POR JOSÍAS ENCISO ROMERO

El gobierno del presidente Mario Abdo Benítez ha caído en los últimos grados de la perversión: el exhibicionismo. Muestra en público sus partes pudendas. Pareciera que se estimula exponiendo sus atávicos instintos y sus más degradantes pasiones. Ya no oculta sus miserias. Ni mezquina la vergüenza. Al contrario, cada vez se muestra más explícito en su desnudez de ruindad, bellaquería, inescrupulosidad y bajeza extrema. Esta forma de manifestación parafílica conlleva graves trastornos. Como eunucos políticos que son se autoengañan pavoneándose de virilidad, se despojan de sus perramos, pilotines y sobre todo en las páginas del diario bergantín de la “Reina de los siete mares” que surca la calle Yegros y el pasquín del perrito empaquetado propiedad del “Boss” de la calle Benjamín Constant.

Decimos que este gobierno ha caído en los últimos grados de la perversión, y no en el último, porque cualquier cosa manda hacer la desesperación. ¡Qué mal trago es el odio! Peor si es preparado con los ingredientes de la impotencia y la maldad. La estrategia repetidamente fracasada del Poder Ejecutivo, y filtrada a los medios de comunicación amigos del poder y del dinero, obsesionado con sacar de la pista a los candidatos del movimiento Honor Colorado, empezando por su líder, Horacio Cartes, ha elevado copiosamente la cosecha de la frustración y el rencor. Nada le sale bien a esta triple entente nazifascista que persigue el exterminio político y la muerte civil de sus adversarios. Quieren plantar la mentira en la conciencia ciudadana validos de una sobrevalorada fuerza, inexistente, así como la credibilidad de sus medios. Igual que sus periodistas.

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Todo empezó aquel 3 de febrero –fecha que tanto le duele a Marito– de este año. Coincidente con el 33º aniversario de la caída del régimen del dictador Alfredo Stroessner, que el presidente prefirió obviar en medio de gruesos lagrimones, salta a escena, con pretensiones fulgurantes, el entonces ministro del Interior, Arnaldo Giuzzio. Levanta el telón y barre el tablado de la Comisión Permanente del Congreso la senadora siempre oficialista, Lilian Samaniego, dando inicio al show. Pero, en vez del codiciado Óscar este integrante de los Cuatro Mosqueteros recibió el Premio Razzie de aquellos lares y el Premio Limón de estas latitudes.

Arnaldo Giuzzio tenía sobre el pescuezo una posibilidad de juicio político por la inseguridad que azotaba al país, principalmente, por aquel caso de sicariato en el Anfiteatro José Asunción Flores de San Bernardino. Entonces, quiso golpear primero, vinculando a Horacio Cartes con una “red de contrabando y lavado”. Su gran defensor, el vicepresidente y precandidato a la Presidencia, Hugo “Chorro” Velázquez, advirtió que si se le sacaba al Giuzzio sería “lavar el rostro de la mafia”. El ahora ex ministro del Interior adelantó que tenía mucho por contar –el libreto calcado de “Yodito”– y que todavía no puso “todas las cartas en el asador” (sic).

Al que se le descubrió algunos “vínculos” con la mafia fue a Giuzzio, quien por esa razón se fue a la cuneta. Con un simple ademán de la directora de orquesta de este gobierno, la senadora Desirée Masi, tomó el lugar vacante de afónicos denunciadores, el ministro coordinador de la Unidad Interinstitucional para la Prevención, Combate y Represión del Contrabando, Emilio Fúster. Compungido declaró que varias veces, anga, pidió a la Fiscalía allanar tabacaleras, desde el 2018, pero nadie le hizo caso.

Una fiscal, Estefanía González, le canta un retruco por inútil, acusándolo de ser “cómplice del contrabando”, porque el ingreso ilegal de mercaderías en el país no ha “bajado ni un porcentaje”. Y tenía razón la agente del Ministerio Público. Había sido que Fúster y el comandante de la Armada, Carlos Velázquez Moreno (hermano del Vicepresidente), estaban metidos hasta el karaku con un convoy que entró “en frío” a nuestro territorio ante la amable mirada y el acompañamiento de pundonorosos militares y heroicos policías. Ahí nomás el ministro coordinador entró al mazo para nunca más salir.

Mientras el ministro de la Secretaría de Prevención de Lavado de Dinero o Bienes (Seprelad), Carlos Arregui, el tercer mosquetero del cuarteto (como en la novela), preparaba su “fulminante” informe contra el Grupo Cartes (que resultó en un mamotreto más monumental que la misma radio), HC disfrutaba de su tiempo libre –según el diario con fe en la mentira– metiendo la mano en la convención del Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA), salvaba a la fiscala general del Estado, Sandra Quiñónez, de un juicio político en la Cámara de Diputados y el resto del día se encargaba de “manipular” las ternas elaboradas por el Consejo de la Magistratura para llenar dos vacancias en el Tribunal Superior de Justicia Electoral (TSJE). Finalmente, mediante “un amplio consenso”, el TSJE fue integrado sin inconveniente alguno. Había sido que Cartes no tenía nada que ver. Por otro lado, el informe de Arregui, sin pies ni cabeza, obra de Marito, Hugo y el “Mariscal pastelito”, se apagó como las chances de la selección paraguaya de fútbol.

Ahora el tema es el “avión iraní” que vino a comprar cigarrillos en Ciudad del Este. Y hace su aparición el cuarto satélite de la senadora Masi, René Fernández, ministro de la Secretaría Nacional Anticorrupción (Senac): “Creemos que la operación comercial fue fachada de otra actividad”. Abc Color interpretó que “fue una pantalla para financiamiento terrorista”. Un avión “sancionado por el gobierno de los Estados Unidos por vínculos con organizaciones terroristas”, sigue diciendo el medio citado. ¿No hay piko en el servicio de inteligencia una lista negra de aeronaves para evitar este tipo de “sorpresas”? ¿Somos tan improvisados y kachiãi? El ministro Fernández realiza una confusa denuncia ante la Fiscalía. Olvida, parece, que el único responsable de autorizar el plan de vuelo es el Gobierno del cual él forma parte.

Sus tripulantes, venezolanos e iraníes, iban a quedarse ocho horas y se pasearon durante tres días. El presidente de la Cámara de Senadores, el gubernista Óscar “Cachito” Salomón, colorado de gua’u, especula que dicho avión habría llevado dinero para ser “lavado en paraísos fiscales”. No faltan los desconfiados que aseguran que, en realidad, pudo haber traído dinero para la campaña del “Chorro” Velázquez, cuya probable ligazón con el Hezbolá huele cada vez más a podrido. Para completar el demencial cuadro, Arregui felicita a su colega René Fernández por su “magnífico trabajo”. No hay caso, cada vez se muestran más desnudos ante el público. Grosero e impúdico exhibicionismo. Algún problema de pubertad, posiblemente.

Decimos que este gobierno ha caído en los últimos grados de la perversión, y no en el último, porque cualquier cosa manda hacer la desesperación.

El ministro Fernández realiza una confusa denuncia ante la Fiscalía. Olvida, parece, que el único responsable de autorizar el plan de vuelo es el Gobierno del cual él forma parte.


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