A 70 kilómetros de Asunción, en la compañía Rosado de la ciudad de Tobatí, departamento de Cordillera, el artesano Teófilo Portillo aborda cada mañana de sábado una de las actividades que él asume como la misión de su vida: la formación de nuevos creadores en el arte del tallado de la madera.

  • Por Jimmi Peralta
  • Fotos: Emilio Bazán

La labor de preservar el oficio del tallado de la madera la realiza mediante un taller que con­voca a los niños de la comu­nidad a desarrollar su creati­vidad, aprender las técnicas y convertirse a través del cono­cimiento en custodios de una tradición.

Teófilo, hijo de un agricultor, desde niño conoció el trabajo en la olería y, al forjar su pro­pia familia, a fuerza de bús­quedas y necesidad rescató un oficio de sus ancestros: darle formas a la madera, entre otras, de rostros y más­caras.

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Siendo el menor de 11 her­manos, de niño perdió a sus padres y, pese a los avatares con los que le desafió la vida, entendió que su lugar en el mundo siempre fue Rosado, donde creció y formó una familia que lo acompaña como artesano y también como antiguo miembro de la comunidad.

La Nación/Nación Media lo visitó en su casa durante uno de sus talleres sabatinos, donde se encontraba rodeado de niños que, entre juegos y curiosidades, adquirían nue­vas destrezas y las primeras armas de un oficio.

Para Rosado los artesanos forman parte de su cul­tura, pues barro, cerámica y tallado conjugan mucho de la expresión de Tobatí.

APRENDER HACIENDO

Los niños que forman parte del taller de Teófilo, que pertenecen a familia de artesanos, son, a la vez de alumnos, custodios de un conocimiento que se trans­mite haciendo. De esta manera, en sus manos mar­cará en adelante la conti­nuidad de una tradición que linda con lo religioso y tam­bién con lo social.

De niño, don Teófilo espiaba a sus tíos mientras traba­jaban la madera, pero su mirada debía mantenerse en la distancia. Hoy, en cambio, él devela los trucos de mago ante los niños que forjan el kamba ra’anga sobre el timbó con sus propias manos.

–¿Cómo se dio tu primer contacto con el arte del tallado y a través de quién?

–Fue mirando a mis tíos. Rei­nerio Esquivel trabajaba en tallado de imagen de santos y Julio Esquivel hacía más variados los trabajos, pero siempre a partir del cedro. Recuerdo que de chicos noso­tros los mirábamos de lejos y no nos dejaban acercarnos.

–¿Por qué pensás que pasaba eso?, ¿celaban de su trabajo?

–Yo creo que por varios fac­tores. Las herramientas que utilizamos tienen que estar muy afiladas para poder tra­bajar y capaz mis tíos no que­rían que tocáramos las herra­mientas porque fácilmente pierden su filo. Además de eso, yo no sabría decirte si ellos celaban de su trabajo o no querían que otros apren­dieran su trabajo.

–¿Entonces cómo apren­diste este oficio?

–Yo no tuve una escuela dónde aprender. En mi caso, a muy temprana edad me junté y vi que la relación en pareja no era fácil. Hendy kavaju resa (situación muy compli­cada o difícil) y vi que si yo no tenía profesión, me iba a costar mucho mantener a mi familia. Eso fue lo que me ins­piró para buscar otras alter­nativas de trabajo más allá de la olería.

ORFANDAD

–¿A los cuántos años empezaste a trabajar en la olería?

–Mi papá murió cuando yo tenía diez años y yo desde entonces me quedé a cargo de mis hermanos, porque mi mamá ya había muerto cuando tenía siete. Ellos trabajaban en la olería y entonces yo ya tenía que ayudar en la olería a par­tir de los diez años. Desde ahí ya casi todo el tiempo. Ya poco mis hermanos se dedicaban a la agricultura, que era el rubro de mi papá.

–¿Era duro el trabajo?

–Antes era más difícil acá. En la zona por ejemplo no tenía­mos luz eléctrica y teníamos que prender velas debajo del galpón para poder por lo menos diferenciar el camino donde teníamos que transi­tar. A esa edad empezába­mos los trabajos a las tres de la madrugada.

UN IDEAL

–¿Siempre fuiste inquieto y buscaste aprender?

–Cuando yo era adolescente acá mandaba la dictadura. Recuerdo que yo siempre tenía ganas de ser alguien más, de ser diferente, de ser alguien que aporte a la comunidad, al país. Tenía esa mentalidad de mostrar mi talento, pero en esa época no se podía. Después de tra­bajar en la olería tenía que caminar tres kilómetros y medio para ir a un colegio de noche, ya me iba cansado y tenía que caminar lo mismo para volver. Por eso no pude terminar mi secundaria. En ese tiempo no querían luego que uno estudie, que uno sea inteligente.

–¿Cómo pasás del trabajo en la olería a producir tus artesanías?

–Para mí era indispensa­ble cambiar de rubro, por­que el trabajo en la olería es un trabajo súper pesado. Y siempre tuve la inclina­ción por la artesanía, capaz por la misma sangre fami­liar. Siempre me inspiraba dibujar, tenía curiosidad de aprender y de eso surgió que después de terminar mi trabajo en la olería, iba y hacía una máscara de kamba ra’anga (figuras de personas afrodescendientes).

IMPULSO

–¿Por qué empezaste con las máscaras?

–Empecé con las máscaras porque me eran más fáciles de hacer, ya que no nece­sitaba de muchas herra­mientas. Con un cuchillo de cocina empecé a sacar la parte de atrás y a hacer las primeras máscaras. Todos los días hacía uno y llegué a juntar 24 trabajos. Un día que estaba trabajando como albañil acá cerca se fue junto a mí mi señora y me dijo “avendepaite ñande máscara” (vendí todas nues­tras máscaras) y me mostró los 200.000 guaraníes que había cobrado por todas las máscaras. Entonces eso me dio el impulso para hacer más y más, y ahí ya compré para mi materia prima y de a poco fui dedicándome más a esto.

–¿Con qué otras imágenes fuiste trabajando?

–Sinceramente yo no hacía tallado de imágenes de santo porque, como soy católico y creo en las imágenes, pienso que esas imágenes tienen que ser perfectas. Yo sabía que eso llevaba mucho tiempo porque mis tíos ya se dedi­caban a eso. Entonces yo me incliné más a hacer tra­bajos para decoración como figuras de rostros. A veces me mandan una foto y me piden que les talle algo, como la fachada de una casa, por ejemplo, y lo hago. Además, hoy en día hay tallado en cedro y ese es un trabajo que requiere más concentración, es un trabajo más fino.

–¿Y eso cómo lo apren­diste?

–Al año después de tallar las máscaras, yo ya quería tam­bién hacer figuras de madera dura. Tenía esa curiosidad, me gusta el desafío, me gusta hacer lo nuevo, aprender. Nunca aprendés todo, van ya casi tres décadas en las que voy aprendiendo. En madera dura me llevó más de cinco años para poder aprender esa técnica y lo hice tallando.

MERCADO

–¿Y es rentable vivir de la artesanía?

–El rubro de la artesanía va a ser rentable si es que uno tiene mercado y puede expor­tar. Por ejemplo, che ahárõ chetrabajomíre Paraguaýpe, nde retopa peteî extranjero y tenés el 99,9 % de oportuni­dades de vender tu trabajo. Ha’ekuéra ohaihueterei la ore mba’apokue, la rojapóva ñande pópe, porque hoy en día prácticamente todo es mecanizado, pero péa ndo­jehecharamói, pe rejapóva kysépe, pe ra’anga opytárõ pe kyse rapykuére ha’etéicha ohecharamoitereía hikuái.

(Si yo me voy a Asunción con mis trabajos, si le encontrás a un extranjero tenés el 99,9 % de oportunidades de ven­der tu trabajo. Ellos aprecian mucho nuestro trabajo, lo que hacemos manualmente. Hoy en día todo es mecanizado, pero eso ellos no aprecian. Eso que se hace a cuchillo, si a la imagen le queda el ras­tro del cuchillo pareciera que ellos aprecian más). Los extranjeros son los clientes más seguros.

–¿Y cómo comercializás tus trabajos?

–Solemos ir a las ferias invi­tados por el Instituto Para­guayo de Artesanía (IPA). Mis trabajos están también en la Secretaría Nacional de Turismo (Senatur) y acá en mi casa, donde estamos pro­curando hacer un lugar para la exposición permanente, pero bajo techo.

VISIÓN

–¿Desde cuándo estás tra­bajando en tu taller para los chicos?

–Siempre yo tuve esa visión de enseñar, porque para mí fue difícil aprender. Hoy en día puedo y tengo una fami­lia que me apoya, mi señora me apoya. Ella les preparó recién una media mañana a los chicos que vinieron al taller. Ñande py’a nandírõ nda’igústoi ñaaprende (Con el estómago vacío no da gusto aprender). Así se les da a los chicos la oportunidad de aprender si es que les gusta. Ya deben ser 20 años que empecé. Cada año vienen cerca de 100 estudiantes de Estados Unidos a formar parte de un taller acá. Siem­pre quisimos enseñar, pero uno tiene que tener recur­sos para eso, materiales, hay que comprar el timbó, por ejemplo.

–¿Cómo conseguís la raíz del timbó?

–Primero lo que hacemos es ir a sacar la raíz de timbó, no cualquiera te puede sacar. Sinceramente es lo más sacrificado de todo el tra­bajo. Cuando encontrás una raíz, jasýre odepende enohê haĝua. Jasy ra’ýpe regue­nohêrõ, ipirupáta ndehegui (Depende de la fase de la luna para sacar. Si sacás durante la luna nueva, se va a secar todo). Tiene que ser luna llena mbarete (fuerte) para sacar. Tenés que comenzar a cavar con cuidado, siguiendo la dirección de la raíz, tenés que tener herramientas que no maltraten la raíz. Entre tres nos vamos a trabajar para sacar y dos días más o menos nos toma.

–¿Y después cuál es el pro­ceso?

–El trabajo de la raíz de timbó tiene tres procesos: uno sería el trabajo en sí, para lo que tenés que cor­tar la madera ya de acuerdo a la figura. Supongamos que yo quiero hacer el rostro de un indio. Ese por ejemplo tiene que ser un poco más alargado y las máscaras de kamba serían más redon­das. Entonces, cortamos y comenzás a tallar. Después viene el secado, que puede ir de cuatro a quince días por ahí, dependiendo del calor, del clima. Y a partir de ahí comenzás a pintar una vez que esté bien seco.

–¿Cómo trabajás para enseñar a los chicos que vienen a tu taller?

–Nosotros ya tenemos la técnica, tenemos todas las imágenes ya en nuestra cabeza, pero con los más chicos hay que enseñarles por parte. La ubicación de las partes de la cara, las formas y también dibuja­mos encima de la madera para que ellos puedan ir aprendiendo haciendo así sus primeras figuras. Con el tiempo uno ya sabe hacer rápido eso, ya tiene el cono­cimiento. A mí me toma un día hacer dos figuras talla­das, por ejemplo.

UN LEGADO VIVO

Kamba’i Artesanías se llama la iniciativa liderada por el maes­tro artesano Teófilo Portillo, que además de los trabajos arte­sanales ofrece a los niños la posibilidad de aprender un oficio y salvaguardar la tradición de toda una comunidad.

En las redes es posible encontrarlos como Arte Kamba en Ins­tagram y Kamba’i Artesanías en Facebook. Contacto: (0971) 216-244.

KAMBA Y EL 6 DE ENERO

–¿Qué es el kamba ra’anga?

–El kamba ra’anga es una máscara que se hace de la raíz de timbó y se utiliza acá en la fecha del 6 de enero. Los promeseros tapan su rostro con esa máscara para danzar al son de un conjunto que se llama Banda Para’i y así alegran a la gente.

–¿Esa tradición sigue vigente en esta comunidad?

–Sí, algunos vecinos de la zona que ahora están viviendo en Argentina, en Buenos Aires, por ejemplo, a veces no pueden venir para fechas como la Navidad, pero nunca faltan a un 6 de enero de acá. Es una fiesta que se hace en memoria a los tres reyes magos, mucha de la gente que viene es promesera, confía en los poderes y los milagros de los reyes. Es gente que viene a agradecer algo o a pagar una pro­mesa y se disfrazan de kamba para alegrar a la gente que viene.

–¿Cómo se vive toda esa fiesta en Rosado?

–La fiesta patronal acá empieza ya el 4 de enero. Para el alba la gente ya se disfraza de kamba y va a visitar todas las casas que tienen las imágenes de los reyes, ya sea Baltasar o los otros magos. El 5 se hace más bien un festival en la comunidad y en la capilla San Blas la gente ya se concentra para recibir el 6 de enero. Y al día siguiente tenemos una misa y las imágenes siempre están. Después se hace un recorrido por las 17 casas con imágenes con la Banda Para’i acompañada de los kamba.

–¿Entonces se usan estas máscaras cada año?

–También en la fiesta de San Juan la gente ojedisfrasa (se disfraza) de kamba, para subirse al yvyrasŷi (palo enjabonado) el toro kandil (toro encendido), por ejemplo. Todo eso para divertir a la gente.

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