Algo no funciona en la economía y en la sociedad, entiende Christian Eulerich, el autor de “Desafío a la ficción económica: sentir en el trabajo”, libro en el que reflexiona sobre las relaciones humanas, a las que entiende como “fenómenos sociales” que deben analizarse en otra profundidad para lograr un desempeño más equitativo. Lo hace ejemplificando con su experiencia, pues asegura que en su empresa todo fue mejor cuando decidió escuchar a los trabajadores.

Christian Eulerich, reconocido empresa­rio, ingeniero, gerente en Zamphiropolos, la tradi­cional industria gráfica nacio­nal, viene promocionando su obra de gestión empresarial. “Esto hace tiempo me pro­duce un estado de inquietud, porque ahora soy conciente, que yo soy parte del problema siendo empresario. El libro es, sin embargo, uno de mis últimos recursos, pues mi intención fue y sigue siendo hacer algo distinto junto a otros y no solamente escribir al respecto, pero aún no lo he logrado. No soy el mejor faci­litador probablemente. Ade­más, las bibliotecas están lle­nas de buenas intenciones, un libro más no va cambiar lo que no funciona a nivel glo­bal”, comenta.

–¿Por qué creés que te resulta difícil conversar sobre determinados asun­tos en nuestro país?, ¿hay muchos tabúes?

–Desde 2012 intento poner sobre la mesa asuntos que tie­nen que ver con las formas que nos enseñaron a “hacer eco­nomía”. Conversar acerca de cómo somos parte de eso que luego no nos gusta. Tal vez mi propuesta ha sido demasiado incómoda para nuestras creencias desarrollistas. De cualquier manera, los seres humanos de forma intuitiva evitamos permanentemente lugares y momentos incómo­dos. Las clases sociales son un tabú en las organizacio­nes y sus funcionamientos.

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Este junto a varios elemen­tos han venido afectando la productividad de la industria que me toca conducir hace 20 años. Fue así como empecé a ser conciente de la impor­tancia de las relaciones en el empleo, el sentir, la culpa, el miedo, entre otros.

UN RETO

–¿Por qué es un “desafío a la ficción económica”?

–”Sentir en el trabajo” es la hipótesis que hoy me mueve; es una declaración provisio­nal, un reto respecto a los silencios y fracasos del mundo laboral. Las 220 páginas son tal vez una primera explica­ción tentativa del fenómeno, el desafío que yo le hago a los modelos dominantes. ¿Cuál fenómeno? La deuda de la eco­nomía –como ciencia social– con el progreso, el desarrollo humano que no alcanza para todos. Cada vez está más claro que esto es hoy una ficción (infundio) a nivel mundial, pues los modelos económi­cos no están resolviendo ni siquiera las necesidades bási­cas humanas. Pero esto hay que querer verlo, reconocerlo, problematizarlo con nosotros dentro de lo observado. Siem­pre aparece una nueva ficción, algo que nos dicen “esta vez sí va a funcionar”. La inteligen­cia artificial, por ejemplo. Van décadas de innovaciones con sus pruebas y errores en fun­ción a las distintas corrientes de pensamiento económico y político, pero las víctimas son siempre las mismas: la mayo­ría en este mundo.

–Te tocó estudiar en Ber­lín y volver al país. ¿Cómo fueron aquellos años y qué cosas pudiste aplicar al retorno en tu empresa?

–Me pregunto por qué me enviaron tan lejos (1990) para resolver los problemas que están tan cerca mío. Creo que “el modelo” funciona así, parece que ir al norte es mejor que mirar distinto a nuestro propio sur. En este sentido, a mi regreso y por casi 20 años apliqué, instalé, trabajé en los distintos modelos aprendidos allá en el primer mundo. Sin embargo, los problemas y difi­cultades en nuestra empresa nunca cesaron, tampoco en otras que miro alrededor mío. Grandes, pequeñas, multina­cionales, todas fallan. Can­sado de escuchar que nues­tras fallas están dentro de los estándares de nuestra indus­tria y que errar es humano, decidí suspender la auditoría de la ISO y de una vez por todas decidí escuchar a las personas, a los trabajadores.

–¿Cómo fue aquella expe­riencia?

–Me tomó seis semanas reco­rrer área por área cada cen­tro de producción y conver­sar, escuchar y, sobre todo, callarme. Luego de varios intentos, las conversaciones empezaron a ser distintas, porque decidí hacerme cargo públicamente de lo que me tocaba como cabeza de aque­llo que no funcionaba. Yo era parte del problema. Dejando que las conversaciones flu­yan, empezaba a repregun­tar sobre cómo la calidad podría depender de cada uno, pero esta vez del sentir en el trabajo y las respuestas empezaron a cambiar total­mente y fue impresionante. Surgieron nuevas preguntas como, por ejemplo, ¿cómo afecta el miedo organiza­cional a la calidad? ¿Cómo la vergüenza y la condescen­dencia lleva a las personas a equivocarse? Fue entonces cuando me di cuenta de que errar no es humano. Hoy la calidad para nosotros signi­fica también ser concientes del vínculo que existe entre el sentir y el hacer mío y de los trabajadores, fortalecido con espacios para conversarlos en confianza. Fue una experien­cia increíble.

PRINCIPALES DIFICULTADES

–¿Cuáles siguen siendo en tu mirada los principales problemas para organizar el trabajo en el país?

–Las principales dificulta­des que vivimos en el mundo laboral asociadas a la no pro­ductividad, la ineficiencia, la explotación del ser humano por otro ser humano y tanto más que tenemos en nuestras narices tiene que ver con des­conocer que primero somos fenómenos sociales. El tra­bajo es primero un espa­cio social. Es un encuentro de personas con esperan­zas personales que se jun­tan para relacionarse, sen­tirse importantes, útiles a su desarrollo humano. En el encuentro producimos simultáneamente nuevas relaciones. Somos redes de relaciones que se relacionan y por eso tal vez la economía es una ciencia social, una más entre las demás ciencias como la sicología, la filosofía, la sociología.

–¿Qué otros ejemplos de esto pueden citarse a nivel global?

–El 5 de abril pasado salió volando por su propia cuenta la puerta de emergencia de un Boeing 737 MAX. La indus­tria aeronáutica, que es una de las más exigentes del mundo, no pudo evitarlo. Cómo y por qué suceden eventos como estos, incluso teniendo ya casos anteriores registrados y procesados. Si hiciéramos un stop por unos segundos y decidiéramos observar el mundo de una forma distinta, tal vez podríamos ver cómo ni los estándares ni las bue­nas prácticas globales, menos aún las leyes, lograron los objetivos para los cuales fue­ron creados. La falla con un producto o servicio en el mer­cado, así como un desacuerdo familiar, son primero fenó­menos sociales.

–¿Cuál sería el origen de este tipo de situaciones?

–Creo que nadie se salva de tejes y manejes de las rela­ciones humanas; mantener aspectos ocultos en una con­versación de trabajo, llegar a acuerdos (callando detalles) para lograr hacer cosas con otros y alcanzar objetivos supuestamente comunes. Y es exactamente aquí cuando el mercado en su apuro por avanzar, desarrollarse y mejorar nos hace creer que es en “nuestro hacer” donde radica el secreto del éxito. Yo ya no lo creo.

–¿Qué reformas harías para que haya menos tra­bajo precario, más cober­tura de la seguridad social y mejores rendimientos?

–Esta pregunta es tal vez parte del desafío, pues no hay una respuesta, un plan, un modelo, una reforma. Ni el capitalismo, ni el comunismo, ni el liberalismo, ni las dic­taduras funcionan. Necesi­tamos construir juntos algo mejor para todos. Este “cons­truir de nuevo” implica desde mi opinión una revisión pro­funda de los enunciados que hoy guían nuestras creencias. La autocrítica es esencial y necesaria para hacernos res­ponsables y dejar de lado a los eternos culpables de nuestros fracasos.

SEGURIDAD Y CONFIANZA

–¿Qué pensás de la posi­bilidad de reducir la carga horaria semanal con miras a mejorar la eficiencia?

–Trabajé en Alemania, con­versé con suizos, alema­nes, franceses y estando ya de regreso en Paraguay he conversado con argentinos, colombianos, brasileños, paraguayos y en todos estos países existe el “jagua juka” (expresión en guaraní que significa “matar el tiempo”). Es decir, las personas regu­lan su producción, sus tareas de manera que su presencia de 8, 9, 12 horas en su empleo se justifique. Recordemos que las empresas pagan por estar presentes. Todas las personas buscan un sen­tido para su empleo, para su esfuerzo diario, para sus vidas. Yo puedo hablar solo de lo que conozco y de lo que estamos probando nosotros. Estoy 100 % seguro de que una persona que trabaja 12 horas puede acabar su tra­bajo en 8. Pero para ello se requiere un marco de segu­ridad y confianza que hoy las organizaciones aún no conocemos. Nosotros esta­mos iniciando procesos que nos están mostrando nuevas posibilidades.

–¿Qué rol le das a la edu­cación?

–Un día empecé a pregun­tarme si el miedo a expre­sarnos, la contaminación del planeta, la pobreza, la impuntualidad son cuestio­nes de educación o es falta de formación. La formación se puede planificar y auditar fácilmente; por ejemplo, con el reconocido sistema inter­nacional PISA. Este modelo apuesta a la capacidad de un niño –a sus 15 años– para utilizar sus conocimientos y habilidades en lectura, matemáticas y ciencias; la Organización para la Coope­ración y el Desarrollo Eco­nómico (OECD) afirma que estos son claves para afron­tar los retos de la vida real. Recordemos que la forma­ción es también posible en solitario. Un autodidacta puede dominar su materia, pero a la par no saber cómo relacionarse con los demás.

–¿Cuál es la principal diferencia que harías entre la educación y la formación?

–La educación no se puede planificar ni controlar, menos evaluar. Este proceso deviene permanentemente, sucede en todos los momen­tos de relacionamiento –espontáneos o no– junto a otros seres humanos y al contexto que les contiene y abraza. Las personas nos hacemos en la convivencia. Nuestra conducta emerge y se renueva con nuestra educación. A diferencia de la formación, la educación es imposible en solitario. El educado puede no dominar una materia, pero a la par sí saber cómo relacionarse con los demás. Ciertamente la educación y la formación son concomitantes y recursivos, pero no por ello sinónimos.

–¿Qué papel te parece que puede cumplir el hogar en este sentido?

–El hogar es apenas el pri­mer espacio de conviven­cia que educa, tal vez sea importante, pero jamás el único. Ahí crecemos, pero más tarde convivimos en una mezcla compleja de clases, con poderes y pri­vilegios que hoy gobiernan a la mayoría en Paraguay y Latinoamérica. Esto nos está fragmentando social­mente, restringe e interfiere nuestras capacidades pro­ductivas y de innovación. Llevamos una vida some­tida a las reglas económicas con hábitos que nos educan fuertemente en, por ejem­plo, la inequidad social. Esto también está determinando nuestras comprensiones morales hace mucho tiempo y es algo que una maestra en aula jamás podrá com­pensar.

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