• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

Arístides Juan Da Rosa Cano se des­empeñaba como secretario privado y jefe de gabinete del otrora Minis­terio de Educación y Cul­tura (MEC), hoy de Cien­cias. Nicanor Duarte Frutos había vuelto a dicha Secre­taría de Estado después del sangriento Marzo Paraguayo mediante la intermediación de Juan Carlos Galaverna (próximamente más infor­maciones en las memorias de Kalé). Luis Ángel González Macchi era presidente de la República. Después del asesi­nato de Luis María Argaña y la renuncia de Raúl Cubas Grau, la Vicepresidencia había que­dado vacante. El Tribunal Superior de Justicia Electoral llamó a elecciones para el 13 de agosto del 2000. El arqui­tecto Félix Argaña Contreras, ganador de las internas de su partido, era el candidato de los colorados. El movimiento Unión Nacional de Colorados Éticos (UNACE), liderado desde el exilio por el gene­ral (ya fallecido) Lino César Oviedo, acusado precisamente del atentado en que perdió la vida Argaña, arenga a votar por el representante del Par­tido Liberal Radical Auténtico (PLRA), Julio César “Yoyito” Franco. Luego, UNACE se con­vertiría en Unión Nacional de Ciudadanos Éticos, un par­tido aparte de la estructura de la Asociación Nacional Republicana (ANR).

Volvamos a la alusión a Da Rosa. Nunca fue casual. Un día entra con rostro de pre­ocupación al despacho de su ministro (yo fui un testigo involuntario) para comen­tarle que “la candidatura de Félix no iba muy bien”. Que habría que apuntalar con mayor fuerza y más medios la campaña. Con un rostro que reflejaba la inescrupulosa interpretación de la política, Duarte Frutos, sin exaltarse, cosa rara en él, le respondió: “Esta no es nuestra lucha. No te preocupes ni te metas”. Un eventual triunfo del hijo del vicepresidente asesinado implicaba su directa candi­datura para las presidencia­les del 2003. Lo que arrui­naría las aspiraciones de Nicanor. Finalmente, ganó “Yoyito” Franco. Por eso, “esta lucha” no era la “lucha” de quien pasaría a la historia con la inmortal graduación de “mariscal de la derrota”. No importaban los resultados del partido. Solo sus particu­lares y mezquinas apetencias. La justicia para los traidores siempre llega a tiempo. Y en la tierra. Más allá será el crujir de los dientes.

La expresión de Duarte Fru­tos, “yo soy un hombre polí­tico y voy a morir en la militancia política”, hay que traducirla como la de un hom­bre que encontró en la política su único motor de movilidad social y crecimiento patrimo­nial. No tiene capacidad para más. No le seduce la política en su concepción ética ni el Partido Colorado en sus prin­cipios ideológicos y objetivos electorales. Solo, repito, sus propias ambiciones para la vida holgada. No es la causa común el centro de sus moti­vaciones, sino la posibilidad de continuar manteniendo a una “legión de sin trabajo” mediante las ubres públicas. No hablo por el solo efecto de hacerlo. Tengo una tonelada de pruebas de su paso de Atila (igual que en la Facultad de Derecho de la Universidad Católica) por la Entidad Bina­cional Yacyretá (EBY) que, si supiera por dónde empezar, ya estaríamos evidenciando uno de los más inmorales sucesos de manejo impúdico, alevoso y abusivo de un ente ligado al Estado paraguayo, aunque su marqués de Sade blinde su interior con el pre­texto del estatus jurídico de la binacionalidad. Pero nada tiene categoría de perenni­dad. Ni la corrupción. Sobre todo, cuando esta es tan des­prolija, que ni siquiera cuida los detalles de los “concursos de precios”. Son procedimien­tos similares a los del garabato del preescolar. Las mismas tres empresas que se van turnando para quedarse con las provi­siones, más que nada, de víve­res. En el negocio incluyeron hasta al yerno del mozo. No se preocupen, tengo los papeles a la vista. Una vez clasificados verán la luz pública. Por cual­quier medio.

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Si entre los intereses de Nica­nor Duarte Frutos figura que la derrota de Santiago Peña será beneficiosa para él, no dudará en asegurar, una vez más, que “esta no es nuestra lucha”. Cada día se supera a sí mismo en su codicia “sin lími­tes” y en su desesperado afán de continuar viviendo bien de arriba. Como en los tiempos de la venta de indulgencias, paga su cuota de travesuras con nombramientos y contra­tos de los parientes (de sangre y políticos) de su esposa. La lista es más larga de lo que el público sospecha. Pero, más que nada, hará lo imposible, de eso estoy seguro, cono­ciéndolo, para traspasar su legado de “mariscal de la derrota” a otro dirigente republicano. Y si es de Honor Colorado, mejor. En su deli­rio, cree que está en condicio­nes de volver. Nunca enten­dió lo que hace poco afirmó el papa Francisco: la sabidu­ría de retirarse a tiempo. En su caso no es por principios, sino por su inveterada adic­ción presupuestívora. Y ya no le queda tiempo para purifi­carse con cuarenta años en el desierto. He dicho.

La expresión de Duarte Frutos, “yo soy un hombre político y voy a morir en la militancia política”, hay que traducirla como la de un hombre que encontró en la política su único motor de movilidad social y crecimiento patrimonial.

Si entre los intereses de Nicanor Duarte Frutos figura que la derrota de Santiago Peña será beneficiosa para él, no dudará en asegurar, una vez más, que “esta no es nuestra lucha”.

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