A partir de un episodio anecdótico, Toni Roberto recuerda este domingo la obra y el método itinerante de la artista Edith Jiménez para retratar aquellas casitas campesinas de los años 40.

“¿Por qué vas a plantar man­dioca si ya sabe­mos que el precio va estar muy bajo?”, le pregunta una autoridad a un productor de la zona de Carayaó. La res­puesta fue “porque es nuestra tradición y, además, si no hay nada que comer, no vamos a pasar hambre”. Tiempo des­pués no podían colocar sus productos y pasaron a buscar en camiones de la zona para salvar la cosecha.

Cuando volvió la autori­dad, encontró una hermosa casita de material, ya que la anterior era muy precaria y de madera. El agricultor explicó: “Con la plata que ahorramos, gracias a que nos ayudaron con los gran­des camiones que recolec­taron toda la producción, vendí como almidón y me pude hacer mi casita”.

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Esta charla, palabras más palabras menos, entre un periodista y un funciona­rio estatal escuché en una radio que ahora no recuerdo haciendo zapping, lo que me inspiró a rememorar tantas historias similares simboli­zadas en el esfuerzo propio con solo una pequeña gestión estatal.

DE LAS MANDIOCAS AL ARTE

Gratamente, al instante, la poesía me llegó gráfica­mente a partir de una serie de pequeñas arquitecturas de campo, realizadas en los años 50 y 60 por la eximia Edith Jiménez; apuntes de casitas de algún lugar de las afueras de Areguá, donde ella pasaba sus vacaciones de verano ya desde la década del 40.

Recordar esa pequeña histo­ria de lucha y esfuerzo per­sonal convertida en litera­tura gráfica de cuando Edith recorría los alrededores de aquel pueblo lleno de leyen­das y poras junto con su compañera Alicia Bravard, a quien conoció de muy joven en los talleres del viejo Ate­neo Paraguayo tomando clases con el maestro Jaime Bestard.

Edith Jiménez. Apuntes. Areguá 1970. Colección Cristaldo-Cattoni

“Salíamos a recorrer con Alicia las afueras de Are­guá, Asunción y Caacupé, donde ella pasaba las vaca­ciones, siempre acompaña­das de nuestros cuadernitos de apuntes. Nuestras mira­das iban preferentemente a esas esforzadas casitas de humildes campesinos y sus entornos”, me contaba Edith en largas charlas ya desde mediados de los años 80.

DE LAS CASITAS DE AREGUÁ A REPUBLICANO

Por el camino el recuerdo de aquellos hogares trabajado­res, viviendas suburbanas que se empezaron a instalar en el barrio Republicano allá por 1956, pequeños terrenos con el sueño de construccio­nes a dos aguas que empe­zaron a cobijar a muchas familias llegadas del norte a Asunción, charlas casi arqueológicas con el señor Yuruhan, quien me contaba que al llegar al barrio allá por 1956 o 57, no recuerdo bien, en el medio de la nada empe­zaban a hacer sus casitas. Los terrenos eran de apenas 9 x 27 que les entregó el Cnel. Pablo Rojas y con el esfuerzo de la panadería que empeza­ron en la zona construyeron de a poco las piezas.

Cualquiera fuera la historia, desde aquel poblador plan­tando mandioca en Carayaó, hasta esforzados hogares trabajadores suburbanos que soñaban con una vida mejor en la capital, todos están retratados con tinta o simplemente un lápiz en las mágicas líneas de Edith Jiménez (1918-2004), aque­lla paraguaya que hizo de su arte su gran pasión ya desde antes de la primera mitad del siglo XX y que obtuvo el más alto galardón a una paraguaya a nivel interna­cional hasta la fecha, el Gran Premio de la Bienal de Sao Paulo en 1975.

Sirva también esta historia para desterrar aquellos pre­juicios de que el arte y los temas para hacer arte deben ser dramáticos y denun­ciar de una sola manera las injusticias. También en la contemporaneidad el arte se puede construir a par­tir de una humilde casita y aquella épica plantación de mandioca.

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