Óscar Lovera Vera, periodista

Un jubilado alemán decidió instalar en Paraguay sus cuarteles de invierno, pero esa tranquilidad se vería perturbada por la misma muerte que encontraría en agosto del 2004. La Policía y la Fiscalía estaban enredadas en confusas hipótesis, aunque una de las puntas de aquel ovillo les dirigía a la misma esposa.

ABEL BARRIENTOS Y JULIA

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-Tengo dudas también. Ella dijo que se le golpeó, pero ni siquiera lloró. Si a su marido le mataron a balazos y ella llegó después, ¿por qué a ella la golpearon tan solo? No sé, algo tampoco me cierra… Además, otro punto, comisario, es sobre las amenazas. Si este hombre las tenía, por qué dejaron las puertas abiertas, sin llaves, no tiene sentido. Se supone que las amenazas eran de muerte y en consecuencia se mantendría lo más seguro dentro de la casa para evitar sorpresas como estas. ¿Usted ya corroboró esas denuncias que ella relató? –replicó la fiscal Liz Marie Recalde.

-Nada registrado, doctora, no hay ninguna denuncia hecha por Johan Maximilian Anton Reiser o por la señora Julia – contestó el policía mientras pasaba las páginas de un libro de actas donde se transcriben situaciones como estas u otros eventos.

La fiscal Liz Marie estaba casi convencida de que Julia sabía algo más, pero le costaba entender su propósito, con qué fin ayudaría a matar a su marido. Luego pensó que se estaría precipitando en sacar esa conclusión, pero al mismo tiempo debía tomar una decisión. El tiempo corría y si entre las personas que entraron a la casa estaba un cómplice, debía reaccionar antes que escaparan.

-¿Comisario, Julia tiene algún familiar cercano, alguien con quien haya estado conectada en estos últimos días? –preguntó Liz Marie.

-Un primo llamado Abel Barrientos. Supimos de él por sus últimas conexiones telefónicas, pero hasta ahí, doctora. ¿Cree que pudieran estar conectados?

-Creo que están más que conectados. Entre los dos puede estar la respuesta en lo que no tiene sentido en esta muerte violenta. A este hombre lo matan de nueve balazos, tres en la cabeza, le roban sus armas, pero no una escopeta. Qué, ¿la olvidaron en el sofá? Eso no es probable, y agregue a todo esto que falta dinero por el desorden en la caja fuerte. Quién más que alguien de confianza para guardar secretos si es que este presentimiento no falla, comisario.

EL CUADERNO

Mientras la fiscal profundizaba en su decisión, recorría la casa en busca de pistas. En una de las habitaciones encontró un cuaderno con varias anotaciones, tenía el aspecto de una bitácora. Una lista importante de marcas de automóviles con sus matrículas y, a renglón seguido, una fecha determinada y también horarios. La descripción con detalles sobre el aspecto de los vehículos y, en caso de tener algo particular como un adhesivo o golpe o detalle en el parabrisas, eso también estaba minuciosamente escrito. Lo que acababa de hallar la agente era una lista detallada de personas sospechosas que entraban a la casa o al predio al menos.

La fiscal imaginó que aquello era parte de un seguimiento a un comportamiento sospechoso que Johan detectó y con esas observaciones lograba acentuar pistas en el hipotético caso de que algo se presentara para dejar al menos por dónde comenzar a investigar. El hombre acababa de aportar una vital información a los investigadores.

Con esto la fiscal se mostraba aún con más dudas sobre la intimidad que se vivía en esa casa. ¿Por qué Johan llevaría un reporte de matrículas de vehículos, en quién no confiaba? ¿Su esposa sabía de esto o lo hacía a sus espaldas? ¿Si lo hacía a sus espaldas, fue porque dudaba de ella y de quiénes más? Esa serie de interrogantes comenzaban a seguirla y resonar en su cabeza como el segundero del reloj de pie alemán.

Sus dudas iban pendulando igual que aquella reliquia inerte que yacía en una esquina y de momento era el único testigo inanimado de la sala. La danza de preguntas era cada vez mayor, una y otra. Todas al mismo tiempo. El crimen de Johan se tornó un misterio para los investigadores, tanto que a la investigadora no le quedó otra opción que volver a la casa una y otra vez en busca de un cabo suelto.

Sus sospechas sobre Julia y alguien de su entorno familiar eran fuertes, pero no suficientes. Necesitaba algo más y, sobre todo, no creía que ella haya ejecutado a su esposo, y a los autores materiales aún no los tenía. El tiempo corría y eso comenzaba a jugarle en contra.

UN CAMPAMENTO

Pasaron 48 horas del crimen y ese 16 de agosto no era la primera vez que una orden judicial era exhibida a un vecino en Piribebuy para verificar su inmueble. La tesis de la Policía planteaba que una de esas casas fue utilizada como vía de escape para luego perderse en un pequeño bosque detrás de la urbe.

Un grupo de agentes cercó la zona y peinó el sitio. Paso a paso caminaron adentrándose en el bosque de mediana altura. Los árboles no eran lo suficientemente altos para ocultar el horizonte y podían ver a lo lejos un camino que –quizás– los asesinos utilizaron como vía para escapar. Era sinuoso, de terraplén, un acceso rápido para quien tuviera la idea de entrar y salir sin dejar rastros. Factores del clima como la lluvia y el viento podrían borrar huellas con facilidad. Y lo mejor de todo, no había vecinos que pudieran quedar como testigos en ese lado de la calle. Un escape perfecto, pensaron los investigadores. Solo que…

-¡Jefe, aquí hay algo! –se escuchó la voz imperante de uno de los agentes que peinaba la zona a campo traviesa y que interrumpió todo el desarrollo teórico de la hipótesis de la escapatoria. Ese agente encontró algo que cambiaría el norte de sus investigaciones.

-Es un campamento precario, pero uno al fin. Es de ellos, no tengo dudas, hay demasiados rastros que indican lo reciente de su construcción, miren las pisadas. De seguro que dormitaron aquí el 15, un día antes. Hay vainas percutidas, estos papeles y hasta mechones de cabellos, no es por precipitarme, pero parecen todos de hombre.

-Sin embargo, esto es lo que más me llama la atención: telas con manchas de sangre, claro que primero habría que corroborar que se trate de fluidos, pero estoy casi convencido de que uno o varios están heridos. Vamos, muchachos, con cuidado juntemos esto como evidencia y entreguemos al laboratorio de Criminalística, algún dato tenemos que sacar de este lugar –dijo uno de los jefes que encabezaba la cuadrilla de oficiales.

A partir de ese momento tuvo sentido la escopeta que reposaba sobre un sofá, la única que los ladrones no llevaron. También tuvo lógica las heridas de proyectiles en el abdomen, el hombro derecho y sobre la rodilla derecha de Johan. El hombre intentó defenderse cuando vio que ingresaron a su propiedad. Bajó con su escopeta, la que tenía a su alcance, logró percutirla y herir a uno o varios de los ladrones, pero ellos eran más y pudieron reducirlo a balazos. Cuando eso sucedía, él avanzó para enfrentarlos, no se quedó en un sitio, de ahí esos disparos en varios lugares y a una distancia media. La otra posibilidad que manejaron los especialistas fue que Johan bajó para tomar una mejor posición de disparo y no permitir que esos desconocidos, que entraban armados, se metan a la casa. Pero no lo logró a tiempo y en el fuego cruzado, estando en movimiento, logran dispararlo para tumbarlo de una vez. Cuando cayó al suelo, uno de los asesinos se acercó para ejecutarlo.

Los tiros de gracia, aquellos tres en la cabeza, podrían explicarse porque el hombre reconoció a uno de los tiradores o vio a alguien de su entorno entre ellos. De a poco iba cerrándose la teoría de un crimen orquestado por una persona que manejaba bien los movimientos de Johan. Ese planificador o cerebro permitió el ingreso a la casa fortificada y les abrió paso a todo. Además, precisándole dónde el jubilado alemán ocultaba sus pertenencias de mucho valor, aquellas como las armas de colección y su dinero, solo en esos puntos había desorden.

-Comisario, ya están los resultados de laboratorio y los de la telefónica. Creo que deberá tomarse su tiempo para ver lo que dice el informe sobre las evidencias, hay algo que no le gustará, jefe –mencionó uno de los agentes de Criminalística en la oficina del encargado que llevaba adelante la investigación del caso Johan. Aquel informe revelaba un entramado de llamadas un par de días antes del asesinato. La frecuencia de comunicaciones en el teléfono de Julia, una de las sospechosas apuntadas por la fiscal Marie y la Policía dibujaban algo inusitado en comparación a otros días.

Julia no era de usar frecuentemente su teléfono móvil para llamadas, pero esos días previos al asesinato de su esposo las cosas cambiaron significativamente con cinco personas con las que las conexiones se cruzaban como un tráfico caótico de mediodía dejando a su paso la trama al descubierto.

Continuará…

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