Soldado que huye de una batalla real sirve para otra batalla ver­bal. Se mete despavorido debajo de la cama durante la tormenta, pero se sube a lo más alto de la tarima en tiempos de brisa suave. La repetición de sus actos hace predecible a una persona. El Presidente lo es. Menos su gobierno donde la imprevi­sibilidad es su sello de garan­tía. Ni había necesidad de leer las cartas o las palmas de su mano para anticiparnos a lo que todos ya sabíamos. Por eso acostumbramos a dejar testimonios de nuestros pen­samientos. Lo escribimos el lunes nomás, 23 de mayo, cuando hicimos una analo­gía con el pavo real que exhibe ostentoso su plumaje, pero lo esconde ante el primer ruido como alma que lleva el diablo.

Y él se escondió en las horas cruciales de la pandemia. Lo volvió a hacer cuando los sicariatos arreciaban. Sabíamos, y lo dijimos: “En momentos críticos se olvidó de la palabra –de la que tanta abusa para pavonearse– y se acordó de que boca cerrada no mete la pata. Es guapo a la hora de las bravuconadas y para desafiar a sus enemi­gos políticos dentro de su propio partido, el Colorado –los trata como enemigos y no como adversarios–, pero se encoge (se arruga) cuando tiene que enfrentar los ver­daderos desafíos que deman­dan el oficio de gobernar”. Tal cual. Cuando la indignación ciudadana bajó sus decibeles por los últimos atentados del crimen organizado, regresó triunfal con su pose de mata­siete y výro chusco. Igual que su figura inspiradora, el dic­tador sanguinario, cree que el pueblo es estúpido. Ese pue­blo que ya le avisó que ni con una tonelada de discursos va a cubrir su popó a ritmo de pato, así como lo hacen los felinos domésticos.

Apenas sus venas recupera­ron un poco de sangre, Marito el pálido también recobró sus aires de fanfarrón de barrio. Ni siquiera algo parecido a un estadista. “Espera un prudente tiempo para vol­ver a sus andanzas. Pasado el peligro (el malestar ciuda­dano) vuelve a inflar pecho, pensando que el pueblo se va a olvidar de los momentos en que se le exigía presencia y resultados y él no tuvo mejor idea que meter la cabeza bajo lo tierra (igual que el avestruz, añadimos ahora). El estigma de blandengue y medroso tiene el registro autoral de su nombre” (La Nación, lunes 23 de mayo, página 6). Con precisión mili­métrica nuestros pronósticos se cumplieron. Y en un salto espectacular, (tal vez debería inscribirse para el Odesur), desde el fondo del sanita­rio aterrizó en un escenario montado en Coronel Oviedo. La sandía yvyguy vuelve a su papel estelar de compadrito y pendenciero. Y, para variar, su obsesión es el líder del movi­miento Honor Colorado, Horacio Cartes. La misma cantinela y repetido libreto. Que su gobierno fue el que más rutas y hospitales cons­truyó, en comparación con la administración anterior, pero que sus adversarios no quie­ren reconocer. No sabemos si se refiere a las Unidades de Salud de la Familia (USF) que están sin médicos, sin equi­pos, sin medicamentos y algu­nas abandonadas. O a las rutas cuya certificación de kilome­traje alguna vez se conocerá. Así como las sobrefacturacio­nes. Nada dijo de los 19.000 muertos por el covid-19, del elevado índice de desocupa­dos en este primer trimestre, ni de las familias cuyos inte­grantes dejaron de comer, al menos un día, durante el año pasado. No estamos inven­tando. Como diría el “maris­cal de la derrota”, son datos empíricos, fehacientes.

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Mientras las personas son asesinadas en las calles, en conciertos y hasta dentro de sus propias casas, la reencar­nación del único líder (nunca asume sus errores, solo tiene virtudes) alardeó de que durante su gestión caerán los más poderosos mafiosos porque, ndaje, no será cóm­plice con su silencio. Ahora que las aguas están un poco calmadas apareció el men­sajero de la paz. Silencio es lo que mejor sabe hacer en los duros momentos de crisis. No solo se calla. Desaparece. Se esfuma. Y cómplice ya es por su incompetencia e ineptitud y por estar rodeado de medio­cres y amigotes que privati­zan la cosa pública. Por eso el crimen organizado ya avanzó hasta nuestra ciudad capital, Asunción.

Por último, le recordamos al Presidente que es el primer responsable del Estado fallido que tenemos. Y que su man­dato ya llega a su final. Ha fra­casado en su lucha contra la corrupción (al con­trario, todos los días publicamos que, antes bien, la fomenta), no puede garantizar seguridad ciuda­dana, tenemos una insegu­ridad alimentaria severa, las instituciones no funcionan porque los ministros están de campaña política perma­nente, las dos binacionales andan a la deriva: en Itaipú, Brasil hace lo que quiere, y en Yacyretá están dando los últi­mos manotazos para el recreo posterior al 15 de agosto del año próximo. El Gobierno carece de autoridad y no tiene capacidad para contro­lar el territorio nacional ante el avance de la mafia fronte­riza. Eso se llama Estado fallido, Presidente. Se lo expli­camos de la manera más sen­cilla posible. Después ya solo queda la opción de une con fle­cha. De nada.

Ya hicimos una analogía con el pavo real que exhibe ostentoso su plumaje, pero lo esconde ante el primer ruido como alma que lleva el diablo.

El Gobierno carece de autoridad y no tiene capacidad para controlar el territorio nacional ante el avance de la mafia fronteriza. Eso se llama Estado fallido.

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