La histórica paliza del Partido Colorado sobre la oposición es un golpe rotundo a la credibilidad de los voceros aún más intensos que los propios políticos: los grupos Vierci y Abc que hipotecaron tal valor esencial detrás del encubrimiento: durante cinco años no denunciaron hechos de corrupción para evitar potenciar al sector que postulaba a Santi Peña y luego se constituyeron en verdadera trinchera del efrainismo.

Pero si fracasaron como medios, también fracasaron como estrategas porque no aprendieron la vieja lección sobre que es mejor atacar que defender en incidencia pública. Ello provocaba permanentemente ante la opinión pública un escenario de lectura excesivamente fácil: La Nación denunciaba al poder y se ponía del lado de los ciudadanos, mientras que Vierci y Zucolillo solo hablaban del Cartismo (que no ejercía el gobierno) y silenciar la corrupción en la esfera del poder.

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Se podrían citar “tareas” semejantes en medios más insignificantes como “El Independiente” por ejemplo, jugando siempre con el mismo perfil: ocultar al gobierno cuyas políticas son las que perjudican a los ciudadanos y atacar a Peña, cuya popularidad iba creciendo con tales ataques.

En su paso por el arrebato militante, Vierci incluso canceló el funcionamiento de su área de investigación televisiva, cuyo formato era uno de los más exitosos de la TV nacional.

Arrastraron al mismo tiempo a las que eran respetados centros de pensamiento como Dende a ser caja de resonancia del burdo análisis de sus periodistas en pomposos paneles; análisis ejercidos más desde el repudio al Partido Colorado que desde la mirada de escenario que es lo que corresponde.

En concreto, el hecho que los dos grandes grupos que concitan una parte sustancial de las audiencias no sean creíbles para ellas más que en sus shows o en sus transmisiones deportivas es una derrota para el periodismo en sí.

Y un último componente. La petulancia de la sobrevaloración. Con poses de dueños del periodismo hablaban para casi nadie, mientras a sus espaldas los medios creíbles y la “la fórmula Bukele” (el buen manejo de las redes) les llevaba a dormir la siesta con pijama. Una historia al mismo tiempo tragicómica de un periodismo que no supo superar las fórmulas clásicas y romper esquemas hacia las nuevas fórmulas de empatía que imponen estos tiempos de sobreabundancia informativa.

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