Esta disciplina es una mezcla entre el tenis tradicional, el voleibol playero y el bádminton, que puede jugarse solo o en parejas.

  • San Pablo, Brasil. AFP.

Con un golpe calcu­lado, Rodrigo de Nas­cimento devuelve la pelota hacia un ángulo de la cancha de arena inalcanzable para sus adversarios, al otro lado de la red. Descalzo, de shorts y camiseta, disfruta del día en un ambiente de playa... a pocas cuadras de la avenida Paulista.

“El beach tennis se convirtió en la playa del paulistano”, dice a la AFP al acabar el juego este abogado de 33 años, residente de San Pablo.

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La explosión de este deporte en los últimos años abrió una alternativa a los paulistanos, en su mayoría de clase media y alta, para poner los pies en la arena en medio de la rutina, anhelo de la mayoría en la metrópoli más grande de América Latina, que carece de playas.

“Aunque nació en Italia, el beach tennis tiene un sabor brasileño, con playa, sol, música... por eso funcionó aquí”, asegura Nascimento, quien juega hasta cinco días por semana.

Esa atmósfera “gostosa” atrajo también a Nile Man­nrich, quien se inició en el beach tennis hace un par de años con una clase durante sus vacaciones en la playa y nunca más lo dejó.

“Para quien pasa 12 horas en una oficina en San Pablo, tener la posibilidad de hacer un deporte con los pies en la arena es muy gratificante”, dice la empresaria de 55 años, “lookeada” con una muscu­losa rosada con pollera al tono y anteojos espejados.

Los partidos se pueden jugar en singles o dobles y es un buen sitio para distraerse y conocer gente, comentan los practicantes.

El beach tennis “es una mez­cla entre el tenis tradicional, el voleibol playero y el bád­minton”, que puede jugarse solo o en parejas, explica Roberto Fadul, director del Departamento de Beach Ten­nis de la Federación Paulista de Tenis (FPT).

Pero a diferencia de otras actividades, apenas algo de coordinación alcanza para sumarse a la moda que incluye a niños y adultos.

“No hay una barrera técnica que requiera meses de prác­tica para entretenerse”, ase­gura Fabio Costa, socio de BZ Beach Club, ubicado en Jar­dins, un barrio acomodado de San Pablo.

“FIEBRE”

Decenas de experimentados y novatos que deambulan por sus canchas forman una comunidad de jugadores que se alternan entre la arena y un área con mesas donde espe­ran su turno.

Entre partidos, conversan, comen y beben en un clima distendido al compás de la música. Ese ingrediente social, dice Costa, también explica la “fiebre” del beach tennis. Adriana Visconti, gerente de Marketing de 35 años, com­parte la mesa con un grupo de amigas. “Venimos desde la mañana: jugamos, descan­samos, comemos algo... Es un buen lugar para conocer gente en un ambiente relajado. Es como si fuese un domingo en la playa”, dice a la AFP la mujer rubia de visera gris.

Ella es una de los muchos que comenzaron a jugar durante la pandemia, cuando los clu­bes y gimnasios aún estaban cerrados en esta ciudad de 12 millones de habitantes, muy golpeada por el covid-19. Tras ese impulso inicial, el deporte tomó envión por sí solo.

Aunque nació en Italia, el beach tennis tiene un sabor brasileño, con playa, sol, música... por eso funcionó aquí, asegura Nascimento, quien juega hasta cinco días por semana.

GRAN CRECIMIENTO

El número de canchas en la ciudad creció de alrededor de 100 en el 2019 a unas 500 actualmente, según la FPT.

La inversión para montar estas playas en medio de la urbe, asegura Costa, “tiene un retorno”. Los precios en el mer­cado oscilan entre unos 40 y 80 dólares mensuales por una clase semanal.

Hacia adelante, dicen los empresarios, el beach tennis toda­vía tiene terreno por conquistar para adquirir adeptos y consolidarse más allá de la moda.


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