La base de rocas de El Peñón quedó al descubierto con la histórica bajante del río Paraguay, regalando una imagen pocas veces vista. Esta situación atrajo últimamente a muchos visitantes al sitio, ubicado en medio de las aguas, entre las riberas de Limpio y Villa Hayes. Abandonado a su suerte desde hace mucho tiempo, el lugar es mantenido por los pescadores y canoeros de la zona, quienes encuentran en estos momentos una salida económica en los paseos hasta el famoso castillo, ante la escasez de la pesca.

Por Arturo Peña

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FOTOS: Nadia Monges

“Con el tema de la bajante del río mucha gente comenzó a venir a visitar El Peñón después de que salió en la tele y en los diarios cómo está ahora. Siempre suele venir gente pero ahora hay mucho más y como casi no hay pique esto salvó todito”, cuenta Osmar Ramírez, un joven pescador y canoero de la zona de Piquete Cué, mien­tras guía su embarcación len­tamente rumbo a la mole de piedra que se erige en medio del río. Al llegar, la imagen es impactante, tanto por sus for­mas como por la dimensión que da de la sequía.

El famoso castillo de El Peñón es una peculiar estructura que se erige en pleno cauce del río Paraguay, a la altura de las márgenes que corres­ponden a los municipios de Limpio, en la región Orien­tal, y de Villa Hayes, en la la Occidental.

Osmar creció prácticamente en el río; es “piqueteño de pura cepa”, como él mismo se define. En sus 22 años de vida nunca vio nada pare­cido. La bajante de las aguas en la actualidad solo se com­para con registros que se dieron hace cinco décadas atrás, y aunque los lugare­ños están acostumbrados a las variaciones naturales de la corriente, el grupo de alre­dedor de 50 pescadores que hay en esa zona ve con preo­cupación la situación. “Sacamos lo que podemos última­mente, muy poco se pesca con esta bajante, pero lo que nos ayuda ahora son los paseos hasta El Peñón. Está viniendo mucha gente, especialmente los fines de semana. Se amon­tonan todo en esos días. Eso nos ayuda ahora, pero no sé que puede llegar a pasar si sigue bajando el río”, cuenta por su parte Dionisio Ibarra, otro pescador piqueteño.

Existe una disputa histórica sobre la propiedad del Peñón entre los municipios de Lim­pio y Villa Hayes, pero en la realidad, en los hechos, el pequeño castillo está aban­donado a su suerte. Ninguna autoridad, municipal o esta­tal le da mayor importancia, según los testimonios. Solo los pescadores se ocupan del sitio. Ellos se encargaron ahora de pasarle al edificio una mano de pintura a la cal e improvisaron una rústica escalera de metal, que ellos mismo soldaron desde sus canoas para poder acceder a la edificación, ya que por el des­censo de las aguas la “entrada” quedó muy por sobre el nivel del agua. “Nosotros nomás pintamos todo y juntamos para hacer la escalera. Lim­piamos también. Nos con­viene mantener bien porque así la gente viene a visitar”, señala Osmar, y relata con humor que algunos visitan­tes piensan dos veces antes de subir la empinada escalera. “Hasta esas señoras mayores vienen, dudan un poco pero igual se suben. Nosotros les ayudamos a todos”, agrega.

El canoero cuenta que algu­nos visitantes van a pasar la tarde en el lugar, ya que ahora quedó al descubierto el lecho de piedra que rodea al peñón, que ofrece un espacio amplio para caminar incluso. “Ellos me dicen a qué hora quieren que les busque y yo vuelvo”, cuenta Osmar. El paseo cuesta 20 mil guaraníes.

El Peñón es accesible solo por el lado de Piquete Cué para los visitantes. De lado chaqueño no existe ningún camino habilitado que salga directamente al lugar. Desde el centro de la ciudad de Lim­pio se toma el desvío en la ave­nida San José, por un tramo de unos seis kilómetros hasta la costa.

La construcción es de una solidez importante. En algu­nas partes se ven todavía a flor de piel los bloques de ladri­llos antiguos que se abrazan a las formas rocosas dando base a la construcción, que es en mayor parte de cemento. No posee muchos espacios bajo techo, pero sí evidencia comodidades básicas como un baño, del que queda solo el viejo lavamanos, o una especie de sala que funciona como mirador. Las escaleras en forma de caracol culmi­nan en una pequeña terraza donde aun se ubica la base de metal de una antigua lumi­naria. Según los pescadores, algunas cosas fueron robadas del sitio con los años.

UN POCO DE HISTORIA

Para el capitán retirado Jaime Grau, gran conocedor de la historia naval y militar del país, no hay nada que discu­tir sobre a quién pertenece El Peñón: “Según las leyes del derecho internacional marí­timo, el lugar corresponde al distrito de Villa Hayes. De acuerdo a las leyes, el lado que tenga mayor profundi­dad se hace cargo, entonces le corresponde mantener a Villa Hayes”, señala el historiador.

Dionisio Ibarra.

Muchas versiones e incluso leyendas se tejen en torno a la historia del castillo, gene­rando una suerte de halo misterioso sobre él. “El lugar nació originalmente por la naturaleza, es un montículo natural de rocas, un peñón. Sobre esa base se estableció un pequeño faro cuyo nombre técnico es en realidad baliza, que indicaba el margen donde había más profundidad, como una boya. Don Lázaro Aranda, capitán de la marina mercante, viejo navegante y conocedor del río, propieta­rio de embarcaciones, cons­truyó ese castillo ahí como algo que le representase a él, como un aporte ciudadano. Él construye ese pequeño edi­ficio y sobre eso se coloca la señalización náutica. Tenía un devenir muy bueno, le con­venía establecer el sentido de navegación, cuál es el lado de mayor o menor profundidad. Es una señalización náutica. Con el tiempo, el uso del faro fue perdiendo continuidad, hasta que quedó abandonado, sin embargo, el edificio sigue teniendo su indudable utili­dad para la navegación en ese tramo del río”, afirma Grau.

La relación más “emocional” del Peñón con Piquete Cué deviene de que en esa zona ya existía desde hace muchas décadas un puesto de la Pre­fectura Naval, que era la que se encargaba de mantener el faro. “Antiguamente era a gas la luz, de esa costa iban a limpiar y mantener”, agrega el historiador militar.

La construcción, o por lo menos el inicio de la misma, es anterior a la Guerra del Chaco (1934-1935), pero fue en esa época bélica en que El Peñón cumplió quizás su rol más importante, ya que se constituyó en un punto de referencia para las embar­caciones que transitaban el río abasteciendo a las tro­pas paraguayas en territo­rio chaqueño. Se cree que la construcción es de inicios de 1930. De hecho, una inscrip­ción en una de las rocas que forman la pared del edificio lleva un fecha que menciona el año 1931.

Lázaro Aranda, quien nació en Capiatá en 1873, fue un impor­tante referente en la historia de la navegación paraguaya. Desde adolescente vivió navegando y acumulando experiencia, exploró muchas regiones entonces poco cono­cidas, aportó mucho conoci­miento y formó a gran canti­dad de marinos nacionales. Fue por muchos años capi­tán de buques mercantes y dio un gran aporte a la marina de guerra paraguaya durante la guerra del Chaco.

POTENCIAL

Como en tantos ejemplos, la zona de Piquete Cué es otra muestra de cómo vivi­mos dándole la espalda al río. Con el proyecto de la Costa­nera en Asunción ha cam­biado bastante el vínculo con uno de nuestros principales recursos naturales, que es el río Paraguay. Sin embargo, llegar a la ribera sigue siendo más complicado que sencillo.

Piquete Cué es una privile­giada zona, aunque casi en nada explotada como atrac­tivo. Tiene una gran exu­berancia natural y a la vez mucha riqueza histórica, sin olvidar que es un sitio afamado por la buena pesca. “Se llama así porque antes había un piquete militar ahí desde la colonia: el piquete del Peñón. Hay documentos en el Archivo Nacional que datan de 1769, donde mencio­nan pedidos de pólvora para el cañón del Peñón. Era un piquete militar antiguo, ahí en la costa, parte del sistema defensivo del río Paraguay, llamado de Costa arriba”, aporta el historiador Aldo Torres, también piqueteño.

La localidad tuvo protago­nismo también en los últi­mos años con la aparición de los llamativos Yacaré yrupê, unos lirios de agua gigantes que crecen en abundancia cada tantos años en la zona, dando un gran espectáculo natural. Los canoeros apro­vecharon igualmente este fenómeno para hacer paseos entre la alfombra de hojas flo­tantes. Por su cercanía con la capital y por la facilidad de acceso desde Limpio, el lugar podría convertirse en un des­tacado punto turístico, si las autoridades pusieran el inte­rés necesario.

La canoa de Osmar se des­pega otra vez de la inmensa roca para llevarnos nueva­mente a la costa, donde duer­men los botes en hilera. Una bandera paraguaya desgas­tada parece hacer un gesto de despedida, movida por una tenue brisa. El Castillo del Peñón se pierde en la distan­cia; quedará ahí para seguir siendo testigo de sequías y crecidas, del paso de las bar­cas y del tiempo.

VALOR PATRIMONIAL

La Secretaría Nacional de Cultura (SNC) declaró al castillo El Peñón y su entorno como bien de valor patrimonial cultural, en el 2018. Mediante la resolución SNC 150/2018, el sitio quedó amparado por las garantías que otorga la Ley 5.621/16 “De Protección del Patrimonio”.

NIDO DE AMOR

Al parecer, según los relatos históricos, don Lázaro Aranda no solo era un gran navegante, sino también un gran amante, un “don Juan”. Según comenta Grau, Aranda usaba también el pequeño castillo para sus citas amorosas. “Tuvo como 40 hijos. Incluso formó una colonia, San Lázaro, con parte de sus descendientes. Hoy ya es un municipio, en Concepción”, señala el historiador.

Esta suerte de tradición que vincula al Peñón con el amor incluso mantiene su vigencia, ya que algunas parejas se han llegado a casar en el lugar o los novios van a hacerse sesiones de fotos.

Entre las leyendas en torno al sitio también hay una que afirma que uno de los hijos de Aranda sufría de lepra, por lo que que confinado al castillo para alejarlo de la gente. Esta versión no tiene sustento documental, pero es comen­tada por los pescadores de la zona. La escritora paraguaya Milia Gayoso recrea una situación similar en su cuento “La joven de la casa del Peñón”, en el que una pareja desafía por amor a la enfermedad hasta que terminan sus días en sole­dad en el castillo.

Tampoco faltan las historias sobrenaturales. Algunos canoeros hablan de voces que se escuchan en medio de la noche. O alguna silueta extraña que se ve repentinamente desde lo lejos.

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