Figueira da Foz, Portugal. AFP.

“¿Cómo estás?”, pregunta Cremilde Pereira a su hermano mayor después de dos meses de confinamiento. “¡Como un pájaro enjaulado!”, responde el hombre, de 79 años, a su hermana, encaramada sobre una grúa a la altura del primer piso del hogar para ancianos en Portugal.

"Cuando todo esto haya pasado, tendrás arroz con leche y pastel", prosigue la mujer, de 68 años, lamentando no haber podido celebrar el cumpleaños de su hermano, José Pereira, quien le sonríe a través de la ventana abierta, sentado en su silla de ruedas, rodeado de dos cuidadores con viseras de plástico transparente.

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En esa visita, el jueves, hacía dos meses que los hermanos no se veían en carne y hueso. "Con todo lo que pasó en las residencias para ancianos, siempre estoy preocupada por él", atestigua Cremilde.

En Portugal, al igual que en otros países europeos, la pandemia del nuevo coronavirus causó numerosas víctimas entre las personas de edad que viven en residencias de ancianos. Sin embargo, hasta la fecha, no se ha detectado ningún caso de contagio entre el centenar de personas que viven dentro de este hogar, en Figueira da Foz, en el centro de Portugal.

Con unos 60.000 habitantes, este municipio, situado en la costa, 200 km al norte de Lisboa, solo cuenta con unos 30 casos oficialmente declarados.

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Desconfinamiento

Portugal, con unos 1.000 muertos en una población total de 10 millones de habitantes, inició el lunes un plan de desconfinamiento por etapas, que debe durar todo mayo, pero no se fijó aún una fecha para que las residencias de ancianos vuelvan a recibir visitas.

Una amplia operación de detección, llevada a cabo por las autoridades sanitarias, llegó a la conclusión de que se detectaron casos en una décima parte de las aproximadamente 2.500 residencias de ancianos que existen en Portugal, informó el ministerio de Sanidad.

Los representantes de las instituciones que gestionan las residencias de ancianos portuguesas ya pidieron al gobierno socialista que se comprometa con un calendario de reapertura a las visitas.

La ministra de Sanidad, Marta Temido, reconoció esta semana que hay que "volver a evaluar" la cuestión sin poner en peligro la seguridad de las personas mayores.

"No tenemos ninguna información sobre cuánto tiempo puede durar este aislamiento", lamenta Joaquim de Sousa, director de la Misericordia de Figueira da Foz, institución vinculada con la Iglesia católica que gestiona dos residencias de ancianos, situadas en las alturas de la ciudad, entre ellas la de José Pereira.

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La idea de recurrir a una grúa elevadora para organizar visitas sin romper el confinamiento de los inquilinos se le ocurrió leyendo un artículo sobre un empresario belga que había hecho lo mismo con una plataforma utilizada normalmente para lavar ventanas de edificios.

De Sousa dice que "hay que aprovechar las buenas ideas", afirmando que encontró fácilmente una empresa dispuesta a cederle una grúa y alguien para manejarla, sin ningún gasto.

Una vez desinfectada la cabina, es el turno de Laura Madaleno de ser elevada a unos cinco metros del suelo para encontrar finalmente a su marido, Valdemar.

"Mientras no haya visitas, y nadie sabe cuánto tiempo puede durar, es la única manera de vernos", explica esta ama de casa, de 65 años.

Según Ana Magalhaes, directora de la residencia de ancianos Santo Antonio, el beneficio emocional de las visitas organizadas desde el comienzo de la semana es inmediato. “Tanto para los residentes como para las familias, es extraordinario. Una cosa es tener noticias, otra es constatar con los propios ojos que nuestro ser querido está bien”, afirma.

“Este confinamiento y la prohibición de visitas han aumentado la sensación de abandono de nuestros inquilinos, quienes aprecian enormemente este nuevo sistema de encuentros. Pasan el día dándonos las gracias”, concluye conmovida.

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