POR JOSÍAS ENCISO ROMERO

El periodismo paraguayo, lejos de las grandes controversias ideológicas de antaño, está siendo degradado por impostores en busca de gloria. Los más cebados en la verdad son los medios y sus “estrellas” de las cadenas Zuccolillo y Vierci.

Sin más armas que la grandilocuencia insignificante, la ostentosa grosería y la infatuada ignorancia. La palabra ardiente y engolosinada con bellas imágenes literarias ha desaparecido ante el peso de los cachivaches de voces aflautadas, melifluas, chillonas o de impostada gravedad. Las plumas rastreras, de natural y espontánea mediocridad, creyéndose Azorín o Mariano José de Larra, tratan denodadamente de imponerse a los memorables escritos de aquellos que deshuesaban los conceptos para lapidar a los adversarios sin marcharse las mangas de sus camisas. La elegancia de los caballeros del buen decir fue suplantada por la arrogancia de los garabatos de quienes dejarán de ser memoria, incluso antes de su muerte.

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El destino de los grises es el olvido. O, simplemente, el recuerdo de sus malicias. En el limbo de las enajenaciones contemplativas, de divagues de famas inalcanzables, se erigen en los mesías de la transustanciación de la piedra bruta en certeza inapelable. Desde la apostasía de los diarios, radios y televisión proclaman las fementidas buenas nuevas que trasuntan mentiras, calumnias e infamias. Como no tienen honra que perder, procuran dañar la ajena.

Al periodismo militante algunos quieren darle un aura de romanticismo, de rebeldía comprometida con el cambio, y para otros no es sino el sometimiento de la opinión a favor de una causa política afín a quien la escribe. Hace años, un profesor de Comunicación de una universidad argentina escribió que actualmente existen tres tribus de periodistas: Los profesionales, que son promotores de los valores comunes, como la defensa de la democracia y la lucha contra la corrupción. En nuestro caso particular, a la línea editorial de estos grupos mediáticos no es la democracia la que interesa, sino los negocios y negociados con quienes administran temporalmente el poder. Tanto el diario que nació con fe en la plata y su émulo el jagua’i paquete de la calle Benjamín Constant, ya los subrayamos varias veces, nacieron bajo la estrella de la dictadura estronista. Y para sus periodistas, la corrupción solo tiene la cara del adversario político de sus patrones. Nunca la ven dentro de sus propias empresas o en los aliados políticos de los dueños.

El segundo grupo está conformado por los populistas, señala, referidos por la indignación banalizada y nutrido de la antipolítica, sin rigor alguno y sobrevalorando el impacto sobre el público. Y, por último, los militantes, que atacan solo hacia un lado, dañando a sus enemigos y nunca a los afines. El periodista y politólogo colombiano, Sebastián Nohra, advierte que “los periodistas militantes abrieron las compuertas del periodismo de camiseta”. Otros comunicadores consideran que muchos han caído en “la compra y venta de las opiniones en el mercado de las palabras”.

Así lo vimos en los programas especiales de Telefuturo, con Luis Bareiro, Óscar Acosta y Menchi Barriocanal, entre otros, haciendo piruetas durante la pandemia frente a los ministros de Hacienda, Benigno López, y del Interior, Euclides Acevedo, ignorando lo urgente e importante, con preguntas y comentarios baladíes que evidenciaban la complicidad con el Gobierno para desviar la atención de la tragedia que se venía sobre nosotros. Y mientras el humo de lo insustancial se extendía desde esos medios, distrayendo con el espectáculo, las autoridades desviaban 1.600 millones de dólares. Ni siquiera ahora, con un evidenciado gobierno corrupto y catastrófico, se dan por aludidos del gran daño que ocasionaron a la ciudadanía. El periodismo, igual que la política, se volvió una herramienta para la irresponsabilidad impune.

Hacer periodismo político se volvió costumbre en nuestro medio. Es decir, un periodismo ejercido desde trincheras políticas. Lo recomendable, en estos casos, es asumir posiciones de cara al público para que ese público sepa a qué atenerse y cómo evaluar los hechos dentro de ese contexto definido. Lo trágico y denigrante acontece cuando los periodistas –en su mayoría, de los grupos Z y V– quieren sermonear vanamente desde el altar de los escapularios, utilizando los brazos como aspas y las voces como parlantes de chureros. Los puritanos de la moral extrema que fornican con el fraude y el embuste.

Todos los males recaen solo sobre un sector del Partido Colorado, como una primera etapa para desalojar al partido del poder. Días atrás, durante una de las sesiones en la Cámara de Diputados para exponer el libelo acusatorio en contra de la fiscal general del Estado, Sandra Quiñónez, corrió el rumor de que las bases coloradas también se movilizarían. La “faraona” de la calle Yegros, creyéndose la versión femenina de Moisés, dividió a la sociedad entre “ciudadanos y hurreros”. Es la reencarnación de Adolfo, proclamando la raza superior y el extermino de todos quienes no piensan como ella. Este es el periodismo militante paraguayo y no su otra versión. El mismo que practican las marionetas del contrabandista de wiskis. El periodismo militante-combatiente-marioabdista. ¿Hasta las últimas consecuencias? Es hora de que se pongan los pantalones y asuman su papel. ¿Será?

El periodista y politólogo colombiano, Sebastián Nohra, advierte que “los periodistas militantes abrieron las compuertas del periodismo de camiseta”.

La “faraona” de la calle Yegros, creyéndose la versión femenina de Moisés, dividió a la sociedad entre “ciudadanos y hurreros”.

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