Los entretelones de un memorable y polémico encuentro entre pugilistas, una derrota triunfal, la deportivización de la vida y de por qué se celebra en Argentina el Día del Boxeador.

  • Por Ricardo Rivas
  • Periodista
  • X: @RtrivasRivas

“El viernes 14 de setiembre, en 1923, cuando tenía solo 3 años, desde muy temprano Buenos Aires estaba pendiente de un episodio que pasaba a 8.500 kilómetros al norte de aquí”, comenzó a contar don Ricardo, nuestro querido viejo, una tardecita apacible de ese mes, muchos años atrás.

Escuché con atención. Senta­dos a una de las mesas que en la vereda del 1.371 de la avenida de Mayo tenía el café Los 36 Billa­res sus ojos estaban clavados sobre el Pasaje Barolo, a una cuadra de distancia. Cafecito cuando el sol caía detrás de la cúpula del Congreso Nacional. Hizo un silencio profundo. La memoria de largo plazo lo puso en un lugar al que solo a bordo del recuerdo podía llegar.

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Jack Dempsey: “Nunca lo olvidaré. Pensé que me había noqueado”. Luis Ángel Firpo: “Me sentí y fui campeón del mundo durante los 17 segundos que Dempsey pasó del otro lado de las cuerdas”

Su vida periodística en Crítica transcurrió en ese entorno. El 23, en el siglo pasado, fue un año muy particular. “Me contó tu abuelo, don Héctor Daniel (Rivas), que el Barolo se había inaugurado tres meses antes”. Explicó luego que “en Montevideo, desde 1928, hay otro edificio igual, gemelo –el Palacio Salvo– que también diseñó el arquitecto italiano Mario Palanti. A las dos obras las llamó ‘rascacielos latinos’”.

En Uruguay, tal vez en los 70, cuando visité el Salvo, supe que –como el Barolo en Bue­nos Aires– tiene un faro en la cúpula. Con ambos encendidos Palanti soñó crear un “puente de luz” para recibir a los via­jeros que llegaran al Río de la Plata. Un error de cálculo frus­tró su poética idea. A la luz de la historia imagino aquella frus­tración como un afrancesado déjà vu o una tanguera y cruel mueca del destino que desde las primeras décadas del siglo 19 nos separan a los rioplatenses.

UN PAÍS PENDIENTE

“Aquel 14 de setiembre fue increíble. Los viejos compañe­ros de Crítica a los que conocí por mi papá cuando comencé a trabajar en el diario en el ini­cio de los 40 –rememoró don Ricardo– el país estaba pendiente de la pelea en el neo­yorkino Polo Grounds Sta­dium entre Luis Ángel Firpo el “Toro Salvaje de las Pampas” (1894-1960) y Jack Dempsey el “Asesino de Manassas” (1895- 1983). Estaba en juego el cam­peonato mundial de los pesos pesados y desde el faro del Barolo se informó a la pobla­ción el resultado de la pelea”.

En uno de mis viajes de tra­bajo a Nueva York caminé por la Octava Avenida, entre las calles 155 y 157. Allí estaba el viejo estadio demolido en 1964. Osvaldo Príncipi, periodista, académico y que­rido amigo apasionado por el boxeo, tiempo atrás contó que este año, para conmemorar el centenario de aquel choque inolvidable que desde enton­ces se conoce como “la pelea del siglo”, allí se habrá de inau­gurar una pequeña escultura. Se lo contó don Majeski, ase­sor del comité organizativo del recordatorio.

Tal vez, Larry Holmes y Mike Tyson concurran para homenajear a aquellos tipos legendarios. Aquello fue un megaevento. George Belows, trascendente artista plástico, plasmó en un óleo el momento crucial en que El Toro Salvaje de las Pampas sacó del cua­drilátero con un derechazo de enorme potencia al Ase­sino de Manassas, que tuvo 18 segundos de confusión hasta que volvió al ring. Debajo de esa mole tambaleante quedó el cuerpo maltrecho de Kid Mc Parland, uno de los integran­tes del jurado sobre quien cayó el vapuleado Jack. El árbitro Jack Gallagher dejó de contar cuando llegó a 9.

George Belows inmortalizó el momento en que Firpo saca del ring a Dempsey durante 17 segundos en un óleo que hasta hoy se exhibe en el Whitney Musseum of Art en el Village Oeste de Manhattan

SALVADO POR LA CAMPANA

Me cuentan en Estados Uni­dos que el periodista, escritor y poeta estadounidense Alfred Damon Runyon –pionero a la hora de consignar en los dia­rios estadounidenses al púgil argentino como The Wild Bull of the Pampas– fue uno de quienes lo ayudaron para que volviera primero a la lona e inmediatamente a su rincón. Lo salvó la campana.

En Buenos Aires, el faro del Barolo dio luz verde. ¡Ganó Firpo! Pero no fue así. En el segundo 57 de la segunda vuelta el ganador fue el nor­teamericano. El choque duró 3 minutos con 57 segundos. Además de los 17 segundos del estadounidense fuera del ring. Triunfó Jack Dempsey. Por aquel resultado un intras­cendente pasaje de NY en Broadway y 53 Street un siglo después lleva aquel nombre.

Sin embargo, la verdad de aquella noche está en el lienzo de Belows, expuesto en el Whitney Musseum of Art en el Village Oeste de Manha­ttan. Es mucho más que ese callejón para recordar aquel suceso cuestionable que vie­ron 85.000 espectadores. “Nunca lo olvidaré (…) Pensé que me había noqueado”, dijo Dempsey después del com­bate. Habló de boxeo.

La luz en color rojo del Barolo al finalizar el combate sacu­dió a la sociedad argentina. Las transmisiones radiales desde Nueva York que emitie­ron aquí Radio Sudamérica y Radio Cultura amplificaron todavía más la mala noticia, las sospechas y las acusaciones de que el argentino fue víctima de un despojo. Cuando el nor­teamericano cayó del ring la comunicación radial tuvo un corte hasta que se restableció en el preciso momento en que regresó al cuadrilátero.

Osvaldo Príncipi, periodista y académico del boxeo: “En Nueva York se recordará el 14 de setiembre el centenario de La Pelea del Siglo entre Firpo y Dempsey

LOS ECOS LITERARIOS

Cuarenta y cuatro años más tarde, quien fuera un niño en aquel momento, en 1967, relató su vivencia en un libro al que tituló “La vuelta al día en 80 mundos”. Recuerda y cuenta Julio Cortázar: “Sí, Firpo tuvo su hora inmortal de tres minu­tos y además reglamentaria­mente ganó la pelea, pero con esa manía que tiene la verdad de suplantar a la ilusión, en los otros tres minutos Dempsey demostró hasta qué punto era capaz de resistir el doble efecto de un uppercut seguido de un viaje de ida y vuelta al ring side, y empezó a demoler la pared de ladrillos hasta no dejar más que un montoncito en el suelo junto con quince millones de argen­tinos retorciéndose en diversas posturas y pidiendo entre otras cosas la ruptura de relaciones, la declaración de guerra y el incendio de la Embajada de los Estados Unidos. Fue nuestra noche triste; yo con mis nueve años lloré abrazado a mi tío y varios vecinos ultrajados en su fibra patria”.

Tragedia social. La verdad suplantó a la ilusión. ¿Cos­tumbres argentinas? Tal vez. Aquel suceso alcanzó tanta trascendencia histórica y social que con el tiempo del campo de los deportes pasó también al de la academia. El despliegue informativo del match por aquellos años fue enorme. Las principa­les publicaciones periodísti­cas de entonces –cotidianas o semanales, especializadas en deportes o no– en el antes, durante y después de La Pelea del Siglo la mantuvieron en sus tapas.

Las coberturas excedían a la información deportiva. Un siglo después, aunque con mucha menos intensidad, la situación no ha variado. Se piensa en Luis Ángel Firpo como víctima de un despojo emergente de una operación antideportiva. ¿Cómo se pro­dujo aquel sentido común? ¿Cómo se construyó la idea de dos naciones en disputa den­tro de un campo de 47,61m2?

LA ACADEMIA

Con un muy amplio desplie­gue de recursos bibliográfi­cos, aunque sus fuentes pri­marias fueron los diarios Crítica, La Nación, La Prensa y La Razón, todos de Buenos Aires, la académica Antonella Bertolotto, de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), en un breve texto al que titula “La pelea del Siglo XX; prensa, masculinidad y nacionali­dad”, señala que “parte de la prensa escrita argentina (…) se ocupó de producir y poner en circulación ciertos discur­sos, sentidos y tópicos” y que para ello circuló “ciertos dis­cursos” para estereotipar “lo propio, [el] ser criollo, argen­tino y latino” para contrapo­nerlo “a las características, categorías y estereotipos del otro, [el] ser yanqui, estadou­nidense y sajón”.

De hecho, en la previa, tanto los medios estadounidenses como los argentinos les otor­garon a sus coberturas condi­ciones más allá de lo deportivo. Me atrevo a opinar –respe­tuosamente– que muy poco le importaban a los editores estadounidenses y argenti­nos los boxeadores Firpo y Dempsey como tales. Opera­ron –como dispositivos pro­ductores de sentido– con sig­nificantes vacíos a los que llenaron de propósitos diver­sos.

GUERRA MEDIÁTICA

¿Quién inició la refriega? Importa poco. Bertolotto sos­tiene que “parte de la prensa escrita de Estados Unidos había hecho una campaña des­prestigiando al ídolo argen­tino y sudamericano. Tildán­dolo de salvaje, inexperto, ignorante, bruto, grande, torpe, lento, falto de técnica y ciencia boxística, todos estos supuestos atributos y caracte­rísticas excedían a la figura de Firpo, ya que también se refe­rían a características y atribu­tos propios de los argentinos y latinos”.

Apunta que “gran parte de la prensa escrita norteameri­cana no podía creer, ni enten­der, que un simple pugilista sudamericano se atreviera a ir a la capital mundial del boxeo para demostrar que en América del Sur también había buen boxeo o, por lo menos, empezaba a haberlo. Y, por lo tanto, era posible disputar­les el título mundial de pesos pesados”.

Como una forma de recipro­cidad, el diario Crítica –el 2 de setiembre– asegura que “con el motivo del match Fir­po-Dempsey para el campeo­nato mundial, esta prensa norteamericana, grandiosa, inconmensurable, vocinglera que se titula independiente y exenta de vanos prejuicios ha comenzado una campaña ruin, indigna de ser publicada en este siglo de las libertades, por el mero hecho de ser Firpo un extranjero, un sudameri­cano procedente de Buenos Aires, capital del Brasil.”

Sostiene que en los Estados Unidos hay una “campaña [que] me indigna y me hace renegar el patriotismo imbé­cil, aniquilador de todos los países. [Porque] Ese patrio­tismo anula los famosos tópi­cos de ‘América para la huma­nidad’, ‘América, la tierra de todos’”. Denuncia que “hay en Nueva York una camarilla de policastros que se abroga la dirección de todos los asun­tos de la famosa urbe” y que esa “especie de –patota– de niños bien, al uso de otros países, es omnímoda, omnipotente”.

Una semana antes del match en el Polo Grounds de NYC –el 7 de setiembre– Crítica cate­goriza a Firpo como un “rudo pegador” que “ha venido a ser algo así como el embaja­dor espiritual, no de la Argen­tina solamente, sino de toda la raza de habla española en este medio hostil de ambiente sajón”. Agrega que el Toro Sal­vaje de las Pampas “ha logrado a fuerza de puños, que los lati­nos seamos tenidos en cuenta y que no seamos únicamente temidos por el revólver y el cuchillo, sino también por los puños.”

El afiche para promocionar La Pelea del Siglo entre Luis Ángel Firpo y Jack Dempsey. Precio de la entrada: 25 centavos de dólar

IDENTIDAD

Habitaban la Argentina unos 15 millones de personas. Bue­nos Aires, un siglo atrás, inten­taba ser la que imaginaban sus dirigentes. Los habitantes de la ciudad más acomodados, en algunos casos, pensaban la urbe como una pequeña París. Otros, los menos, ima­ginaban estar en Madrid. Con la Ley 1420 la totalidad de los residentes en este país tenía derecho a la educación pública, común, laica, gratuita, gradual y obligatoria, desde el 8 de julio de 1884, se procuraba cons­truir una identidad común. El Estado-nación.

La construcción identita­ria es parte de los conteni­dos comunicacionales edu­cativos para producir sentido común. Hacia allí apuntaron los sistemas de medios en los dos países sin ahorrar recur­sos. En Crítica ninguna sec­ción estuvo al margen de La Pelea del Siglo. “Las carica­turas tampoco se quedaron atrás, las famosas ‘Firpísti­cas’ y ‘¡Firpo, sí! ¡Dempsey, no!’, hechas por el Diógenes “Mono” Taborda reforzaban constantemente los ideales y representaciones acerca de lo criollo (tomando mate amargo, comiendo mucha carne, carbonada, puchero, pan criollo, naranja, empana­das, escuchando tango, ves­tido como gaucho y tocando la guitarra), lo caballero, noble y honrado de Firpo, asocián­dolo muchas veces a Martín Fierro (…) Mostrándolo, de esta manera, como un hom­bre ideal y auténtico represen­tante de la patria y de la raza”, describe Antonella Bertolotto.

Detalla que cuando el dibu­jante se ocupaba de Dempsey lo mostraba “como un boxea­dor que estaba siendo ayudado para ganar el título mundial de pesos pesados por empre­sarios, los mánager y el Tío Sam (Uncle Sam)” que “siem­pre representaba con las ore­jas y nariz puntiaguda, con cara ‘maléfica’, con un bolso de dinero y tratando de arre­batarle a Firpo el título mun­dial de los pesos pesados de una manera ilegal, aprove­chándose de su supuesta hon­radez y caballerosidad”.

DEPORTIVIZACIÓN DE LA VIDA

Tal vez, con aquellas publi­caciones de entonces se haya iniciado

–como práctica mediática y social– la deportivización de la vida cotidiana cruzada con lo político y hasta con los nego­cios. De hecho, la enorme visi­bilidad del choque entre Firpo y Dempsey abrió paso a la lega­lización del box como espec­táculo rentable. Un antes y un después. La Federación Argen­tina de Box proclamó a Luis Ángel Firpo Campeón Argen­tino Profesional de Peso Pesado y le otorgó la licencia número 1 de “Boxeador Profesional”.

En 2013, editorial Seix Barral-Planeta publicó “Luis Ángel Firpo, soy yo”, novela de Carlos Piñero Iñíguez. En tono de monólogo, Firpo el Toro Pampeano, nacido en Junín, provincia de Buenos Aires, cuenta que de 1,2 millón de dólares por la venta de entra­das “me tocaron un poco más del 20 %”.

Confiesa luego que “me sentí –y fui– campeón del mundo durante los diecisiete segun­dos que Dempsey pasó del otro lado de las cuerdas (…) no sé cómo hizo Dempsey [en el segundo round], de dónde sacó la fuerza, pero lo cierto es que lanzó una combina­ción doble, es decir, izquier­da-derecha, izquierda-de­recha, y no pude tenerme en pie; me quedé acostado, o sí, pero no de espaldas, pero no podía, no pude levantarme mientras oía cómo avanzaba la cuenta. Vi que lo levantaban en andas a Dempsey, medio como una película, como si la cosa no tuviera nada que ver conmigo. Y me levanté, solito me levanté”.

Después del recuerdo, la reflexión: “No creo que haya habido en el mundo de un boxeador más homenajeado que yo después de perder una pelea. No sé de nadie –estrellas de cine, gobernantes de paí­ses– que no quisiera sacarse una foto conmigo. El público me perdonó todo, hasta las inútiles peleas que hice des­pués, que las hice porque entonces no entendía que aquella derrota había sido mi mayor triunfo”.

Emociona leerlo. Tanto Firpo como Dempsey des­pués de La Pelea del Siglo solo hablaron de box. De la pelea de los medios creo que nunca supieron ni quisieron saber. En la Argentina, para recordar aquella batalla real entre Firpo y Dempsey, el 14 de setiembre de cada año es el Día del Boxeador.

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