A partir de un episodio anecdótico, Toni Roberto recuerda este domingo la obra y el método itinerante de la artista Edith Jiménez para retratar aquellas casitas campesinas de los años 40.
- Por Toni Roberto
- tonirobertogodoy@gmail.com
“¿Por qué vas a plantar mandioca si ya sabemos que el precio va estar muy bajo?”, le pregunta una autoridad a un productor de la zona de Carayaó. La respuesta fue “porque es nuestra tradición y, además, si no hay nada que comer, no vamos a pasar hambre”. Tiempo después no podían colocar sus productos y pasaron a buscar en camiones de la zona para salvar la cosecha.
Cuando volvió la autoridad, encontró una hermosa casita de material, ya que la anterior era muy precaria y de madera. El agricultor explicó: “Con la plata que ahorramos, gracias a que nos ayudaron con los grandes camiones que recolectaron toda la producción, vendí como almidón y me pude hacer mi casita”.
Esta charla, palabras más palabras menos, entre un periodista y un funcionario estatal escuché en una radio que ahora no recuerdo haciendo zapping, lo que me inspiró a rememorar tantas historias similares simbolizadas en el esfuerzo propio con solo una pequeña gestión estatal.
DE LAS MANDIOCAS AL ARTE
Gratamente, al instante, la poesía me llegó gráficamente a partir de una serie de pequeñas arquitecturas de campo, realizadas en los años 50 y 60 por la eximia Edith Jiménez; apuntes de casitas de algún lugar de las afueras de Areguá, donde ella pasaba sus vacaciones de verano ya desde la década del 40.
Recordar esa pequeña historia de lucha y esfuerzo personal convertida en literatura gráfica de cuando Edith recorría los alrededores de aquel pueblo lleno de leyendas y poras junto con su compañera Alicia Bravard, a quien conoció de muy joven en los talleres del viejo Ateneo Paraguayo tomando clases con el maestro Jaime Bestard.
“Salíamos a recorrer con Alicia las afueras de Areguá, Asunción y Caacupé, donde ella pasaba las vacaciones, siempre acompañadas de nuestros cuadernitos de apuntes. Nuestras miradas iban preferentemente a esas esforzadas casitas de humildes campesinos y sus entornos”, me contaba Edith en largas charlas ya desde mediados de los años 80.
DE LAS CASITAS DE AREGUÁ A REPUBLICANO
Por el camino el recuerdo de aquellos hogares trabajadores, viviendas suburbanas que se empezaron a instalar en el barrio Republicano allá por 1956, pequeños terrenos con el sueño de construcciones a dos aguas que empezaron a cobijar a muchas familias llegadas del norte a Asunción, charlas casi arqueológicas con el señor Yuruhan, quien me contaba que al llegar al barrio allá por 1956 o 57, no recuerdo bien, en el medio de la nada empezaban a hacer sus casitas. Los terrenos eran de apenas 9 x 27 que les entregó el Cnel. Pablo Rojas y con el esfuerzo de la panadería que empezaron en la zona construyeron de a poco las piezas.
Cualquiera fuera la historia, desde aquel poblador plantando mandioca en Carayaó, hasta esforzados hogares trabajadores suburbanos que soñaban con una vida mejor en la capital, todos están retratados con tinta o simplemente un lápiz en las mágicas líneas de Edith Jiménez (1918-2004), aquella paraguaya que hizo de su arte su gran pasión ya desde antes de la primera mitad del siglo XX y que obtuvo el más alto galardón a una paraguaya a nivel internacional hasta la fecha, el Gran Premio de la Bienal de Sao Paulo en 1975.
Sirva también esta historia para desterrar aquellos prejuicios de que el arte y los temas para hacer arte deben ser dramáticos y denunciar de una sola manera las injusticias. También en la contemporaneidad el arte se puede construir a partir de una humilde casita y aquella épica plantación de mandioca.