que la acompañará en cada paso que dé: el de ser madre.
Instituto de la Imagen expondrá fotografías de gastronomía
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Una interesante colección de fotografías de comidas, realizadas por un grupo de alumnos del Curso de Fotografía Nivel 4 del Instituto Técnico Superior de la Imagen (ITSI), será expuesta este viernes 22 de agosto, a las 19:00 horas, en el local del Museo del Instituto de la Imagen (MucaFot), ubicado en avenida Brasilia 588 y España, en Asunción.
“El alto desempeño demostrado por los citados estudiantes en las tomas fotográficas y la variedad de platos de comidas utilizados para las sesiones, ameritan la organización de esta muestra”, expresaron desde la institución educativa, indicando que, durante el vernissage, habrá también un coffee party, y que la actividad será abierta al público.
En la ocasión, se podrán apreciar los trabajos de: Ariel Benítez Villar, Iván Cristaldo, Rocío Delmar, Rossana Ferreira, Paulo Franco, Giuliana Ghiringhelli, Camila Martínez Varela, Nélida Ocampos, Marina Rebechi, María Esther Reyes, Mirta Téllez y Paula Verón, quienes realizaron sus fotografías bajo la dirección del profesor Mario Franco Nunes.
El presidente Santiago Peña resaltó que el programa Hambre Cero requiere el compromiso y seguimiento constante al celebrar el primer año de su ejecución. Foto: Archivo
Hambre Cero está logrando enormes transformaciones en la comunidad, destaca Peña
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El presidente de la República, Santiago Peña, encabezó este martes la reunión del Consejo Nacional de Alimentación Escolar (Conae), en el marco de la celebración del primer año de ejecución del Programa “Hambre Cero en las Escuelas”. El jefe de Estado expresó su satisfacción por los resultados, atendiendo a que se han visto verdaderos cambios en la comunidad.
“El resultado es invariable, transformó, cambió la relación del Estado con su comunidad, cambió el proceso de aprendizaje, cambió la cultura de alimentación. Hoy, con la primera dama (Leticia Ocampos), estuvimos compartiendo el desayuno con niños del primer y tercer grado. De todo lo que tiene el programa, lo más impresionante es cómo los niños están educándose en la alimentación”, resaltó.
Peña expresó que celebrar el primer año del emblemático programa es un enorme motivo de orgullo para todos, pero, a la vez, aseguró que se requiere redoblar aún más el compromiso. “Como todo proyecto, o como todo ser vivo, lo cuidamos cuando se está gestando y, muchas veces, cuando está en su periodo de crecimiento y consolidación lo desatendemos, creyendo que ya anda solo. Este programa no anda solo, necesita un acompañamiento continuo”, enfatizó.
El jefe de Estado informó que en la fecha se está instaurando el Día Nacional de la Alimentación Escolar, como fecha de recordación del hecho histórico de que los paraguayos se han unido sobre la causa de los niños y la erradicación del hambre.
“Hambre Cero y este primer aniversario es un hecho histórico, pero quiero que pensemos que este programa forma parte de un sistema de protección social que es amplio”, expresó.
Añadió que el programa Hambre Cero, dentro del sistema de protección social, es el más amplio, que alcanza al mayor número de personas e insume la mayor cantidad de recursos. Pero, este se complementa con otro programa que forma parte de una visión mucho más amplia en el desarrollo del Paraguay.
El presidente Peña resaltó que el Programa Hambre Cero forma parte de un sistema de protección social que es mucho más amplio. Foto: Gentileza
“La Constitución nos obliga a proteger al ciudadano desde su concepción; y ahí está el Programa de Alimentación y Nutrición Infantil (PANI). Hemos puesto un enorme esfuerzo y decisión de ampliar el programa direccionando a las madres en etapa de gestación, para darles el complemento nutricional a los niños recién nacidos. Está demostrado que desde la gestación hasta los primeros 1.000 días de nacidos son fundamentales para el desarrollo del niño y la niña”, precisó.
Mencionó que este sistema de protección social se suma el programa Semillas para el Futuro, que hoy ya está en fase de construcción de los primeros 20 centros que estarán listos para fin de año y principio del año que viene. Además de preparar la licitación de otros 30 centros para el año que viene.
Indicó que en este programa se les brindará una atención integral a niños de 6 meses a 4 años, recibiendo alimentación, cuidado y estímulo para arrancar la formación escolar.
Desafío a futuro
El presidente Peña destacó que se viene un lindo desafío a futuro. Recordó que el año pasado se había calculado que 980 mil alumnos era la población objetivo de Hambre Cero. Pero, este año se encontraron con que había sido hay más niños en edad escolar.
“Hubo menores que abandonaron y volvieron a la escuela. Probablemente el año que viene este problema siga creciendo y será un lindo problema al cual vamos a enfrentar”, expresó.
Peña señaló que su anhelo es que los padres opten por la educación pública; que la educación pública sea mejor cada día y que los docentes del sector público sean cada vez mejores, los mejores remunerados, incluso.
“Este es un camino amplio y complejo que inicia con los mecanismos de evaluación en el país. Nosotros no queremos que los maestros se aplacen, tenemos la obligación de que los que van a enseñar a los alumnos, que hoy están mejor alimentados y más motivados, tengan también docentes más motivados, capacitados, preparados y bien remunerados”, acotó.
Con el título “Dejar aparecer”, el fotógrafo paraguayo Juanjo Ivaldi Zaldívar inauguró en Islandia una exposición de retratos de habitantes del pequeño pueblo de Höfn
“El retrato es una forma de crear un espacio con el otro”
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El fotógrafo paraguayo Juanjo Ivaldi Zaldívar se instaló por primera vez en ese alejado territorio en 2009. Ahora vive en Seyðisfjörður, transformado por el contexto, un planeta distinto, como dice. El artista visual nos habla sobre la esencia de su nueva muestra y sus vivencias en la “tierra del fuego y el hielo”.
Por Jimmy Peralta
Fotos Juanjo Ivaldi
El pasado 17 de junio se habilitó en Islandia la muestra “Dejar aparecer”, del fotógrafo paraguayo Juanjo Ivaldi Zaldívar, una propuesta coordinada por Auður Mikaelsdóttir que presenta un centenar de retratos de ciudadanos de Höfn, un pueblo de alrededor de 2.200 habitantes, donde el compatriota vivió un tiempo. “Dejar aparecer” es una forma de buscar pasivamente el momento artístico, tanto para permitir que este logre manifestarse, en este caso la imagen frente al observador, así como para el artista permitirse ver y captar la obra, en el caso de Juanjo, registrar con la cámara con el máximo respeto al retratado.
Ivaldi vive su segunda estadía en la isla. En 2009 fue por primera vez, para volver en 2014. Cinco años después volvió a instalarse y a revivir la conexión que le permite ese planeta que se le representa como Islandia, como paisaje y humanidad como contexto. “En el retrato, lo esencial no se fabrica: se revela”, cita el texto de convocatoria a la muestra. Juanjo habló con La Nación del Finde sobre esta iniciativa, su experiencia en Islandia, y la búsqueda ética y estética que propone él con esta colección.
“Cada persona me mostró algo nuevo de la forma de ver la vida que tienen los islandeses”, cuenta Juanjo al hablar sobre esta experiencia artística
–¿Cuál tu primera vinculación con Islandia antes de ir y la primera en construir al llegar allá?
–Pensar en esto me llevó directo a una memoria de una sala de fotografía con un piso de ajedrez en el “Instituto de la imagen”. Coincidentemente, la primera vez que escuché sobre Islandia fue en un curso de fotografía que tomaba en Paraguay, allá por el 2006 o 2007, no recuerdo muy bien. Alguien puso música de Sigur Rós… ese sonido… lejano, como si viniera de otro mundo. Hoy, mientras te respondo a estas preguntas, vuelvo a poner Sigur Rós y preparo un café. Mi primer vínculo real con Islandia fue por Sunna, una mujer bellísima de estas tierras, a quien siempre voy a estar profundamente agradecido por invitarme a llegar hasta acá. Con ella tuvimos una relación de jóvenes curiosos en esos años, y un día me dijo: “¿Por qué no nos vamos a Islandia?” Yo le dije “¡Jaha!”. Y bueno, fue así como Islandia pasó de ser ecos sonoros (primero conocí su música), después solo imaginación, a convertirse en un hogar.
Llegar desde Paraguay en 2009, con 25 años, fue como aterrizar en otro planeta, Islandia es otro planeta. Recuerdo un paisaje más negro que verde: extensiones de lava, montañas, cielos inmensos, inmensidad más inmensidad, bum, un aura boreal, 24 horas de día, 24 horas de noche y silencios. Hermosos silencios. No era el Islandia “turístico” de hoy, era un país más reservado, lleno de barrios y a la vez más salvaje. Esa naturaleza en todas sus formas, honesta, me atrapó de una forma que nunca imaginé. Creo que, en ese primer invierno, mientras la nieve caía sobre un planeta que apenas empezaba a conocer, supe que algo en mí también estaba cambiando. Para siempre.
–¿Cómo definirías al retrato, y cómo lo diferenciarías de otras formas fotográficas?
–Para mí, el retrato es una forma de crear un espacio con el otro. No es una imposición de la mirada, del “yo fotógrafo” quiero que vos persona hagas esto para que el “yo fotógrafo” sobresalga. En mi experiencia, un retrato ocurre cuando el otro puede emerger, cuando no se lo interrumpe ni se lo fuerza a ser algo. En este sentido, lo diferencio de otras formas fotográficas que a veces buscan captar lo espectacular, lo inmediato o lo evidente. El retrato, en cambio, es más lento. El retrato es espera. Uno se queda esperando un gesto, una pausa, un silencio donde algo del otro se revele. Es como transitar el mundo analógico de la fotografía. Suele haber un segundo donde la persona decide darte algo, o a veces se le escapa, porque siempre está ahí. En mi búsqueda del retrato, no trato de fabricar una imagen, sino dejar que algo que ya está, como la dignidad, una verdad, incluso una herida, se asome, de formas diferentes. Y cuando hay escucha, cuando hay tiempo, ahí entre dos personas, esa imagen puede convertirse en un espejo donde alguien se reconozca con una dignidad que quizás había olvidado. Por eso, para mí, retratar es también un acto de respeto.
Para realizar este trabajo tuvo que viajar todos los fines de semana, durante tres meses, al poblado de Höfn (foto) ubicado a unos 150 km de Seydisfjördur, su lugar de residencia
EL TRAYECTO
–¿Cuándo empezó a tener forma de muestra esta colección de fotos?
–Esta última exhibición de retratos tiene sus raíces en una experiencia previa del año 2023, cuando trabajé junto a Greta Clough en una región del norte de Islandia. Allí realizamos una serie de entrevistas y retratos que culminaron en la muestra Fl(j)óð, una exposición fotográfica centrada en mujeres de origen extranjero que vivían en Húnaþing Vestra. Compartimos las historias de 33 mujeres de la comunidad, celebrando sus raíces y abriendo espacios de reflexión sobre el lugar que ocupan las mujeres inmigrantes dentro de la sociedad islandesa. Este proyecto fue muy bien recibido y tuvo buena cobertura mediática en el país. Inspirada en esa experiencia, Auður Mikkelsdóttir se puso en contacto conmigo con la idea de hacer algo similar en Höfn, una localidad del sureste a donde llegamos juntos con Tess Rivarola en 2019 y donde vivimos por más de un año. Esta vez, el enfoque estuvo puesto en las y los habitantes de la comunidad. Así comenzó esta nueva etapa.
Durante tres meses hice lo que más me gusta en la vida; manejar en ruta islandesa, escuchar música y fotografiar. Viajé desde Seydisfjördur (un pequeño fiordo del este donde vivimos desde el 2020) a Höfn todos los fines de semana, unos 150 km, atravesando dos rutas de montaña que alcanzan los 600 metros de altitud y no pocas veces están cubiertas de niebla. Conocí y fotografié a 114 personas. En cada encuentro conocí algo nuevo de esta cultura. Tomé café como nunca antes en mi vida. Acá cada vez que llegas a una casa no importa la hora que sea te invitan café. Cada persona me mostró algo nuevo de la forma de ver la vida que tienen los islandeses. Y así fue tomando forma la muestra: como un retrato colectivo que busca reflejar la diversidad del pensamiento, la memoria compartida y lo cotidiano de quienes habitan este rincón del sureste islandés.
“Islandia me ha dado algo valioso: la posibilidad de mirar con más atención, de reinventarme, de sanar, de perdonar, de crecer de muchas formas”, dice Juanjo Ivaldi Zaldívar
–¿Qué sensaciones o intenciones conectan o vinculan entre sí a las fotos de esta muestra?
–Una serie de fotografías puede narrar una historia, pero en esta muestra de retratos el hilo no es argumental. No hay un relato lineal, sino una atmósfera que se construye desde la escucha. Para cada retrato, lo único que pedía era que la persona eligiera el lugar donde quería ser fotografiada. Algunos escogieron sus casas; otros, los caminos donde pasean con sus perros. Algunos volvían a las granjas de sus abuelos, a los establos donde cuidan caballos, ovejas o gallinas. Esas elecciones no fueron casuales: en esta serie de retratos el paisaje no es fondo, es parte del cuerpo. Creo también que lo que une estas imágenes es una intención compartida porque para ser retratado hay que querer ser visto.
En muchos de estos retratos se puede leer el arraigo profundo que cada islandés tiene con su tierra. Para muchos, decir “soy de tal lugar” es un acto de orgullo. Y no es solo una frase: es literal. Algunos nunca salieron de su pueblo Son de ahí, y lo son a mucha honra. Cada persona retratada iba trayendo una nueva perspectiva; su forma de pensar. Y, sin embargo, algo se repetía, remitiendo a algo ya escuchado antes, al otro lado de la isla. Y así se fue tejiendo más o menos, una sensación de intimidad, de presencia, de pertenencia. Quizás lo que une estas imágenes no sea lo que se ve, sino lo que se intuye: una vibración, una confianza, una forma de mirar que no busca transformar, curiosea. Lo que deseo es que cada retrato sea una puerta entreabierta entre la presencia y el misterio.
La muestra, que forma parte de los festejos por el aniversario de independencia de Islandia, quedará abierta hasta el otoño boreal
OBSERVACIÓN Y ESPERA
–¿Cómo llegás vos a la idea de “dejar aparecer” y qué pensás que te aporta como fotógrafo en el contexto donde te manejás?
–El concepto de “dejar aparecer” lo tomo prestado de Humberto Maturana, biólogo chileno, quien plantea que amar es permitir que el otro sea, sin forzarlo a cumplir con nuestras expectativas. Me quedó resonando, y con el tiempo entendí que eso también era lo que yo buscaba al retratar. Coincide con mi manera de aproximarme al retrato, no desde la dirección ni la construcción, sino desde la observación y la espera. Yo no me siento tanto un fotógrafo que “arma” imágenes, sino alguien que observa, que acompaña. En el contexto donde vivo, el “countryside” de Islandia, el tiempo se percibe de otra forma, las personas tienen otras formas de relacionarse. En el momento del retrato, las personas acá pueden llegar a ser muy cerradas para nosotros los “sudacas”. Pero eso es una interpretación desde una expectativa del otro. Aquí, se vuelve clave ser observador, quedarse quieto. Acompañar el silencio entre los dos, acompasar el momento. Aquí no se pueden forzar las cosas. Entonces uno, como fotógrafo, va generando el espacio, las condiciones donde la persona pueda mostrarse, si quiere, si lo siente. Puedo decir hoy que “dejar aparecer” se ha vuelto para mí una ética del mirar y del convivir.
–¿Podrías comentarnos algo de Höfn?
–Höfn es un pequeño pueblo al sureste de Islandia, rodeado de playas negras, glaciares del Parque Nacional Vatnajökull y montañas que respiran con el clima. Tiene tormentas de viento, neblinas… y unos amigos maravillosos. Llegamos allí con Tess Rivarola en mayo de 2019. Hay algo en su paisaje: el viento te habla, o la luz cambia de golpe y te muestra otras formas. A primera vista puede parecer un lugar aislado, pero después de esta experiencia fotográfica me di cuenta de que tiene una vida comunitaria generosa. Vivimos un año con Tess en las afueras de Höfn, Hólmur, en una casa amarilla, con el glaciar como jardín. Después de esa experiencia armamos una exhibición en conjunto: con poesías de Tess y fotografías mías, que se llamó “Mirada extraviada”. Tess tiene mucho que ver con mi desarrollo como artista. Me empujó a buscar más profundidad, a ir más allá. Exige como loca, y eso sirve muchísimo.
Más de un centenar de pobladores de Höfn se ven retratados en una colección de imágenes que a los ojos del fotógrafo representa “una ética del mirar y del convivir”
–¿Cómo es tu vida allá?
–Ahora vivimos en Seyðisfjörður, en el este de Islandia, a 661 kilómetros de la capital. Mi vida hoy es bastante tranquila, ya no farreo tanto, también intensa en otros aspectos. En el día a día cocino, saco fotos, tomo helado, voy a nadar, chismoseo con la gente, me plagueo… y otras cosas que no te voy a contar porque seguro que mi vieja va a leer esto. Siento que, en lugares como estos, donde el tiempo se mueve más lento, uno puede escuchar mejor. Mirar las cosas en sus diferentes formas y estados.
Escuchar a los demás, y también a uno mismo. La naturaleza no es solo un complemento o una foto para Instagram: es un personaje más que convive entre nosotros, con el que uno dialoga todos los días. Te guste o no. Reykjavik, Höfn, Seyðisfjörður… Islandia me ha dado algo valioso: la posibilidad de mirar con más atención, de reinventarme, de sanar, de perdonar, de crecer de muchas formas. De vincularme con la gente de otra cultura, desde las diferencias y el respeto. Y de construir un ritmo de vida más acorde con lo que necesito en este momento.