Es posible que, desde siempre, desde el inicio de la historia y de cada una de nuestras historias, los colores sean parte de nosotros. También la luz o la oscuridad. Aunque solo con luz hay color. No lo hay en la oscuridad.

  • Por Ricardo Rivas
  • Periodista X: @RtrivasRivas
  • Fotos: Gentileza

¡Hoy, tengo un día brillante!, sé que respondo con cierta frecuencia. ¿Irán de la mano luz, color y opti­mismo? Tal vez.

No son pocas las oportunida­des que recuerdo haber leído o escuchado a quienes dicen que alguien “se puso rojo de vergüenza” o “negro de bronca”. Es bastante común escuchar a quienes asegu­ran apesadumbrados haber tenido “un día negro”.

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Curioso, por cierto. Especial­mente para mí, que suelo ves­tir con prendas de ese color. Especialmente cuando tengo compromisos relevantes, aunque nunca –lo aseguro– lo hice ni lo hago por nada en particular. Simplemente, me agrada el negro para vestir. Pero percibo que a muchas otras personas no. Incluso, les incomoda. “¡Basta de negro!”, me dijo en muy mal tono pocos meses atrás el amigo y colega académico José ET, mientras compar­tíamos un café después de un conversatorio.

Su explicación ante mi sor­presa me resultó intrascen­dente. Vinculó ese color con la falta de alegría, con la nega­ción misma del color como concepto. ¿De qué habla?, pensé sin contradecirlo en su opinión. No me pareció el momento adecuado para responder o para explicar que poco más de una década atrás –tal vez en 2013– sen­tado a una de las mesas de la madrileña Chocolatería de la Puerta del Sol, en la Calle 4, casi justo frente a la Casa de Correos y muy cerca de la Casa Museo del Ratón Pérez, mien­tras gustaba de unos churros con chocolate inolvidables hechos con una receta que allí respetan y guardan bajo siete llaves desde 1813, leí que con el color negro se ha signi­ficado desde la elegancia en su máximo nivel hasta la tristeza del luto más profundo.

GAMA CROMÁTICA

Lo cromático tiene enorme peso en las prácticas sociales. También en el arte y hasta en los estados de ánimo. Michel Pastoureau (76), doctor en historia francés y brillante catedrático, es el autor de “Negro”, un libro atrapante que tenía ante mis ojos aque­lla tarde lejana en Madrid. Por él supe también que por unos 300 años Isaac Newton excluyó tanto al negro como al blanco de la gama cromá­tica porque no los conside­raba colores. Sí, ¡Newton, aunque usted no lo crea! El mismísimo don Isaac, que en su obra “Opticks”, en 1704 explicó a quien pudiera leerlo sus estudios sobre la existen­cia de los que llamó “colores primarios”, que son aque­llos que solemos ver cuando algún arco iris se despliega en el firmamento.

Admiro a Pastoureau y valoro profundamente que haya avanzado con sus estudios sobre mi amadísimo y pre­ferente color negro. Michel también aborda los colores desde el espacio del recuerdo. Va más allá de la memoria si tenemos a la vista aquello de “volver a pasar por el cora­zón”. Recordar. El estudioso, además experto en los miste­riosos pliegues y repliegues de la heráldica, deja el llano y trepa a una magnífica atalaya rústica para desde ese punto elevado profundizar en lo cro­mático y colorear la memoria.

“¡Vero capo lavoro!”, tal vez diría el querido “tano” Zappietro (Eugenio Juan), periodista, escritor y maes­tro de escritores finalista para el Premio Planeta en 1967. La Cofradía de los Veneris Dies –como se llamaba a los viernes en la Antigua Roma en honor a Venus, la diosa del amor– está pronta para la tertulia. El color, los colores, la luz, la oscuridad, como temas y misterios nos sobrevuelan. Instalado en la vieja mece­dora –litúrgicamente– les hago saber que un Canno­nau di Sardegna DOC Nau 2019 –hecho y criado en la finca Mora&Memo, en Ser­diana, sur de Cerdeña a 250 metros de altura desde donde es posible ver el Mediterrá­neo– pacientemente se oxi­genará hasta que llegue ese momento preciso en que ale­grará nuestros copones.

La novedad es muy bien reci­bida. “Con Coti Sorokin y Diego Torres aprendí que todo puede ser del color que le demos a la esperanza”, dijo la profe DG. “De hecho, lo agregué a los colores del arco iris, porque la esperanza de ver ese fenómeno en el cielo siempre es previa a que apa­rezca en el cielo”, sentenció. Hizo sonar su móvil a todo volumen. “Pintarse la cara / Color esperanza / Tentar al futuro / Con el corazón…”.

Brindamos por la esperanza. Brotaron recuerdos y parece­res. Diego cantó ese tema en el Vaticano ante Juan Pablo II, que todavía no era santo. “Mi abuela decía que el verde es esperanza”, apunta AF. Lo sensorial siempre construye pasado. Asentí. Y, mien­tras acariciaba con el índice derecho el borde del copón, recordé que cuando prome­diaba la última década del siglo pasado, tal vez un miér­coles, cenábamos en el res­taurante Los Teatros [Talca­huano al 200 de Buenos Aires] con Xosé Fernández Quintela –un histórico de la vieja disco­gráfica RCA– y aquel gigante del bolero que fue el querido Daniel Riolobos.

MISTERIOSOS CAMINOS

Detrás de un viejo piano de cola tocaba y cantaba Virgi­lio Expósito. Sí. El creador de “Naranjo en flor”, “Maqui­llaje”, “Vete de mí”, “Afiches”, “Fangal”, allí en un restau­rante actuaba ese grande de la cultura rioplatense. Impresio­naba verlo, escucharlo y daba lugar a reflexionar sobre los misteriosos caminos que reco­rren los exitosos. Los grandes.

Ricardo García Baya, un especialista y estudioso pro­fundo del tango, opinó alguna vez –con cierta tristeza– que ese “era un lugar menor para alguien de su estatura artís­tica y su talento”. Me animo a coincidir. ¿Acaso estuvimos frente al color de la necesi­dad? Quizás. Hago silencio.

“Porque ese cielo azul que todos vemos, / ni es cielo ni es azul / ¡Lástima grande no sea verdad tanta belleza / Luper­cio Leonardo de Argensola / 1559 - 1613″, recitaba con su maravillosa voz aguarden­tosa, ruda, rasposa –pero entrañable– con sus ojos entrecerrados el querido viejo Virgilio. Los tres escuchamos con devoción a quien después del último acorde vino a noso­tros. Brindamos por su pre­sencia, por su trayectoria y por sus memorias, que comenzó a regalarnos en una charla pro­funda, lenta y sin apuros.

“Con mi hermano Homero, ese tango –'Maquillaje’– lo compusimos en 1938″, res­pondió Virgilio cuando qui­simos saber por qué con el soneto de “Lupercio Leo­nardo de Argensola” abre aquella creación. Así supimos que su hermano “leía mucha poesía española”.

“Es absolutamente imposible decir qué es el color”, sostiene Michel Pastoureau

UN SONETO

Luego de una pequeña pausa –muy breve, como para vin­cular sólidamente los deta­lles de aquel momento lejano– contó que “un día Homero, mientras compo­níamos, recitó unos de los tantos sonetos de Argensola: ‘Yo os quiero confesar, don Juan, primero, / que aquel blanco y color de doña Elvira / no tiene de ella más, si bien se mira, / que el haberle cos­tado su dinero. / Pero tras eso confesaros quiero / que es tanta la beldad de su men­tira, / que en vano a competir con ella aspira / belleza igual de rostro verdadero...’”, repi­tió Virgilio de memoria. Lo escuchamos en silencio.

“Y, desde allí avanzó en la crea­ción: ‘No, / ni es cielo ni es azul, / ni es cierto tu candor, / ni al fin tu juventud. / Tú compras el carmín / y el pote de rubor / que tiembla en tus mejillas, / y ojeras con verdín para lle­nar de amor / tu máscara de arcilla’, con la que mi hermano recordó en detalle –puntillo­samente– cuando veía cómo se maquillaba, en la intimi­dad, una mujer a la que creo que amó profundamente. No la conocí. Nunca la vi. No sé su nombre. Pero me dijo que era bellísima con o sin los colores con los que se arreglaba”.

Tiempos que pasaron. Aque­llos amigos y el lugar ya no están. Con aromas, sabores y colores también se hace la historia que, en este caso y sin dudas, tiene el color del tiempo que ya fue, pero siem­pre está. Pastoureau, lo dijo. Homero y Virgilio colorearon el pasado de ambos y lo poe­tizaron para siempre.

A veces descubro que camino silbando alguno de aque­llos tangos que sintonizan la memoria con mi corazón y sue­nan en mis oídos. Me traen el recuerdo de don Ricardo, nues­tro querido viejo y más de una vez, cuando mientras silbo miro algunas viejas casonas del Bajo Belgrano –mi pueblo natal en Buenos Aires, unos 1.350 kilómetros al sur de mi querida Asunción– lo veo milongueando con Erlinda, nuestra querida mamá.

HISTORIAS Y SIMBOLISMOS

Los colores también constru­yen historias y simbolismos. ¡Siempre! Hay quienes sos­tienen que en la cultura occi­dental el color blanco se asocia con pureza o inocencia. Algu­nas otras voces enfatizan en que es el color de la paz. Pablo Picasso en 1949 pintó una paloma blanca que sostenía con su pico una rama de olivo cuando en París, aquel año, se reunió el Consejo Mundial de la Paz. El cónclave se promo­cionó mundialmente con un cartel que reproducía aquella creación.

El blanco atraviesa algunas de las prácticas cristianas. Para quienes son observan­tes de esa religión, el Espíritu Santo se representa con una llama encendida o con una paloma blanca. El papa viste de blanco. Las novias que se esposan por el rito cató­lico al igual que las niñas y niños que reciben la primera comunión también lucen con indumentaria blanca. Algu­nos expertos aseguran que el blanco en el islam se asocia con lo sagrado porque sim­boliza la pureza. Lo limpio. Lo inmaculado. La modestia.

¿Existe el blanco? ¿El negro? ¿El rojo? “Definitivamente, no”, dice FM, abogado, aca­démico y hombre de fe. Otro Cannonau di Sardegna DOC Nau 2019 se somete al litúr­gico descorche. Los copones se acercan para recargar. ¿De qué hablamos cuando hablamos de lo que hablamos, entonces? Claramente, no es la palabra sino la intención de producir sentido con ella. De allí emerge el peso específico de cada palabra y lo que hace posible el discernimiento que eternamente será en orden a la cultura del observador.

“Y es que en el mundo traidor / nada hay verdad ni mentira: / todo es según el color / del cristal con que se mira”, sen­tencia Ramón de Campoa­mor en “Las dos linternas”, famoso poema que dedica a Guillermo Laverde Ruiz y es posible de leer en su obra titu­lada “Doloras”, de 1846.

Alguna vez escribí que la comunicación también es posible analizarla como un libre intercambio de subje­tividades. “El blanco es el símbolo de la pureza, de la inocencia. El vestido blanco por excelencia es el suyo. ¿De dónde viene esta tradición? ¿Y por qué el papa va ves­tido de blanco?”, preguntó el colega periodista Lorenzo Buccella a Francisco en el transcurso de una entrevista que se publicó el miércoles último.

Pío V (1504-1572), cuando fue consagrado en 1566, “llevaba el hábito dominicano, que es blanco, y a partir de ahí todos los papas han utilizado el blanco”

TRADICIÓN

El pontífice recordó que esa práctica se inició “con un papa dominico” que “llevaba el hábito dominico que es blanco y, a partir de ahí, todos los papas han utilizado el blanco. Eso nació allí”, enfatizó. El líder de la Iglesia católica pre­ciso luego que aquel dominico “fue Pío V, que está enterrado en [la iglesia] Santa María La Mayor” y reiteró que “de ahí nació la tradición de que los papas vistan de blanco”.

La entrevista a Francisco es parte del contenido de una edición dedicada al blanco, al que se propone como “el color del bien, de la luz, pero sobre el que más destacan los errores y las suciedades”. Y, en ese sen­tido, el papa revela a Buccella que “solo pienso en las man­chas” y categoriza la situa­ción como “terrible” porque “el blanco atrae las manchas”.

En ese contexto, el pontífice admite y hace suyo el “desa­fío de no tener manchas”. El color no solo se ve, también se piensa. “Es absolutamente imposible decir qué es el color”, responde Michel Pas­toureau al colega periodista Marc Bassets de diario El País. Como argumento sostiene que “decir qué es el amarillo es extremadamente difícil”.

Desde esa perspectiva luego, con paciencia académica, reconoce que solo “se pue­den nombrar objetos ama­rillos o decir que es el color del limón (lo que) no es falso, pero tampoco es una verda­dera definición” sobre qué es el amarillo. “Estaba la paloma blanca / sentada en el verde limón…”, cantaba la abuela Anita a sus nietas Sol y Laura que la escuchaban cuando muy pequeñas.

¿De qué color es el color del limón? ¿Amarillo, como señala Pastoureau, o verde como canturreaba doña Anita? Para Pastoureau, “el color es materia, luz, sensación y una noción abstracta” porque “siempre se refiere a algo”. Las percepciones siem­pre son subjetivas. De hecho, la Real Academia Española de la Lengua (RAE) la define como una “sensación interior que resulta de una impresión material producida en los sentidos corporales”.

Coti Sorokin y Diego Torres dan vida desde cuando finalizaba 2001 crearon el “Color esperanza”

EL COLOR Y LA CEGUERA

¿Qué color es el color cuando veo un color? Jorge Luis Borges, quien padecía ceguera total en uno de sus ojos y parcial en el otro, explicó durante una con­ferencia que pronunció el 3 de agosto de 1977 en el Teatro Coli­seo de Buenos Aires que con su ojo ciego “el amarillo es un color que aún percibo, junto con el verde y el azul”.

Michel Pastoureau dijo haber “leído que los invidentes de nacimiento llegan a la edad adulta más o menos con la misma cultura de los colo­res que los videntes”. Piensa y dice que ello es posible “por­que vivimos en sociedad y las conversaciones con los demás acaban por ofrecernos una noción del color”. De allí que cuando “un invidente conoce un cierto número de cosas sobre los animales, los tejidos, los alimentos (...) si se le dice que ‘esto es rojo’, lo comparará con otras cosas que conoce por el tacto o el oído, y la noción de este color (en esa persona) acabará por aparecer”.

¿Qué es el color, entonces? ¿Qué color veo cuando veo un color? Más aún, ¿cómo pienso un color para decir acertada­mente qué color es o qué color veo? No tengo idea.

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