Las fotos ya no hablan por sí solas. Desde la guerra de Vietnam –y el desarrollo de la teoría de la comunicación desde varios ángulos de investiga­ción– dejaron de tener el valor de mil palabras. En aquella conflagración fratricida las imágenes fueron utilizadas con fines propagandísticos, recortando figuras para ubi­carlas fuera de su contexto. Así, el ojo del lector inter­preta lo que ve y no la reali­dad. Por ende, las que regis­traron un encuentro entre el mandamás del Frente Guasu, Fernando Lugo, y el canci­ller hasta fin de mes, Eucli­des Acevedo, no hay que proyectarlas –como asegu­ran algunos colegas– como la instantánea imborrable del “candidato ideal”. A ambos les convenía difundir esas fotos: a Euclides para tra­tar de fortalecer una candi­datura que no tiene estruc­tura en las bases y a Lugo para incordiar a los liberales.

Sin que se le mueva un solo músculo del rostro que evi­dencie sus cartas, Fernando Lugo es capaz de desafiar con “quiero y retruco” con un tres de copa en las manos. O can­tar “falta envido” con la más baja puntuación que el juego del “Truco” contemple. Como se volvió un cuentero profe­sional, su cara no registra el bluf. Sus adversarios se con­vencen de que tiene bajo las mangas lo que él presume y se someten a su juego. A Nicanor Duarte Frutos le ganó hasta en “casita robada”. Según las historias no contadas por escrito, en el domicilio de “Tito” Saguier, senador por el Partido Liberal Radi­cal Auténtico (PLRA) en el 2007, llegan a un acuerdo: el obispo no sería impugnado por su condición de tal –Bene­dicto XVI no le había conce­dido la dispensa papal– y, en retribución, tampoco sería objetada la candidatura a senador del presidente de la República en ese entonces. En la emoción del abrazo multi­color, el exclusivo círculo de dirigentes colorados que par­ticipó de la reunión no leyó las letras chicas que presagiaban la traición del padre de varios niños, aun en tiempos en que usaba los hábitos. Y así, efec­tivamente, ocurrió. Después de varios intentos del senador vitalicio de ocupar su banca de legislador activo, el jefe de Estado, o sea Lugo, simu­lando hastío le recomienda que “vaya a su casa” y deje a la nación tranquila.

En el papel de embaucador de vocación innata logró hip­notizar a un Partido Libe­ral Radical Auténtico, que venía inmerso en un mar de derrotas, para compartir el poder. “Yo no soy luego sapo de este pozo”, decía en alu­sión a la política. Así enca­bezó la chapa presidencial para el 2008 con el radical auténtico –hoy convertido en periodista– Federico Franco. Durante las internas libera­les, Carlos Mateo Balmelli, el otro aspirante a la Vicepresi­dencia, denunció fraude. El candidato, Lugo, le persua­dió de que no insista con esta trama electoral a cambio de la dirección general de Itaipú. Cuando los conflictos arre­ciaban, ya como gobernante, se declaraba “poncho juru”; es decir, sin inclinarse a favor de nadie.

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Sin embargo, Lugo no era tan “poncho juru”. Con pre­cisión de cirujano, utilizó el bisturí para extirpar del poder a sus antiguos com­pañeros. Efraín Alegre fue destituido del Ministerio de Obras Públicas y Comunica­ciones porque estaba embar­cado en un prematuro prose­litismo para la Presidencia de la República. En ese mismo acto, y por el mismo motivo, se desprendió del dirigente del Partido Democrático Pro­gresista (PDP) Rafael Filiz­zola, ministro del Interior.

Mateo Balmelli se enteró por teléfono que ya no era director general de Itaipú estando fuera del país. Blas Llano fue mucho más preca­vido y se retiró del Ministerio de Justicia y Trabajo –no sin antes echar a todos los colo­rados que podía– para retor­nar a la Cámara de Senadores. El único gran error de Fer­nando Lugo fue pensar que no precisaba de respaldos polí­ticos porque iba a gobernar con el pueblo. ¡Oh, la sober­bia! Siendo ex cura se olvidó, mareado por la arrogancia, que bíblicamente es “la vís­pera de la caída”. Cuando vino la arremetida del juicio polí­tico, todos los celulares de sus antiguos aliados le respon­dían: “Deje su mensaje”. Y cuando se consumó su desti­tución, nadie salió a las calles a defenderlo.

Muchos especulan que Eucli­des Acevedo es un caballo de Troya de un sector del Par­tido Colorado (específica­mente del oficialismo) den­tro de la oposición. La tesis cobra mayor relevancia con­siderando que el actual can­ciller realiza declaraciones sobre la urgencia de agluti­nar fuerzas para derrotar a la Asociación Nacional Repu­blicana, estando aún en el cargo y sin que el presidente de la República, quien llegó al poder de la mano de los colo­rados, haga algunas salveda­des al respecto. Ni Euclides es muy ético ni Marito es muy firme. Algo huele a podrido en Mburuvicha Róga. Quienes mejor le conocen al ex obispo aseguran –infidentes– que es Lugo el caballo de Troya en el proyecto del ministro de Relaciones Exteriores.

Fernando Lugo, sacando lus­tre a su papel del “Viejo Viz cacha” del célebre Martín Fierro, deja trascender que dentro de la concertación Frente Guasu Acevedo es un potencial precandidato a la Presidencia de la República. Su compañero ideal sería un dirigente del PLRA. Quie­nes propalan esta versión se olvidan que vivimos en el país donde las teorías están dos metros bajo tierra, conse­cuentemente, la “arbolada” no es un bosque, sino una suma­toria de árboles. Árboles que tienen nombres grabados en sus troncos: Esperanza Martí­nez, Sixto Pereira y Jorge Que­rey, sin olvidar al antiguo diri­gente del Hospital de Clínicas que enfrentó a la dictadura, Carlos Filizzola, quien defi­nió a Euclides como el sepul­turero de partidos políticos, refiriéndose al Revolucionario Febrerista (PRF) y al Encuen­tro Nacional (PEN).

El Frente Guasu anunció que el próximo 24 de abril pre­sentará un candidato único para las elecciones generales del 30 de abril del 2023. Será para negociar con la “Mesa de presidentes de partidos opo­sitores”, cuya cabeza visible es Efraín Alegre. En estos días santos recordemos que muchos fieles solo son de labios. Si Lugo se divorció de su propia vocación, no le será difícil negarle al Gallo, antes de que el gallo cante tres veces.

Fernando Lugo, en el papel de embaucador de vocación innata, logró hipnotizar a un PLRA, que venía inmerso en un mar de derrotas, para compartir el poder.

Siendo ex cura se olvidó, mareado por la arrogancia, que bíblicamente es “la víspera de la caída”.

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