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Si el carnaval en Brasil es sinónimo de liberación, el espectáculo que arrancó ayer en Río de Janeiro es su apogeo: cien mil almas se entregaron en el Sambódromo a la música y la fantasía, en la primera edición sin restricciones por la pandemia. Durante dos noches, las tradicionales “escolas” de samba electrizan el célebre recinto carioca.

“La felicidad es doble. Con este carnaval podemos celebrar el fin de ese gobierno y también dejamos atrás los horrores de la pandemia”, que en Brasil dejó unos 700.000 muertos, afirmó a la AFP Amanda Olivia, de 34 años, horas antes de participar en el mismo pase que Menezes.

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En el Sambódromo, 12 “escolas” desfilan entre ayer y hoy: cada una con varios miles de personas que avanzarán al unísono agitando hasta el último músculo. Disponen de entre 60 y 70 minutos para convencer al jurado de que su “enredo”, el nudo temático que cada año eligen, es el mejor en cuanto a letra, percusión, trajes, carrozas y puesta en escena en general.

EN ORURO

Coloridos atuendos y extravagantes máscaras avanzan al ritmo de trompetas, bombos y platillos; niños se enredan en batallas de espuma; miles se agolpan, cerveza en mano, en cada rincón de las calles de Oruro: el carnaval más célebre de Bolivia está de regreso. Tras la suspensión del 2021 y las restricciones del 2022 por la pandemia de covid-19, el principal desfile del Carnaval de Oruro se realizó el sábado sin barbijos ni controles de vacunación y con mucho ánimo de fiesta.

Unos 28.000 bailarines y 10.000 músicos de una cincuentena de conjuntos de danzas típicas participan en la “entrada folclórica”. Ataviados con adornos y lentejuelas, las agrupaciones engalanan sus números con fuegos artificiales, bombas de humo y muchísimo papel picado, mientras la multitud los anima a gritos.

El carnaval de Oruro es una de las fiestas tradicionales de Bolivia. (foto: AFP)

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