¡Basta de matar periodistas! ¡Alto el fuego! ¡No se mata la verdad cuando se asesina un periodista!

  • Por Ricardo Rivas
  • Periodista
  • Twitter: @RtrivasRivas

“Entre 2006 y 2023, más de 1.600 periodistas fueron asesinados en el mundo y cerca de 9 de cada 10 casos de estos asesinatos siguen sin resolverse judicialmente”, reporta oficialmente el Observatorio de Periodistas Asesinados de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco). Con ese contexto, el jueves pasado –2 de noviembreen la sede de la Organización de los Estados Americanos (OEA), expertos, analistas, trabajadores y trabajadoras de prensa abordaron en Washington DC este fl agelo social global en procura de alcanzar colaborativamente soluciones tendientes a poner fi n a la tragedia. No es una preocupación reciente, por cierto. La Organización de las Naciones Unidas (ONU), desde 2012, con ese objetivo lanzó el “Plan de acción sobre la seguridad de los periodistas y la cuestión de la impunidad”; y, un año más tarde, la Asamblea General de la ONU proclamó esa fecha como el “Día internacional para poner fin a la impunidad de los crímenes contra periodistas”. Pese a ello, la amenaza de la muerte y la muerte misma no cesan. “La impunidad conduce a más asesinatos y, a menudo, es un síntoma de la agudización del confl icto y el colapso de la ley y los sistemas judiciales” que parecen no encontrar una forma que posibilite la sanción de quienes resulten ser responsables de esas atrocidades”, interpela la Unesco.

IMPUNIDAD

A esa agencia multilateral “le preocupa la impunidad” porque entiende que “daña” a la sociedad y hace que sea posible “encubrir graves abusos de los derechos humanos, (de) la corrupción, y (de) la delincuencia”. Una vez más, este año esa organización interpela “a los (193) gobiernos (que la integran, al igual que) a la sociedad civil, (y) a los medios de comunicación” para que “defiendan el Estado de derecho y se unan a los esfuerzos mundiales para poner fin a la impunidad”. La exhortación resuena como una imploración a voz en cuello. La organización Reporteros Sin Fronteras (RSF) da cuenta de que “desde el pasado 1 de enero en lo que corre de este año, 36 periodistas fueron asesinados. 537 se encuentran detenidos”. Tan grave como preocupante y hasta desalentador. ¿Es imposible poner fi n a la impunidad? “Debemos admitir que este objetivo dista mucho de alcanzarse”, sostiene Audrey Azoulay, directora general de la Unesco, que con profundo conocimiento advierte que “ya documenten confl ictos sobre el terreno, informen sobre elecciones o denuncien la corrupción, los periodistas siguen sufriendo todas las formas de violencia, que van desde las detenciones arbitrarias hasta las humillaciones, el acoso en línea, las agresiones físicas y los asesinatos”. Con profunda convicción en el poder de la palabra y de su palabra con alcance global, Azoulay sostiene que “mientras los periodistas no puedan realizar su trabajo de forma segura, libre y sin coacciones ni presiones, todos nos veremos privados de las libertades fundamentales de expresión e información, que son el fundamento de la vida democrática”. La lideresa agrega como peligro para las y los periodistas los procesos electorales. “La seguridad de los periodistas (se encuentra) especialmente amenazada durante las elecciones”, advierte la Unesco en una “hoja informativa” distribuida en los días previos a la efeméride recordada en la sede de la OEA en la capital de los Estados Unidos.

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Audrey Azoulay, directora general de la Unesco: “Los periodistas siguen sufriendo todas las formas de violencia que van desde las detenciones arbitrarias hasta las humillaciones, el acoso en línea, las agresiones físicas y los asesinatos”

CONTEXTO ELECTORAL

Ese documento detalla “que las agresiones y los delitos (contra periodistas) son especialmente numerosos durante los periodos electorales”. Precisa después que “en los contextos de protestas y elecciones” (…) la mayoría de las agresiones han sido cometidas por las fuerzas de seguridad” y que esas acciones violatorias de los derechos humanos “incluyeron golpes y detenciones arbitrarias”. Puntualiza luego haber registrado “ataques contra periodistas en contexto de al menos 89 elecciones en 70 países entre enero de 2019 y junio de 2022″, durante los cuales “759 profesionales de los medios de comunicación fueron agredidos”. Desprotegidas, “el 42% (de las 320 víctimas de la violencia mencionada) fueron atacadas por agentes de las fuerzas del orden” y, de esas agresiones, “el 29 % (218 víctimas) fueron mujeres”. Consigna además –un dato

tan concreto como curioso– que “un número significativo de agresiones físicas y verbales fueron perpetradas por manifestantes y asistentes a las protestas”. Pero no son sucesos aislados. “La Unesco registró ataques contraperiodistas durante la cobertura de protestas, manifestaciones públicas y disturbios en al menos 101 países entre enero de 2015 y agosto

de 2021″ y, también “desde 2015, al menos 13 periodistas han sido asesinados en estos contextos”. Pero, además de las cotidianidades apuntadas, es preciso incorporar las guerras en el análisis de la situación.

Algunas estadísticas confiables aseguran que antes de que finalizara setiembre último en la maltratada aldea global, hay cerca de 60 guerras activas que afectan aproximadamente a unos 1.200 millones de habitantes, lo que representa el 15 % del total. Desde enero último, unas 120.000 personas fueron victimizadas como consecuencia de esas situaciones bélicas.

EL PELIGRO DE INFORMAR

“Para que el mundo exterior pueda recibir una cobertura libre y fiable de la situación, los periodistas deben poder trabajar”, tanto en la guerra como en cualquier otro conflicto o en la mismísima paz, sostiene enfáticamente Christophe Deloire, secretario general de RSF, quien alerta críticamente que “informar es cada día más peligroso”. Describe luego en tono de denuncia pública que “hace casi dos semanas” que “las fuerzas armadas israelíes hacen todo lo posible para impedir la difusión de imágenes” de lo que sucede en la Franja de Gaza; condena ese “bloqueo mediático” y, reflexivamente, recuerda que “el periodismo es el antídoto contra la desinformación que se extiende con especial fuerza en esta región”.

El poder y los poderosos no quieren que se vea qué hacen. En el transcurso de esa guerra que se desató el pasado 7 de octubre, cuando grupos terroristas de Hamás desde la Franja de Gaza ingresaron en territorio de Israel para asesinar un millar y medio

de personas, la violencia gana en intensidad y crueldad. Las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) combaten contra Hamás. Una y otra vez ingresan en territorio palestino con armas pesadas, blindados y aviones de combate que procuran no dejar nada en pie ni con vida. La muerte se extiende en aquella región. En la frontera norte de Israel –donde más allá de su límite se encuentran Líbano y Siria– se verifican algunos enfrentamientos entre fuerzas israelíes y milicianos irregulares de Hezbolá.

LA MARCHA DEL ESPANTO

El último 13 de octubre, después de dejar atrás Metula, un grupo de periodistas se instaló en esa zona de combate para contar la historia de la guerra allí donde se amontonan sitios bíblicos como Dan, Abel Bet Maacah e Ijon. Como una mueca

irónica en la historia de la humanidad, en esos entornos donde se extiende lo que al menos tres religiones monoteístas llaman Tierra Santa por estas horas una vez más se escribe la marcha del espanto. En esos valles y montañas desérticas, la vida vale muy poco. Y en busca de esas historias hasta allí llegó la prensa. El horror pareciera que siempre tiene espacio –como oferta y demanda– en el interés de las audiencias. En esa búsqueda, el fotoperiodista de la agencia de noticias Reuters Issam Abdallah (37) fue asesinado con un cohete disparado desde un helicóptero Apache israelí. La colega corresponsal de la Agence France Presse (AFP) Christina Assi fue herida de gravedad como consecuencia del mismo ataque. Desesperación, angustia, pánico, miedo, esperanza se entremezclaban en esos textos – sus reportes– que son la primera versión de la crueldad. Treinta y ocho segundos después de la muerte de Issam, con un segundo disparo fueron heridos otros colegas. Un cohete destruyó e incendió un Toyota blanco en el que se desplazaban trabajadores de la cadena Al Jazeera. Expertos en balística de la organización Reporteros Sin Fronteras (RSF) revelan que sobre esas personas y sus equipos cayó “una carga explosiva de más de 3 kilos equivalentes de TNT (2,4,6-trinitrotolueno)”. El proyectil hirió a los periodistas Carmen Joukhadar y Elie Brakhya, de Al Jazeera, y Dylan Collins, de AFP. RSF asegura que esos trabajadores “portaban cascos y chalecos antibalas con el distintivo ‘prensa’” al igual que el vehículo que los transportaba.

Los artilleros no pudieron confundirlos. Uno de los periodistas de Al Jazeera entrevistados por RSF asegura que vio un helicóptero israelí que sobrevolaba la zona y que podía distinguir a los periodistas. Por lo tanto, los reporteros fueron identificados en la zona por las fuerzas presentes antes del bombardeo. ¿Se sabrá alguna vez quiénes fueron los criminales?

¿El peso de la justicia recaerá sobre ellos? De eso se trata la impunidad.

IMPORTANCIA PARA LA DEMOCRACIA

“Los periodistas y los medios de comunicación son vitales en la sociedad, pues defienden y protegen la democracia y exigen cuentas a quienes están en el poder. Además, son esenciales para que las instituciones sean fuertes y rindan cuentas y, también, para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS)”, recordó António Guterres, secretario general de la ONU, el 2 de noviembre. “El actual conflicto en Israel y el Territorio Palestino Ocupado se está cobrando un altísimo número de víctimas entre los periodistas”, añadió. “Hacemos un llamamiento a todos los Estados para que impidan la violencia contra los periodistas, (para que) velen por que puedan realizar su trabajo sin correr riesgos, (que) lleven ante la justicia a quienes

cometan crímenes contra periodistas y trabajadores de los medios de comunicación y (que) se aseguren de que las víctimas y los supervivientes reciban apoyo”.

El horror pareciera que siempre tiene espacio –como oferta y demanda– en el interés de las audiencias

CRUELDAD

La crueldad no es una novedad. En marzo de 2022, el escenario fue Ucrania. El blanco elegido por los artilleros rusos en Kiev fue la torre de la televisión de esa ciudad bajo fuego. Allí la víctima, según lo informó la colega Olga Tokariuk, de la agencia española de noticias EFE, fue Yevhenii Sakun, camarógrafo de Kiev Live, televisión local de la capital ucraniana que también trabajó para aquel medio español. Impunidad. En las primeras semanas de aquella guerra, el colega Idafe Martín, desde Bruselas, reportó los asesinatos de los colegas Eugeni Sakun, Brent Renaud, Pierre Zakrzewski, Oleksandra Kuvshynova. Recordó entonces que “desde 2014 (cuando Rusia anexionó Crimea y empezó a apoyar con armas, dinero y hombres a los separatistas armados del sureste ucraniano), fueron ultimados en ese territorio 13 periodistas”. Las imágenes de la televisión

global por aquellos días mostraron cómo un vehículo ocupado por cinco trabajadores y trabajadoras de Sky News –TV británica– fue tiroteado sin ningún motivo por los milicos rusos en un check point. “¡Journalist… Journalist…

Press…!”, gritaban desesperados. Las ráfagas de ametralladoras acallaban sus voces. “¡Zhurnalistka…

Nazhimat!”, tronaba la voz de un fixer en ruso. Salvaron sus vidas milagrosamente. Como también, por fortuna, “los daneses Stefan Weichert (reportero) y Emil Filtenborg Mikkelsen (fotógrafo), tiroteados el 26 de febrero cerca de Ohtyrka”.

Informarse para informar es un derecho humano. Impunidad permanente.

“OBJETIVO PROHIBIDO”

El 7 de abril de 2003, cuando la invasión a Irak, el periodista Julio Anguita Parrado, del diario El Mundo de España, y el fotógrafo alemán Christian Liebik fueron asesinados por un misil iraquí. Un día después, el camarógrafo José Couso de Telecinco –también medio español–y el periodista ucraniano Taras Protsyuk fueron asesinados por un proyectil norteamericano que hizo impacto en el piso 15 del hotel Palestina, donde se alojaba la prensa internacional. Fue disparado desde un tanque que apuntó sobre ese “objetivo prohibido”. El periodista y escritor Jon Sistiaga, en cuyos brazos expiró Couso, dos décadas después aún reclama saber quién ordenó disparar al artillero estadounidense. Un puñado de horas después

cayó Bagdad. Dos décadas más tarde, esas tragedias siguen impunes. ¡Basta de matar periodistas! ¡Alto el fuego! ¡No se mata la verdad cuando se asesina un periodista! ¡Justicia y cárcel para los criminales y los ideólogos de la violencia! Demos una oportunidad a la paz.

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