EL PODER DE LA CONCIENCIA

Dos mujeres con cáncer se encadenaron el miércoles frente al Ministerio de Salud para que una funcionaria pública, a la que todos le pagamos el sueldo, les permita vivir un poco más. Ellas no estaban jugando, pedían por su vida, una vida que se les va como en bólido de Fórmula 1; la funcionaria sí jugaba, a ser Dios.

Una de las pacientes, Lourdes Marín, contó que el Poder Judicial le otorgó un amparo por el que el ministerio tenía 48 horas para darle su medicamento. De eso hacía más de 70 días y la cartera de Estado no cumplió la orden. Son más de dos meses que la enferma no recibe el tratamiento debido para su hígado, que se consume indefectiblemente, así como su tiempo mortal.

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Según publicaciones, Lourdes cuestionó directamente a la viceministra de Rectoría y Vigilancia, quien “justifica la falta de tiempo para firmar un documento que le autoriza a retirar los remedios que precisa para su enfermedad”. Es decir, esta funcionaria pública no tiene tiempo para firmar un papel, un gesto que no lleva más de tres segundos, pero que le permitiría a una persona seguir viviendo un poco más.

Esta funcionaria debe ser un CEO al cuadrado, o quien sabe a cuál potencia, puesto que es “tan importante” que ni siquiera le sobra tiempo para firmar un papel, aunque de ese gesto dependa la vida de un ser humano.

Se me hace la película de una ejecución pública de la época medieval, de cuando el verdugo cortaba la cabeza del condenado sobre un tronquito. Imagino ese momento y veo al verdugo que disfruta de su poder y retrasa el momento mientras falsamente “controla” el filo de su hacha, oliendo el morbo de su público, siendo “magnánimo” con el indefenso desdichado que tiene atadas las manos a la espalda y que en silencio le pide que le regale unos segundos más de vida. El verdugo desfila su dedo por la cuchilla y escupe hacia un costado, no alarga la ejecución por ser buen tipo, sino porque en ese show él es el protagonista. Todos lo miran y le tienen miedo. Es su forma de desquitarse con la sociedad, que le rehuye y lo condena a una soledad eterna y paria. Nadie quiere ser parte suya porque él es el verdugo, el asesino, el funcionario público pagado que hace lo que nadie más se atreve.

Se me hace la película de la funcionaria pública a la que todos deben sonreír cuando pasa porque es a la que un mal jefe le confió el poder, pero que al pasar todos le maldicen por su falta de empatía. Ella disfruta de su poder y retrasa una firma de tres segundos porque es su show y le gusta que le supliquen. Y todos los días, cuando regresa a su casa, se olvida de la desesperación de los que dependen de ella porque “está estresada” y porque no puede perderse el capítulo por Netflix, servicio que paga con el sueldo que cobra por ser como es.

Esas dos son películas, imaginación, pero nacen de una experiencia real que me sucedió en el IPS cuando hace dos años esperaba los resultados de una biopsia de urgencia, precisamente de una persona con cáncer. Era jueves, y la jefa de turno nos explicó que hasta el lunes o martes debíamos esperar el resultado porque al laboratorista que hacía las pruebas “no se le podía molestar durante su sagrado fin de semana”. Palabras textuales.

Sus palabras fueron una cachetada, tanto más dolorosa, puesto que su existencia nunca debió ser: era imposible que esa “jefa” no entendiera que para una persona con cáncer esperar cuatro días es criminal; sin embargo, lo sabía y apoyaba al laboratorista.

Es justo que los profesionales tengan su día de descanso, pero cuando de ellos depende gente que se está muriendo y que pide a gritos que se le tenga piedad, si debe descansar el laboratorista, otro profesional debe suplirlo y realizar la tarea para que no se detenga el servicio.

Esos verdugos que matan a diario en la función pública existen, pero no se dan cuenta de que matan y cuando les molesta el olor de los cadáveres se encierran en su sagrado fin de semana.

Me han contado sobre verdugos con pelucas que trabajan en un palacio, cuyos arlequines reverencian con el título de “Su Señoría”. Estos verdugos también deben firmar papeles, pero inventan excusas y viven “cansados” a causa de tanta “presión”, como si conocieran lo que significa estar en una cárcel, a merced de asesinos y violadores, sin dignidad ni esperanza.

Conozco el caso de uno de estos verdugos que hace más de un año debía firmar un papel, pero no pudo porque vino la feria judicial, luego porque vino la pandemia y comenzaron a trabajar en cuadrillas, después porque se enfermó de covid, también estaba “muy mal engripado”, además porque primero pidió informe al Ministerio Público, sin olvidar el anterior pedido de informe al archivo, a... y pese a los reiterados urgimientos y que las partes están de acuerdo, la tinta de su bolígrafo se seca lentamente.

Pero no se le puede decir nada porque si se enoja es peor, hay que sonreírle y entender que como la empleada pública del principio tampoco “tiene tiempo”.

Es extraño. Me pregunto cómo es posible que nunca tengan tiempo para un gesto de tres segundos con la infinidad de tiempo que les privan todos los días a los demás. Tiempo y vida de pacientes, tiempo y respeto de ciudadanos.

Hay tantos verdugos. Unos cierran rutas, otros suben precios, otros engañan y roban y otros mienten a sus colegas verdugos. Son demasiados, y todos son invisibles.

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