Muchas veces tenemos las mejores intenciones de llevar a cabo un plan de inversión con miras a nuestra libertad financiera. No obstante, a menudo estos buenos deseos no se materializan en acciones concretas, sea por falta de determinación o perseverancia, o peor aún, quedan sepultadas bajo toneladas de excusas como: todo está caro, gano poco, o el famoso “para cuando la vida”. Estas excusas también podrían esconder debilidades, como falta de disciplina o firmeza en los compromisos y responsabilidades para con nosotros mismos.
Resulta bastante frecuente que ciertos momentos de la vida, a los que podríamos llamar “icónicos”, como cumplir cierta edad, culminar un proceso de formación, un cambio en el estado civil, sea unión o separación, o incluso la llegada de un hijo, representen para las personas un estímulo u oportunidad para proponerse metas de crecimiento personal, a menudo en lo financiero o económico, que posibiliten vivir dichos cambios de manera positiva, logrando un mayor bienestar integral.
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Algunos ejemplos clásicos: “cumplí treinta años, es hora de tener algo propio”, “ahora que voy a ser papá, tengo que pensar en el futuro de mi familia”, “me divorcié y ahora dependo solo de mí para asegurarme un futuro digno”.
Sin dudas la motivación experimentada ante un cambio desafiante no solo es positiva, sino que además necesaria para posicionarnos como protagonistas de los cambios que deseamos lograr. No obstante, la motivación por sí sola ni produce resultados si no es encausada hacia la toma de decisiones concretas y acciones consecuentes.
Por eso, es fundamental que apoyes tu motivación en una firme voluntad y perseverancia, puesto que ningún resultado que realmente valga se consigue “mágicamente”, ni de la noche a la mañana.
En la práctica, esto se traduce en una transformación de la forma de administrar nuestros recursos, corrigiendo los malos hábitos que pueden sabotear el logro de los resultados deseados.
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Algunos de estos malos hábitos que se debemos desterrar, son:
- Falta de planificación: “vivir al día”, teniendo en cuenta lo que se tiene en el bolsillo hoy, sin considerar la sostenibilidad de nuestra calidad de vida a futuro.
- Ahorrar “si sobra”: dejar que la previsión de un fondo que permita una tranquilidad a futuro ocupe el último lugar en nuestra lista de prioridades.
- No limitar el endeudamiento: cada vez que adquirimos una nueva deuda, no solo disminuimos nuestra capacidad de ahorro, sino que, además, en ocasiones podemos estar comprometiendo nuestro patrimonio.
- Posponer las inversiones: las inversiones implican un riesgo directamente proporcional a la rentabilidad. Por lo tanto, si buscamos invertir a bajo riesgo obteniendo una rentabilidad importante, el factor clave es el tiempo. Dicho de otra forma, cuanto antes empecemos, mejor.
- Autosabotaje, “todo o nada”: muchas personas, desestimando el valor de las pequeñas metas, se proponen objetivos demasiado ambiciosos, y que, por su dificultad, terminan abandonando. Si bien no está mal diseñar un escenario “ideal” que contemple conquistar una independencia económica por medio de un emprendimiento, aportar a una caja de jubilación privada y al mismo tiempo adquirir un inmueble propio, la realidad es que no siempre se dan las condiciones favorables para realizarlo todo al mismo tiempo. Por lo tanto, lo recomendable es empezar por el objetivo que sea más fácilmente alcanzable, e ir concretando los demás por etapas.
Recordá que la motivación no es otra cosa que la emoción encauzada hacia la acción. Si bien es positiva y necesaria, puede ser fugaz. Los hábitos en cambio, una vez conquistados, duran toda la vida, por lo cual, resultan determinantes para el logro de nuestras metas a largo plazo.