Juan Carlos Dos Santos

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La batalla de Boquerón culminó en las primeras horas del 29 de setiembre de 1932 con la rendición de las tropas y oficiales del ejército boliviano que lograron sobrevivir extenuados, sedientos, hambrientos, sin medicinas y sin municiones, al asedio implacable al que fueron sometidos por aproximadamente 22 días por las fuerzas paraguayas comandadas por el teniente coronel José Félix Estigarribia.

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En ese lapso de días terribles, donde el enemigo no solo era el que estaba en frente, sino también la propia naturaleza, aparecieron cientos de historias contadas por sus protagonistas; la mayoría, relatos de sobrevivientes que llegaban heridos a los hospitales o narradas por familiares, quienes vivían pendientes de lo que sucedía en los encarnizados combates en el medio del Chaco boreal, y algunos de estos relatos han sido publicados en medios impresos de la época.

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El relato del "cabo perdido" fue publicado en el diario El Orden. Este y cientos de relatos que hacen a la historia del Paraguay, descansan en la Biblioteca Nacional del Paraguay. Foto: Juan Carlos Dos Santos.

Desmayado por la sed

En medio de las selvas vírgenes, solamente el ingenio individual de jefes y soldados paraguayos llega a realizar proezas. Esto lo demuestra el relato de un cabo de Caballería que quedó rezagado de la columna principal detrás de una posición enemiga.

Su escuadrón había recibido orden de operar sobre una parte del fortín, apenas amaneciera. Se desplazaron alrededor de 6 leguas (30 kilómetros) por senderos tortuosos abiertos a golpe de machetes, con las ropas rajadas por las espinas de yatay y llegaron hasta el lugar indicado.

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Los caballos fueron colocados en un inmenso zanjón y esperaron escondidos el momento de avanzar, en coordinación con las tropas de infantería, que desde otro punto iba a participar del ataque. El escuadrón avanzó hasta cerca de 500 metros de posición boliviana, hasta que un infernal tiroteo confirmó que el enemigo los había descubierto.

Las tropas de infantería ya no pudieron ayudar porque dirigieron sus tiros hacia los refuerzos bolivianos que presurosamente llegaban para acoplarse a la lucha. El combate continuó hasta cerca de las 17:00, y el escuadrón de caballería recibió orden de retirarse.

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Venció a la sed, al hambre y a la fiebre

El saldo, seis heridos leve y un desaparecido. El cabo que relata esta historia y de quien no se menciona su identidad, quedó desmayado a consecuencia de la sed en el momento de la retirada y nunca llegó al montecillo donde se les había ordenado encontrarse para regresar.

“Quedé desmayado y cuando recobré el conocimiento, me encontré solo. Rápidamente me amoldé a las circunstancias, corté unas ramas y preparé una especie de cueva para resguardarme de la vista del enemigo. Todo el día permanecí en ese lugar, inmóvil y observando todo lo que sucedía a mi alrededor, muchos camiones bolivianos, enormes y cargados de heridos, pasaban a mi lado, pero a pesar de la sed y la fiebre, no me moví del lugar”, recuerda el protagonista del relato.

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Dejó incomunicado a los bolivianos

“Al caer la noche, salí agazapado y a los pocos metros me encontré con unos alambres y con mi machete comencé a cortarlos, eran los hilos de comunicación que utilizaban los bolivianos para comunicarse entre los fortines que habían tomado”, recuerda.

El cabo caminó un poco más entre la densa vegetación y para su sorpresa una zanja se encontró con algo parecido a una masa de harina y a pesar del temor, el hambre pudo más y comenzó a comerlo. Siguió avanzando y se encontró con un pequeño pozo de agua, donde descansaban ocho cantimploras de soldados bolivianos. Sació su sed, cargó con agua todas las cantimploras bolivianas y regresó a su escondite.

Relata que esa noche no pudo dormir afectado por la masa de harina y agua ingerida, aunque permaneció toda la noche en ese lugar y antes de amanecer, nuevamente salió de su escondite y se dirigió hacia donde él creía que se encontraban sus compañeros de escuadrón.

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La victoria de la Batalla de Boquerón, una de las gloriosas facetas que se desarrolló durante más de veinte días en defensa del Chaco paraguayo. Foto: Gentileza.

Un sendero boliviano

Pero nuevamente el destino lo puso en un camino equivocado. Se encontró con un sendero que entraba al monte y lo siguió por casi dos kilómetros. Durante el recorrido se encontró con una especie de sable boliviano, calzados, pañuelos, paquetes de correspondencia, por lo que supuso que se encontraba en un camino utilizado por las fuerzas bolivianas para desplazarse entre los fortines ocupados.

Se ocultó en un zanjón y para su sorpresa los hallazgos continuaron, pero esta vez se encontró con cuatro cajones de municiones, dos de ellos con cintas para ametralladoras. No pudieron transportarlas, las movió de lugar y las ocultó en el monte. Luego retomó su camino y llegó junto a su escuadrón, tres días después.

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La alegría de sus camaradas por verlo vivo superó a la sorpresa al ver llegar a su compañero, a quien daban por muerto o prisionero, cargado con cantimploras llenas de agua, su fusil, muchas municiones, el paquete de cartas y fotografías dejadas por el enemigo y el resto de la masa de harina que lo había indigestado.

El comandante, por tan valerosa y arriesgada acción, no tuvo más remedio que premiarlo, dándole unos días de permiso, que lo utilizó paseando por Asunción, antes de regresar nuevamente al frente. Este relato fue publicado en el diario El Orden el 24 de setiembre de 1932.

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