Por: Javier Barbero

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A todos nos ha tocado esperar, algo que definitivamente, no nos gusta. Las esperas nos ponen nerviosos, nos descolocan. Hacen que queramos saltarnos el tiempo, la gente, los días y todo lo que nos separa de lo que deseamos o estamos atentos a recibir.

A veces, durante la espera nos asaltan las dudas de si lo que ansiamos se producirá o no. Pero de cualquier modo, podemos gozar soñando con lo que esperamos, pues tal vez, el destino nos sorprenda y sea aún mejor de lo que creíamos.

Saber esperar es fundamental. Aún cuando lo que se viene se perfila desagradable, la espera también se convierte en angustia. En esas circunstancias, se vuelve inevitable desear que el tiempo pase con mayor rapidez y que las distancias se acorten para superar el momento a la mayor brevedad.

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En Berlín, Alemania, ya no queda nada del famoso muro. Solo cuatro paredes que se han mantenido para recordar aquella etapa de la historia del país. En la zona del Memorial, como la llaman, hay un césped muy verde con un monumento en el centro. Se trata de un muro de metal que contiene imágenes de todas y cada una de las personas que perecieron al cruzar el muro. Entre 1961 y 1989 más de 5.000 personas trataron de pasar desde Alemania del Este hacia Alemania del Oeste en busca de libertad. Cerca de 2.000 lo consiguieron. Unas 3.000 fueron detenidas. Y, lamentablemente, en torno a 100 murieron. Entre ellas Winfried Freudenberg, el último. Murió el 5 de marzo del 1989 y el muro fue derribado el 9 de noviembre de 1989.

Desconozco las razones que movieron a Winfried Freudenberg a saltar el muro. Probablemente serían de peso, de mucho peso. Para arriesgar su vida deberían haberlo sido. Pero sea como fuere, no quiso esperar más. Si hubiese aguardado tan sólo ocho meses más, no habría perdido su vida intentando pasar al otro lado de la pared. Es cierto que él no sabía que ocho meses después aquella tapia desaparecería, pero, ¿Y si hubiese esperado un poco más? ¿Qué habría pasado? ¿Habría alcanzado su sueño?

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