Bukavu, RD Congo | AFP.

Trabajar sin descanso y nunca resignarse ante el horror. Esta es la máxima de Denis Mukwege, Premio Nobel de la Paz de 2018, el doctor que "repara" a las mujeres violadas de las guerras olvidadas en el este de la República Democrática del Congo (RDC).

En este año 2018, crucial para RDC que se prepara a pasar una página de su historia, el jurado del Nobel ha recompensado a una de las voces más críticas hacia el régimen del presidente Joseph Kabila, más escuchado en el extranjero que en el propio país.

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"El hombre deja de ser hombre cuando no sabe dar amor ni esperanza a los demás", declaró en 2015 a los empleados del hospital de Panzi que dirige en Bukavu, la capital de la provincia de Kivu del Sur.

Tiene 63 años, está casado y es padre de cinco hijos. Estudió en Francia, donde pudo trabajar, pero no lo hizo. Optó por regresar a su país y quedarse en él durante los momentos más oscuros.

Su padre, un pastor pentecostal, le inculcó la fe. Es muy creyente y "vive sus valores en todo lo que hace" y sobre todo "nunca se da por vencido", cuenta una europea que colaboró con él varios años en Panzi.

Por su combate por la dignidad de las mujeres, y como portavoz de los millones de civiles amenazados por los grupos armados de Kivu, región rica en coltán, está expuesto a todo tipo de peligros.

Una noche de octubre de 2012 escapó a un intento de atentado. Después de un breve exilio en Europa, en enero de 2013 regresó a Bukavu.

Viaja a menudo al extranjero para denunciar el recurso a la violación como "arma de destrucción masiva" en las guerras.

Entre dos viajes al extranjero, como este año a Irak para luchar contra la estigmatización de las mujeres violadas, vive en su hospital bajo la protección permanente de soldados de la Misión de las Naciones Unidas en Congo (Monusco).

"Es un hombre recto, justo e íntegro pero intratable con la mediocridad", describe el doctor Levi Luhiriri, médico del hospital. Su fundación es ampliamente apoyada por la Unión Europea.

"Guerra contra el cuerpo de las mujeres"

Denis Mukwege nació en marzo de 1955 en Bukavu, en lo que antes era el Congo belga. Es el tercero de nueve hijos. Después de cursar estudios de medicina en el vecino Burundi, regresó a su país para ejercer en el hospital de Lemera, en Kivu del Sur.

Fue entonces cuando descubrió el dolor de las mujeres que, por falta de cuidados, sufren graves lesiones genitales posparto que las condenan a una incontinencia permanente.

Se especializó en ginecología y obstetricia en Francia. Volvió a Lemera en 1989, al servicio de ginecología del hospital, un centro que quedó en ruinas cuando estalló la primera guerra del Congo en 1996.

En 1999 el doctor Mukwege creó el hospital de Panzi. Lo concibió para permitir a las mujeres dar a luz en condiciones óptimas. En poco tiempo el centro se convirtió en una clínica de tratamiento de las violaciones debido al horror de la segunda guerra del Congo (1998-2003), durante la que se cometieron numerosas violaciones masivas.

Esta "guerra contra el cuerpo de las mujeres", como recuerda el médico, aún continúa. "En 2015 se observó una disminución sensible de las violencias sexuales. Desgraciadamente, desde finales de 2016-2017 ha habido un aumento", declaró el doctor en marzo a la AFP.

Su labor le ha valido recompensas en Europa, Estados Unidos y Asia. Este defensor de la dignidad humana desborda de energía, y en 2014 fundó un movimiento feminista masculino, V-Men Congo.

Es imagen de una campaña mundial que incita a las grandes multinacionales a controlar sus cadenas de aprovisionamiento para asegurarse de que no compran "minerales de sangre", que contribuyen a alimentar la violencia en el este del Congo.

Desde 2015, su país atraviesa una crisis política salpicada de violencia. "El hombre que repara las mujeres", como describe un documental sobre su combate, ha denunciado "el clima de opresión [...] y la restricción del espacio de las libertades fundamentales".

El nuevo premio Nobel instó en junio a los congoleños "a luchar pacíficamente" contra el régimen del presidente Joseph Kabila en lugar de apostar todo a las elecciones previstas para el 23 de diciembre, "de las que ya se sabe que estarán amañadas".

"Estamos dirigidos por gente no nos quiere", aseguró en marzo en reacción al boicot de Kinshasa a una conferencia humanitaria sobre RDC.

A aquellos que piensen que tiene aspiraciones políticas, les dice que lo único que le importa son sus pacientes pero que no se crean que renunciará a la libertad de expresión.

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