Un allegado de Aung San Suu Kyi, la líder civil birmana derrocada por el golpe de Estado del 1 de febrero, falleció tras contagiarse de COVID-19 en la prisión donde estaba encarcelado por la junta militar, indicaron este martes las autoridades.

Nyan Win, de 78 años, exportavoz del partido Liga Nacional para la Democracia (LND) de Suu Kyi y acusado de sedición, estaba encarcelado en la cárcel de Insein en Rangún, que alberga numerosos presos políticos.

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“Fue detectado como positivo al coronavirus el 11 de julio y trasladado al hospital”, declaró Zaw Min Tun, portavoz de la junta. “Falleció este martes a las 9:00 de la mañana”, añadió. Durante el anterior régimen militar, Nyan Win era la única persona que podía reunirse con Aung San Suu Kyi, que estuvo en arresto domiciliario durante casi 15 años en periodos intermitentes entre 1990 y 2010.

Birmania se sumió en el caos tras el golpe militar de febrero, que puso fin a un paréntesis democrático de diez años. Las protestas y huelgas han paralizado la economía y la administración del país, incluidos los hospitales que se enfrentan ahora a una mortífera ola de coronavirus. Más de 900 civiles murieron por la represión de las fuerzas de seguridad y casi 5.300 han sido arrestados.

Bajo el yugo de la junta

En las calles de Kalay en Birmania, decenas de botellas de oxígeno vacías están alineadas en fila y los pocos médicos que no desertaron tras el golpe de Estado luchan como pueden contra el rebrote de la epidemia del covid-19. Camas de hospital, personal médico, botellas de oxígeno, tests, vacunas: todo escasea en esta remota ciudad en el noroeste de Birmania, hundida en el caos como el resto del país desde el golpe militar de febrero contra el gobierno civil de Aung San Suu Kyi.

El jueves, Birmania contabilizó más de 4.000 casos de covid-19, contra menos de 50 diarios a comienzos de mayo. El país cuenta oficialmente más de 4.300 decesos, pero la cifra minusvalora de largo la realidad. “Los problemas de oxígeno son nuestra mayor preocupación”, explica a la AFP Than Bil Luai, director del hospital de Wesley.

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Su centro dispone de unas 70 botellas, un número muy bajo porque también debe llevarlas a los enfermos tratados a domicilio, señala. Otra dificultad es que “no hay suficiente personal médico (...) El servicio al paciente se ha colapsado”. Cientos de médicos y enfermeras iniciaron una huelga nacional para protestar contra el golpe militar.

La junta les lanzó esta semana una invitación para que se presenten voluntariamente, admitiendo que experimentaba “dificultades” para controlar el brote de la epidemia.

Clandestinidad

Pero ante una represión sangrienta que se ha llevado más de 900 vidas, muchos trabajadores sanitarios huyeron y entraron en la clandestinidad. Muchos birmanos rehúyen los hospitales públicos, ahora bajo control del ejército, y no tienen recursos para acudir a los centros privados.

“Preferimos llamar a un médico para que venga a casa”, dice Ca Meng, cuya madre se infectó y después falleció. Antes del golpe de Estado, “la prevención contra la epidemia era buena y el gobierno difundía a menudo avisos y anuncios”. Pero después, las autoridades no hicieron nada para mejorar la situación, considera esta mujer.

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Además, decenas de médicos y enfermeros huelguistas son objeto de órdenes de detención y presentados como “enemigos del Estado” por los medios oficiales. Menos de dos millones de personas han sido vacunadas en este país de 54 millones de habitantes. Durante el próximo mes, Birmania debe recibir seis millones de dosis de China, pero muchos observadores creen que ya será tarde.

En el pequeño cementerio cristiano en los confines de Kalay, hombres con una combinación protectora descargan un nuevo ataúd. “Tenemos que tener cuidado de nosotros mismos y nuestras familias. De lo contrario, será la exterminación de nuestro pueblo”, dice Ca Meng.

Fuente: AFP.

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