El uso del fuego cambió la forma en que los seres humanos obtenían y consumían alimentos y desempeñó un papel crucial en el desarrollo del cerebro. Estos cambios en la dieta y en el estilo de vida contribuyeron al desarrollo de comunidades y al éxito evolutivo.

  • Por Gonzalo Cáceres Periodista
  • hoy.com.py
  • Fotos Gentileza

No hay pleno con­senso al respecto, pero se especula que alguna de las distintas varian­tes del género Homo –específi­camente el Homo erectus– ya controlaba el fuego (generar/mantener) hace unos 400.000 años, según los rastros halla­dos en el yacimiento de Gesher Benot Ya’aqov en Israel.

Los vestigios más antiguos de hogueras y restos carbonizados fueron localizados en suelo afri­cano, en el sitio de Wonderwerk Cave (Sudáfrica), que tendrían una antigüedad cercana a los 2 millones de años. Allí fueron encontrados huesos de anima­les con marcas de corte y que­maduras, así como piedras y herramientas que sugieren el procesamiento de alimentos, hallazgos que indican que los homínidos en Wonderwerk Cave estaban utilizando el fuego para cocinar y preparar alimentos mucho antes de lo que se pensaba anteriormente, siendo uno de los ejemplos más tempranos de la transforma­ción de la dieta y la forma en que se consumían alimentos.

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No podría determinarse si el fuego se descubrió –como siem­pre se creyó– a partir del roce de materiales –como la pie­dra o la madera– o si se apro­vechó de un incendio natural. De hecho, el primer “encende­dor” (sulfuro de hierro cortado) del que se tiene conocimiento data de hace 35.000 años. Lo que sí puede afirmarse con certeza es que el fuego supuso una auténtica ventaja evolu­tiva hasta el punto de permi­tir el surgimiento del hombre moderno.

SALTO EVOLUTIVO

El fuego no solo les permitió a nuestros ancestros utilizarlo como arma de defensa/ataque, sino también facilitó la vida misma con los beneficios de la cocción de alimentos.

Antes de que los seres huma­nos aprendieran a utilizar el fuego, la dieta consistía en gran medida en alimentos crudos como frutas, vegetales, carne, pescado y/o raíces, pero la coc­ción cambió radicalmente esta dinámica. El cerebro humano es un órgano costoso en térmi­nos de energía y la capacidad de acceder a una fuente más efi­ciente produjo un aumento en el tamaño a lo largo de la evolu­ción humana. Cocinar alimen­tos liberó energía para el cre­cimiento y el mantenimiento de un cerebro más grande y funcionalmente avanzado. Es decir, se sentaron las bases para un impacto significativo, el lla­mado “salto evolutivo” de nues­tra especie.

La práctica de cocinar y compartir alrededor del fuego promovió la socialización y la cooperación entre individuos

MÁS ENERGÍA

La cocción descompone fibras y las estructuras celulares, lo que hace que los alimen­tos sean más fáciles de dige­rir. Esto significaba que los humanos necesitaban menos tiempo para masticar y pro­cesar antes de ingerir. Se pasó, básicamente, a tener más energía para los proce­sos cognitivos. La cocción aumentó la disponibilidad de nutrientes, facilitó la absor­ción de proteínas y almido­nes, redujo la exposición a posibles patógenos y parási­tos, y diversificó el reperto­rio de alimentos (por ejem­plo, algunos que eran tóxicos o incomestibles en su forma cruda podían volverse segu­ros y nutritivos después de ser procesados y cocinados).

Es así que se amplió la varie­dad de alimentos disponibles y se disfrutó de una dieta más equilibrada. Consecuente­mente, los humanos prehistó­ricos ya no se vieron obligados a cubrir grandes áreas y pudieron pasar menos tiempo buscando comida, lo que les permitió dedicarse a la interacción social, el desarrollo de herramientas más sofisticadas y el aumento de la complejidad de la cultura.

FORMACIÓN DE COMUNIDADES

La necesidad de obtener y pre­parar los alimentos impulsó la cooperación y la interacción entre individuos, lo que a su vez condujo a las primeras formas de estructuras sociales, pos­teriormente evolucionadas a comunidades más complejas.

La socialización y la coope­ración son factores claves en el desarrollo cerebral, ya que obligan a comprender y comunicarse con otros indi­viduos. La práctica de coci­nar y compartir alrededor del fuego promovió la socializa­ción y la cooperación entre individuos. Esto condujo a la aparición de grupos más grandes, mejor organizados y con determinadas estruc­turas sociales (jerarquías).El control del fuego también permitió la manipulación de materiales que de otra manera serían difíciles de tra­bajar (la cocción logró ablan­dar la madera, lo que facilitó la elaboración de herramientas más avanzadas y la construc­ción de refugios más seguros).

ROLES, LAZOS Y CULTURA

Con el crecimiento de las comunidades se dieron nue­vas actividades y roles. Algu­nos individuos podrían haberse especializado en la preparación de alimentos, mientras que otros se encargaban de la reco­lección de ingredientes o la caza. Esta diversificación de roles sociales condujo a una mayor interdependencia y promovió la necesidad de trabajar juntos para el beneficio de todos.

Se fortalecieron los lazos fami­liares y comunitarios. Las his­torias y experiencias compar­tidas durante las comidas alrededor del fuego crearon un sentido de pertenencia y conexión entre los miembros del grupo, donde también se pudo desempeñar un papel en la resolución de conflictos y reducción de tensiones.

Este floreciente escenario dio oportunidades para transmi­tir conocimiento y cultura. Historias, tradiciones, téc­nicas de caza y recolección, y otros aspectos importantes de la vida en el grupo podrían haberse transmitido de gene­ración en generación durante estas interacciones.

EL PASO DEFINITIVO

La cocción de alimentos marcó un punto de inflexión en la historia humana. No solo revolucionó la forma en que los seres humanos se alimen­taban, sino que también sentó las bases para la formación de comunidades más comple­jas, la transmisión cultural, el desarrollo cerebral y la capa­cidad de adaptación y domi­nio de su entorno. La cocción no solo cocinó los alimentos, sino que también cocinó la evolución, desencadenando una serie de transformacio­nes que dieron forma a la especie humana tal como la conocemos hoy.

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